?Roger Tahua Delgado
Después de haber estado casi un mes con el narcotizante ritmo de la Copa América; consumiendo cada mañana, tarde y noche fútbol. Viviendo con la esperanza de los milagros numéricos y las sorpresas que da este espectáculo. Pues regresamos a nuestra realidad llena de corrupción y decisiones inverosímiles.
En este marco, escuchaba a uno de los economistas más distinguidos que tiene nuestro país, Jorge Gonzáles Izquierdo. A quien invitan a los programas de entrevistas cuando quieren sustentar de alguna manera su optimista modelo económico, pero cuando se trata de algún tema donde es crítico, su voz es de las minorías.
Decía él, que para salir de la crisis debemos realizar una reforma laboral. Y ahí empieza lo lindo, porque resulta que cuando estos señores hablan de reforma en algún sector, lo que en realidad buscan es profundizar una serie de privilegios y gollerías existentes.
Así, decía Gonzáles Izquierdo, esta reforma trae consigo la propuesta de nuestros empresarios que es el recorte de tal vez los últimos derechos laborales que le quedan al trabajador: no existiría la CTS, recorte de las vacaciones, recorte de la gratificación de julio y diciembre, inexistencia de salario dominical, cero asignación familiar, etc. Supuestamente realizando estos recortes se podrá contratar más personal y formalizarlo, gracias a la reducción de lo que ellos llaman “sobrecostos laborales”.
Algunas frasecitas de los representantes del Ejecutivo o voceros empresariales o, por último de “analistas” pro empresas, son: «en el Perú habían muchos días de vacaciones y que había que mejorar la competitividad», «hay que flexibilizar la entrada y la salida de la relación laboral», «el régimen laboral peruano es muy rígido tenemos que crear un régimen bastante flexible», frases que en realidad son argumentos en las búsqueda de aumentar sus ganancias a costa del trabajador. Más trabajo, menos pago, más ganancias para ellos.
Desde mi sencillo puesto de docente universitario, puedo entender, como trabajador, lo que significa que los grandes empresarios busquen mayores beneficios, no a razón de su competitividad, de su innovación o de su crecimiento, sino a través de que cada vez se le paga menos al trabajador y, como consecuencia, los dueños tienen más rentabilidad.
Todavía recordamos a varios padres de amigos que trabajaban como empleados bancarios o en dependencias estatales con sueldos muy destacables. O aquellos que trabajaban para la empresa cervecera más grande del país y cuyos beneficios eran envidiables. O mi compadre que trabajaba para la mina (no para terceros) y tenía todos sus beneficios.
Tiempos idos, donde no existían los ‘pulpines’ y donde se respetaba más a las personas, las familias, el bienestar del trabajador, las conquistas laborales adquiridas. Y en donde la voracidad empresarial no se había desbocado.
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