Alan Ever Mamani Mamani
El texto “La batalla por Puno”, de José Luis Rénique, recoge tramas sociales, políticas, étnicas, entre otras, comprendidas desde la segunda mitad del siglo XIX, cuando se abre el libro, hasta finales del XX, cuando se cierra.
El auge del guano, la Guerra del Pacífico (1879-1883) y la reconstrucción posbélica fueron hechos que enmarcaron el periodo en que la “cuestión del indio” entró con fuerza en el horizonte mental peruano, pues la “rebelión de Juan Bustamante” señalaba el nacimiento de una voluntad. De una voluntad decidida a mirar –el país y el mundo– por encima de las cordilleras circundantes, con el fin de inquirir por el papel de la población indígena y las provincias serranas. Y es que, a través de las lanas, el altiplano se conectaba con el capitalismo mundial: Gran Bretaña. Bustamante, veía en la revolución mercantil en curso una oportunidad de “regeneración” social, para alcanzar el progreso y la felicidad regional.
La Asociación Pro-Indígena tenía sus objetivos muy claros: “Asociar al indígena a nuestra nacionalidad”, hacerle conocer las leyes, “levantar su nivel moral y social”. Entre 1914 y 1915 se publicó La Autonomía, un periódico identificado con las causas descentralistas y federalistas. Se creía, por ese entonces, en una revolución agraria conducida por los propios indios y “la superior tarea de ir hacia la destrucción del latifundio”. Asimismo, en 1913, delineó Encinas en su desolador análisis de la situación regional, que el gamonalismo era el mal medular, el gran obstáculo del desenvolvimiento material, sustrato de la prevaleciente “depresión cívica y moral” de la región. Con Chuquiwanca Ayulo, Manuel A. Quiroga, eran parte de la red de apoyo legal frente a las luchas comunales activadas en torno a la Pro-Indígena.
Durante los años cincuenta, con el ascenso de los precios de la producción agropecuaria favorecidos por la guerra de Corea, las haciendas más grandes se fortalecieron. El futuro del altiplano era que las haciendas se conviertan en cooperativas. Entonces la comunidad debía desaparecer; Carlos F. Belón decía: empujar a los habitantes a las haciendas, donde encontraran la “protección y trabajo que ahora no tienen en su pequeña parcela” o quizá vender “todas las tierras y ganado de los indios de Puno”, empleando ese dinero para realizar –con el apoyo del Estado– grandes irrigaciones en la costa, “a las cuales se sacaría al indio” poniéndole en contacto directo “con la civilización” y posibilitando así su incorporación “a la vida nacional” y su “mestización”.
En Juliaca, Roger Cáceres Velásquez dejó su tierra natal para seguir en Arequipa una carrera de leyes, en 1955 se atrevió a desafiar a la dictadura del general Odría. Cáceres pasó de dirigente estudiantil a diputado demócrata-cristiano y, de ahí, a líder regional. Entre 1956 y 1962 realiza en el Congreso una labor excepcional. Para el juliaqueño la dramática situación del altiplano requería de un cambio “más veloz, más integral, más inmediato del que necesita el resto del Perú” ya que Puno era “un departamento donde la Persona Humana vivía un destino de frustración permanente” en la medida que ahí, “la atención y respeto de los derechos fundamentales a la vida, a la salud, a la educación, el progreso, a la felicidad”, era “prácticamente inexistente”.
El APRA, desde el ascenso al poder de Alan García Pérez, en 1985, jugó un papel importante en Puno. Los comienzos de su gobierno fueron auspiciosos. La economía volvió a crecer. Las mejores salariales generaron un moderado optimismo. Por otro lado, “somos los legítimos herederos de Mariátegui”, fueron las palabras con que Abimael Guzmán Reynoso, quien anunciaba la culminación de una búsqueda ideológica cuyas consecuencias habrían conmovido al país. Por lo que, la izquierda y revolución desde la década del treinta eran sinónimas en el Perú de obreros y sindicatos. Las vanguardias y maoístas intentaron seguirles los pasos a través de los años sesenta. Destinada a diluir la amenaza de una radicalización de la lucha por la tierra, la Reforma Agraria, paradójicamente, creó las condiciones para su inserción en distritos serranos otrora dominados por gamonales y terratenientes.
En conclusión, Puno era un espacio en el que el movimiento emergente del Partido Unificado Mariateguista cifraba sus mayores esperanzas. Para apoyar su conducción, de tal suerte, la dirección del partido creó una instancia coordinadora integrada por dirigentes de todo el sur andino. “Ande Rojo”, la denominaron, como respuesta al “trapecio andino” aprista. La táctica a seguir era “desenmascarar” las intenciones “autoritarias” y “centralistas” del plan aprista. En ese afán los apristas revivieron ideales agraristas y recuperaron visiones más bien románticas de la comunidad. Por otro lado, sus adversarios del PUM, pretendieron crear un nuevo tipo de movimiento regional impulsado por la “fuerza histórica” del campesinado. Sendero Luminoso, por su parte, llegó a la región con un esquema maoísta que colocaba al campesinado pobre como protagonista central de una insurgencia motorizada por la violencia.
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