Por Sergio E. Mostajo Cuentas*
Escribo este texto, el domingo 7 de julio a las 10 de la mañana, sin saber cómo terminó el Perú – Brasil.
Empiezo confesando que, una vez más, un partido de fútbol me pone de bruces contra la realidad, que pretender imponer la racionalidad para prever un resultado, es un ejercicio vano.
Me ha pasado muchas veces, en mis cincuentitantos años de vida, no solo con la selección, también con el equipo del cual soy hincha, e incluso en un campeonato escolar o laboral.
El, o los favoritos, terminaron perdiendo de manera estrepitosa, casi increíble, pese a estar precedidos de resultados contundentes y de venir en racha ganadora.
Y, en contraparte, el otro elenco, aquel por el que pocos apostaban, que venía con oxígeno, de pésimos resultados y casi eliminado, terminaba dando la sorpresa.
Me pasó con nuestra selección en las eliminatorias al mundial, estábamos literalmente eliminados, nos faltaban encuentros difíciles, en Ecuador, en Paraguay, en Argentina y terminamos jugando en Francia.
Me pasó en esta Copa América, empezamos muy mal, con un empate desalentador, triunfos poco convincentes, una estrepitosa goleada; luego eliminando a dos favoritos, terminamos jugando la final y ojalá CAMPEONES.
El fútbol es pasión por eso, porque, apelando a un manido argumento digo, no tiene lógica, pueden darse los finales más inverosímiles o pueden terminar ratificando, de forma contundente, el favoritismo de un equipo.
En un partido de fútbol confluye un sinnúmero de sentimientos y actitudes, muchas veces encontradas.
Así aparece el patriotismo, el optimismo, el pesimismo, la identificación, el fanatismo, la alegría, la tristeza y más.
También aparecen aprovechamientos de todo tipo; políticos, comerciales, empresariales, publicitarios; hasta gastronómicos y los otros ligados a bebidas espirituosas.
Empero y al margen de todo lo dicho hasta aquí, el fútbol nos deja hermosas lecciones de amor por algo, de actitud, de garra, de entrega.
Lecciones de lucha; lecciones de pelear hasta el final; lecciones de nunca dar algo por perdido; lecciones de sobreponernos ante las adversidades; lecciones de esforzarnos hasta el límite; lecciones de transformar las derrotas en épicos triunfos.
Si trasladamos todo eso a nuestras vidas, seguro estoy que otra será nuestra existencia.
Si trabajamos, estudiamos, amamos, queremos con intensidad; en síntesis, si vivimos así, habremos logrado trascender, justificando nuestro paso por la vida y dejando un legado muy valioso a nuestra familia, a nuestro centro laboral, a nuestra ciudad, a nuestra región, a nuestro país; al mundo.
*Periodista
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