Omar Aramayo
Alguna vez preguntaron a Picasso, ¿por qué no se entiende su pintura? a lo que el genio malagueño respondió: “porque la pintura abstracta es un lenguaje ¿Usted conoce el chino? No. Entonces no puede hablar chino, tiene que aprenderlo, lo mismo ocurre con la pintura abstracta, si no conoce el lenguaje abstracto no podrá comprender mi pintura”. De igual forma con Churata, si no conoce su lenguaje no podrá entenderlo. Y de eso es que medio mundo se queja. Quieren entender su lenguaje sin conocerlo; es necesario conocer la forma y el contenido, necesario saber lo que dice y de qué trata. Necesario conocer el lenguaje más allá de sus atributos para designar las funciones biológicas elementales, un poco más allá de las funciones comunicativas de supervivencia, lenguaje como cuerpo vivo, palpitante, cambiante, creativo, connotativo, cognitivo, imprevisible como todo ser vivo, como somos cada uno de nosotros y no lo sabemos. Es por eso, que todo el mundo no nos entiende.
Los escritores inventan un lenguaje, algunos muy sencillo y llano, otros no tanto. Qué fácil leer los cuentos más conocidos de Valdelomar, son transparentes, lo que esconden es poco, y sin embargo quedan siempre símbolos por descubrir, siempre hay un más allá, un detrás de cámaras, el misterio; pero el lector común, el niño, el adolescente, empatiza con la primera capa de significados, aquello que está encima, porque es un lenguaje que no tiene mayores riesgos ni complicaciones sino el ser diáfano. Ese, el lenguaje que inventó Valdelomar, el de la transparencia. Lo entendemos por lo que dice; pero, también por lo que no dice pero que está expuesto a la sensibilidad, en el juego del lenguaje literario, la expresión, que el lector debe desarrollar.
En cambio, leer a Juan Espinoza y Medrano, cura de la catedral del Cusco, que en el XVII escribió El Apologético en favor de Luis de Góngora y Argote, cuesta, en sumo. Es complicado como las arañas, por la enorme cantidad de referencias que tiene, sobre todo mitología greco latina, española y peruana; por cierto, debemos también conocer la obra de Góngora, y como si fuera poco la de Manuel Faría, el denostador de Góngora. En tanto a contenido, sin olvidar el lenguaje propiamente dicho, el material de uso. Una arquitectura barroca de alegorías, metáforas, imágenes, hipérbatos, y una artillería retórica que viene como en la guerra. Hay que estarse protegido, para entenderlo. Sobre todo los hipérbatos, que alteran el orden gramatical, la lógica diaria, que hablan de una época, y nos desubican, hay que reconstruir el orden común de cada frase a cada paso, no obstante que en algunas ciudades como Lima, y también en el Ande, influido por el quechua y el aymara, el hipérbaton pertenece al habla popular, es una constante. Ya Martín Adán ha observado, cómo el alma de la gente está llena de hipérbatos. En la época de Espinoza y Medrano se reconocía ocho tipos de hipérbaton, a la manera latina, lo cual tiene una sofisticación ajena a nuestra época, nosotros nos conformamos con una. La gramática retorcida de Espinoza, como las cornisas y capiteles de la arquitectura, exige examinar sintagma a sintagma para disfrutar el ingenio del poeta, como cuando se admira el genio del arquitecto. Además del contenido.
No obstante, el tema de “El Apologético” de Espinoza y Medrano, se construye sobre un tema universal y común, siempre actual: la envidia; sobre la cal viva de la envidia, el Lunarejo va y viene, una y otra vez. La envidia es como el amor, una emoción natural, aunque sus designios vayan en sentido contrario. Ya, majestuosamente comienza: “Pensión de luces del ingenio fue siempre excitar envidias que muerdan”. Inicio exultante, donde dice que entre los beneficios y/o desventuras de la inteligencia [gracioso oxímoron] está provocar la envidia. Las envidias muerden y vuelven a morder. Espinoza escribió este sermón para los seminaristas de su época; no olvidemos que entonces había una educación clerical de alto nivel, de otra forma no podría imaginarse la vida del Lunarejo, un indio quechua originario que por su talento accede a los niveles más altos de la sociedad colonial del Cusco. No podemos dejar de mencionar que representa al más elevado talento de su siglo, donde no existe indio, criollo, ni hispano de vuelo tal. Pocos en nuestros días alcanzan la sabiduría del idioma, a su manera [Martín Adán, Carlos Germán Belli, Churata] Páginas bellísimas, donde el idioma se muestra de cuerpo entero, desnudo para quien lo quiera ver.
