Por Sergio E. Mostajo Cuentas*
El Ubinas ha ganado primeras planas otra vez, viene en fase eruptiva hace muchos años, se reactiva y se calma.
En su nombre se ha hecho de todo, desde evacuaciones, hasta reubicaciones fallidas, los pobladores del lugar vuelven una y otra vez a sus faldas, han aprendido a convivir con el peligro.
Dicen saber mucho del volcán, haber aprendido todo sobre él, pero tal vez no sepan lo que deberían, lo más importante es que sus vidas, al pie del coloso, valen muy poco si es que ocurre una gran erupción.
El Ubinas, Ticsani y Huaynaputina en Moquegua; el Tutupaca y Yucamani en Tacna, así como el Misti, Sabancaya y Coropuna en Arequipa, son volcanes activos catalogados como explosivos.
No expulsan lava líquida como los basálticos de Hawai, son volcanes grises y su forma de hacerse notar cuando entran en fase eruptiva, es expulsando cenizas y piroclastos.
Como ocurrió con el Monte Santa Elena en los Estados Unidos, en el caso de estos volcanes, uno de sus flancos puede llegar a desmoronarse y por allí salir expulsadas nubes ardientes que descienden a mucha velocidad, quemando y destruyendo todo lo que encuentran a su paso, estas pueden alcanzar temperaturas de mil grados centígrados o más.
Arequipa es una metrópoli que alberga a casi un millón de seres humanos, la distancia más corta entre la Plaza de Armas y el cráter del Misti es de apenas 13 o 14 kilómetros.
El volcán emblemático está literalmente en nuestro patio.
Si entrara en fase eruptiva sería catastrófico, solo imaginar ese momento causa escalofríos, temor, miedo, ansiedad.
Las cenizas y los gases son extremadamente tóxicos, contaminan fuentes de agua, pastos, sembríos; pueden llegar a cubrir cientos de kilómetros cuadrados y por su peso, al acumularse en los techos, causan graves daños a las viviendas.
Lo que viene ocurriendo en sus faldas y en las del Chachani y Pichu Pichu, es dantesco e irracional, están siendo invadidas y lotizadas sin ningún rubor, traficantes de tierras han sentado allí sus reales.
Han constituido empresas inmobiliarias bajo diversas denominaciones como ‘Fundo Cabrerías’ y otras, destruyen el precario ecosistema terraplaneando quebradas, cauces secos, promontorios y queñuales sin impedimento alguno.
Han conseguido que cuestionados gobernadores y alcaldes los avalen, les presten maquinaria, ejecuten obras y titulen, pese a ocupar zonas prohibidas.
Son zonas de alto, altísimo riesgo, así lo han determinado científicos y especialistas del IGP, Ingemet, Indeci y otros organismos. Se han levantado mapas de peligro, pero a nadie parece importarle.
Las invasiones y consolidación urbana de esas zonas avanzan de manera espeluznante.
Seguro estoy que algún día llegará a ocurrir una erupción del Misti, no se diga que no fuimos advertidos, solo entonces abundarán los lamentos y llantos.
*Periodista
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