Espinoza y Medrano es el iniciador de la literatura barroca, que América siempre amó, que es parte de su esencia, y cuya simiente podemos ver incluso en la gran escultura prehispánica, como tendencia. Rafael Humberto Durán, en el homenaje que rinde a Lezama Lima, (Montesino Editor, Barcelona) regresa al Lunarejo para ubicar el contexto del poeta cubano; y aclara que muerto Góngora el cultismo se traslada a América, y como es obvio, su mejor exponente es el cura de la catedral del Cusco. Cabe recordar que es el mismo Lezama Lima, para volver al ombligo del tema, quien hace el elogio de los templos barrocos coloniales de Juli [ya en ruinas, algunos de ellos].
Los grandes escritores inventan lenguajes sencillos o complicados, que les permiten, de manera singular, escribir su obra. Y existir literariamente; literatura es lenguaje propio, estilo. Nada más. Lo hicieron Rulfo, Arguedas o Vargas Vicuña. En ese lenguaje, en ese cuño, su mensaje se hace cautivante. En el lenguaje los personajes cobran vida y son creíbles; lenguaje ficticio, que al leer muchos creen que así se habla en Comala, Yoknapatawpha, Macondo, o en los Andes centrales del Perú. García Márquez lo hizo para llevarnos al tiempo y al espacio imaginario de su mente, Macondo podría ser cualquier pueblito remoto de América mítica, confusa en el tiempo y mágica en su oxígeno, de fabla propia; pero por un momento nos hace creer en Macondo, en el habla de la familia Buendía; el lenguaje los hace existir.
Hasta aquí la elipsis, la circunvolución hasta llegar a Churata, que necesariamente compromete a los autores mencionados. Porque tan barroca es su gramática, que a veces es de no creerlo. Es decir, de no entenderlo como se debe, y en primera. A Churata hay que leerlo varias veces, a sorbetones leves, a cucharaditas, para luego hincarle los incisivos, hasta encontrarle sabor y dejarse cautivar como el wicho cautiva al pobre, chuparlo tantas veces para encontrarle el sabor de la memoria. Así, la pobreza se llena de sabor, con el hueso. Esa, la primera clave, encontrar sus expresiones típicas y volver sobre ellas. Basta el primer párrafo del libro, sin adentrarnos más en el gran bosque, para ubicarnos ante él. La lectura que espera es un reto:
El Pez de Oro cursó no breve génesis editorial debido a causas –algunas de ellas- casi fantasmales, si cuando iba por la mitad de la impresión de sus pliegos, y estos se arracimaban por marejada fascista, que incendió lo incendiable, y destrozó lo que no habría de ceder a la acción del fuego, respetando rincón sigiloso y montón de pliegos por obra acaso de la presciencia y numen del Siluro, cuya es la epopeya.
Imaginemos por un momento, al periodista en la redacción de un periódico: escribe sobre un incendio donde se salvan unos pliegos, claro que este no sería el estilo. Aquí, el circunloquio, la perífrasis, la contención, la gramática más que las palabras, nos dice de la queja del hombre abatido por el largo parto editorial, de la fatiga, del fuego destructor, y de la marejada fascista. Sobre esa contingencia, el hecho mágico, el milagro, lo real maravilloso: la presciencia y numen del Siluro. El Pez de Oro, existe en la realidad, presciencia y numen, y actúa para salvar del incendio las páginas del libro, de su libro, arracimadas en un rincón de la imprenta siniestrada. El Pez de Oro se defiende en medio del incendio, cuya es la epopeya, y salva los folios.
La gramática churatiana figura una galaxia y un clima. La gramática y su vocabulario mestizo. Así nos devuelve a ese lejano pariente, Espinoza y Medrano. Como él, abigarra la frase; como él, alega, predica, recusa, busca, y resiente a un auditorio, a un oyente. Como él, es un religioso, por cierto, distinta es su religión. Su Dios: “El Pez de Oro”. Su templo: “El Kori Wasi”, su país: “el Lago de los Brujos”, “el lago de arriba y el lago de abajo”, sus habitantes: “las challwas”, su gleba: los jakherunas [jaqiruna]. Su episteme: la Pachamama, la Pacha, el todo. Nos hallamos ante una teogonía andina contemporánea, un libro sagrado, libro de fe, donde se funden la poesía y la filosofía. Libro de libros, once en total, de matices diferentes en el lenguaje y el tema, cada uno podrían publicarse independientemente. Están unidos no por vasos comunicantes, sino por cordones temáticos, hilos magnéticos, dice él.
Sin embargo, ese barroquismo natural, el verbo elaborado en las entrañas, en el horno humano, no basta para explicar el paradigma, una masa lingüística generosa como el mar, la prosa de Churata; que siendo barroca solamente, sería nada o poco. Como praxis y como tesis, Churata busca una lengua americana, sentimiento y dicción. Sin lengua americana no hay literatura americana. No somos americanos si pensamos como españoles, si escribimos sin pensar en América soberana. Literatura de la colonia somos y producimos en la mayoría de veces, sin nada propio. Hasta el más joven y experimentalista poeta se halla en la colada, porque no hay célula americana en el lenguaje. No hay pertenencia, está en el viento que se lo lleva todo.
Para desfacer entuerto semejante, la salida es una lengua modelada en la gleba, por el habla mestiza, o por la democrática choledad, de los indios herederos del gen atlante; como lo hizo Huamán Poma de Ayala en su tiempo, el primer insurrecto y para Churata el primer americano. Lengua que tenga el sentimiento y el sustrato de las lenguas indias, el quechua y el aymara, o de alguna de las cincuenta y dos lenguas amazónicas. Pero antes que la lengua, el pensamiento, el nosotros, obviamente. (Y debajo, cultura y harta poesía, sin estos elementos no hay literatura). Así mismo, asusta y sorprende que alguien, de pronto, desde un hermoso libro haga saltar voces aymaras o quechuas. “El Pez de Oro”, es lo que en la música actual se llama “fusión o word music”, música del mundo de raíces étnicas. Universal, de alto nivel, con raíces bien plantadas, a su manera.
Leer a Churata. Comprenderlo. Disfrutar de su lectura, a más de cincuenta años de su muerte y algo más, a los setenta de la publicación de El Pez de Oro, cual si hubiese sido acabado de publicar, es una aventura como surcar el Titicaca en plena tormenta, bravas son sus aguas, o embarcarse a navegar por el Amazonas en época de crecida. No obstante que la cultura literaria, hoy es más fecunda, la experiencia literaria es global. Además, que ya existen varias ediciones, unas mejores que otras, y los lectores tienen mayor acceso a las fuentes. Existen menos prejuicios; en aquel entonces, hace setenta años, se había tejido tanta superchería, rayana en la locura, una confabulación contra el orífice Orkopata y sobre el indigenismo, producto de la ignorancia y la mala entraña poblana y mala entraña capitalina, había un cerco para leerlo. Y el odio por el indio, el racismo; el indio, el principio de la nacionalidad. Era inconcebible.
Difícil era aceptar que había estado fuera de circulación más de treinta años. Apareció como un fantasma de la noche a la mañana, se había asilado lejos de una ciudad hegemónica, de aquellas donde se consagran las obras literarias. Barreras infranqueables aislaron la publicación y difusión de este bello libro. Las dictaduras y las democracias chicha no podía ser el contexto de su lectura. Era el tiempo de negar lo propio y reconocerse en la literatura inglesa o en cualquier otra, europea. Pero, ahora que el tiempo ha dado las espaldas a momentos tan infaustos y podemos ver lo nuestro, la obra se defiende sola y los jóvenes asaltan al cielo.
De su forma y contenido, a saber:
1. Es un libro denso. Necesario es volver sobre cada frase hasta hacerla nuestra y llegar a la convicción que pertenecen a nuestro yo interno, a nuestro acervo. Cada frase es labrada.
2. Es fragmentario, es decir, no tiene argumento lineal; son piezas que van a formar un todo como conclusión. Un libro que se hace en la lectura, en la mente del lector. Es fragmentario y vasto: nadie, ni siquiera un sabio, podría tomarse el exquisito brebaje de un solo sorbo, hay que leerlo sistemáticamente, tomar notas. Ha sido escrito en un tiempo dilatado, treinta años, y obedece a diversas circunstancias históricas. El fragmento es su envase. Desde allí ha de volver en cualquier momento a algún tema en el que nos dejó, aparentemente abandonados.
3. Debemos comprender su espectro multitemático. Trata de muchas cosas. El lector común debe tener en cuenta que es un equipaje mayor. Habla de la vida y de la muerte, del acto de morir. De la inmortalidad del alma de las personas y los pueblos. En un combate de la inmortalidad y el tiempo. El ahayu, los chullpa tullus. Del macrocosmos como del microcosmos, del tiempo, el todo, es decir la Pacha. Pero al mismo tiempo el alegato anticolonial, el mayor y más profundo que se haya escrito. Habla de lo híbrido de las especies, de los pueblos y del lenguaje. La apología de la hoja de coca y su deslinde con la cocaína. El texto se presta a interpretaciones diversas, es un viejo cordón de nudos, extenso quipu donde se atan temas y teorías diversas. Libro pionero, con mucha anticipación tomó a quienes “descubrieron” por su cuenta estos temas. Habla de religión, filosofía, estética, y política, ciencia. No olvides: la ciencia no es ortodoxia. Sus afirmaciones son hechos experimentales.
4. Una obra abierta, nos brinda un margen de interpretación, aun cuando Churata tiene claro lo que dice, incluso cuando lo gana la escritura automática, las boutades, no frecuente. Para él las palabras son juguetes lúdicos, polisémicos. Juega.
5. Se requiere abrir la imaginación a la existencia de seres divinos, mágicos, fantásticos. Una fauna antropomórfica discurre en el grandioso retablo del Titicaca. El instinto, y esa fauna antropomórfica son la base del mito churatiano. También es un canto al Lago y al anillo circunlacustre. Y al Ande.
6. Libro híbrido, en el sentido total de la palabra, prosa y poesía, ensayo y narración, ficción y realidad, barroco y ultraísta. Andino. Valora lo indio y lo clásico español, es devoto de Fray Luis y de Santa Teresa de Ávila. Del Quijote. Es el connubio de lo universal y lo nativo. Un libro pos moderno.
7. Múltiples son los géneros y especies literarias, que lo convierten en un cantar de cantares, en un pensar de pensares, un penar de penares, donde la prosa y la poesía señalan sus fronteras por momentos, cuando en otros son la misma cosa. En todo caso, la misma masa lingüística, de sensación y conocimiento.
8. Los autores más influyentes en su escritura, son Nietzsche y Píndaro. San Agustín, Luciano, y Meister Eckard. Tanto como Platón y Bergson. Luciano y Goethe. En ese orden. Además de otros. Ese, el diálogo universal. Píndaro.
9. Se requiere tener competencia cultural quechua aymara, base del mundo churatiano, necesario es saber algo del lenguaje de Adán. No el de Martín sino el de Eva. Y lo difícil, una gran sensibilidad para aproximarse lo más posible a su vibración.
Hace cincuenta años dije, en un desierto absoluto, que era el libro sagrado del indigenismo, cuando el medio era adverso para su aproximación. “La Biblia del Indigenismo”. Sonaba bien, con los años se ha repetido la etiqueta sin trascender a su contenido teúrgico, sin trascender a la invitación que el amauta Orkopata hace a los seres humanos, a la comunión en “El Pez de Oro”, en el espíritu y a la idea que el Tahuantinsuyo podría ser el comienzo de una nueva era para la cultura humana, para una reorganización del conocimiento devastado por el racionalismo. Veleidosamente se ha escamoteado ese significado.
Pensamiento radical, dirán algunos, sí, pero útil para entender a la literatura y al pueblo americano, en una época antropocéntrica, cuando el humano solo es un elemento de la naturaleza y el cosmos, uno de ellos nada más. Sin duda el más perturbador. Creemos que la tierra nos pertenece cuando en realidad nosotros pertenecemos a la Tierra, creemos ser el centro de lo existente cuando ni siquiera conocemos el eje de nuestra propia existencia. Y ese es el sustento para la existencia de lo que hoy llamamos socialismo andino –amazónico, los ayllus, base de la sociedad inkásica de Churata.
Hoy, que pensadores y estudiosos del mundo entero, se congregan insuflados y conmovidos por su ignición y fosforescencia, vemos que sus páginas, plenas de latido, se mantienen conservadas por el rocío de la mañana. Aquí una nueva edición de “El Pez de Oro”, abierta a las nuevas generaciones de lectores, gracias a José Luis Velásquez Garambel, uno de los editores más brillantes del Perú actual.
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