Testimonio de la vida de su padre en los recuerdos de Amarat Peralta, hijo de Gamaliel Churata
Cristobal Amaratt Peralta Gallardo
“Soy yo, tu Indiecito que se convirtió en achachi, el que te siente vivo en mis recuerdos y mi corazón, y en ellos te atesora”.
HISTORIAS DEL CAPITÁN:
¿Recuerdas cuando era muy niño y no quería ir a dormir si no me contabas antes tus historias inventadas del Capitán y sus Mamuts, historias que me transportaban a ese mundo mágico de fantásticas aventuras, de las grandes hazañas del gran Capitán que comandaba sus tropas montado en un hermoso e imponente mamut, librando épicas batallas para liberar a su pueblo de la opresión de sus enemigos y de las que regresaba victorioso a su ayllu donde era recibido por sus hermanos orgullosos de su valiente Capitán? Ahora entiendo que el Capitán no era otro que Onphan, tu adorado hijo.
MAMITA BRUNILDA Y ONPHAN CHOLATO:
Cómo no recordar a la Mamita Brunilda y a Onphan Cholato si desde nuestros primeros años nos enseñaste a quererlos y considerarlos, tanto que siempre que llegaba a visitarte los sentía presentes acompañándote. Te encontraba siempre trabajando, con la máquina de escribir sobre la mesa que hiciste preparar expresamente para poder trabajar en la cama, me acercaba y te saludaba ¡Napaykuyki Apu Inca! te daba un beso en la boca, otro al cuadro de la Mamita Brunilda que tenías colgado cerca de la cama y luego al pequeño grabado en madera con la imagen de mi hermano, Onphan Cholato, el primer Teófano, hijo de la Mamita Brunilda.
EL ESTAFETA Y LA TERRAZA:
Pasaron los años y mis hermanos Coya (Estrella, con marcada disposición a la poesía) y Coyo (el segundo Teófano, brillante estudiante universitario) ya jóvenes, partieron de La Paz a Lima, y te enfrascaste en corregir tus libros y escribir tus artículos, trabajabas rodeado de tus originales, de tus estantes llenos de libros, de periódicos y de escritos que se apilaban sin fin sobre la mesa grande, recuerdo también que leías mucho y la terraza, contigua al dormitorio, era tu lugar preferido para hacerlo, sentado cómodamente en tu sillón, solías pasar horas allí tomando sol, apreciando el paisaje casi campestre y leyendo los periódicos, revistas y libros que te mantenían conectado con el acontecer diario de Bolivia y el mundo.
Por entonces el indiecito se convirtió en tu Estafeta, el que traía y llevaba las notas y escritos a los periódicos, revistas y emisoras con los que los tenías comprometidos, sobre temas que años después conocí, trataban de diversos aspectos como cultura, política, opinión, literatura, poesía, crítica y hasta gastronomía; me sorprendía la rapidez con la que los terminabas mientras yo, a modo de esperar, jugaba en el amplio patio del primer piso, hasta que de pronto salías a la terraza a llamarme para que vaya a entregar los artículos ya concluidos; partía entonces rápido y contento a recorrer mi ruta itinerante desde la casa en Obrajes hasta la ciudad en algún vehículo de servicio, bajar en El Prado, tomar la avenida Camacho, las calles Onda, México, Socabaya a la Plaza Murillo, y así otras que ya se me desdibujan en la memoria, entregando mi preciosa carga en el local de cada destinatario, “Radio Illimani”, “La Razón”, “Última Hora”, “La Nación”, y recibiendo la gratificación de golosinas, pastelillos y refrescos en el cafetín.
LOS RATONES:
Seguramente, que como resultado de toda tu actividad era tal la cantidad de papeles acumulándose sobre la mesa grande que llegó a intrigarme cómo los ratones no los tocaban, hasta que una de las noches en la que me quedé a dormir, a los pies de tu cama como me gustaba hacerlo, escuchar tu voz me despertó y en medio de mi adormilamiento vi un pequeño ratoncito sentado en sus patitas traseras en una esquina de tu máquina de escribir al que, como si le hablaras, le alcanzabas al hociquito un pequeño trozo de queso, cuando me moví salió corriendo y desapareció, dijiste que era uno de los muchos que te visitaban y con los que habías establecido un pacto, creí comprender entonces por qué me mandabas a comprar tanto queso y porqué siempre los ratones respetaron tus papeles.
MAGIA:
A pesar de tanto tiempo transcurrido ya, aún recuerdo con claridad el sonido de tu máquina de escribir repiqueteando en la noche cuando corregías tus libros, de pronto el repiqueteo cesaba, dejabas de escribir y empezabas a leer en voz alta dándole vida a cada uno de tus personajes, entonces el silencio se poblaba de voces y sonidos que cambiaban con cada personaje, y la noche se hacía mágica: diálogos, carcajadas, ovaciones, aplausos, silbidos, canto de pájaros, rugido de animales; cómo disfrutaba ese fantástico retablo, aunque no entendía la profundidad de los temas ni el diálogo de los personajes igual los disfrutaba.
Todo se transformaba en un mundo diferente cerca de ti, oh mi querido Taita, Apu Inca, Don Gamaliel, gracias por darme tan hermosa niñez.
LOS ALMUERZOS:
Y los memorables almuerzos en casa de mi madre, Don Gamaliel, cómo disfrutaban de tu compañía mis tíos, hermanos de mi madre, y que no hacían más que pedirme te diga que cuando vinieras de tu casa de Obrajes a la ciudad nos acompañaras a almorzar; cómo se divertían con tu conversación, con tus bromas y tus ocurrencias; cómo olvidar a María, la cholita que vino muy pequeña para ayudar a mi madre a cuidar de mí y de Fedor y que cuando te veía te abrazaba con tanta ternura y la hacías sentar a la mesa, a tu lado. Cómo te apreciaban mis tíos a los que motejaste como Miquicho, por Miguel; a sus hijos, mis primos, el Chicote Miguel Ángel, un verdadero chicote; y el Estebandido, por Esteban; y mis tíos, Josicho, por José y Davicho, por David. Y mi madre que recibía con agrado tu galantería cuando alababas el almuerzo y le decías “carajo, Señora, todo estuvo de rechupete” o “festín de dioses, señora” o “Boccato di cardinale” y muchas frases más que no recuerdo; al terminar la agradable sobremesa te despedías y pasabas a mi cuarto para tomar una breve siesta.
RETORNO A PUNO:
El retorno a Puno después de más de treinta años en Bolivia. Ahora es 18 de abril de 1964, vamos rumbo a tu adorado Puno, regresas lleno de proyectos y sueños sin presagiar la mala entraña de algunas personas que se empeñaron en hacerte la vida imposible, este tema tan desagradable lo dejaremos para otra ocasión.
Recuerdas que cuando estábamos a punto de abordar el barco que nos llevaría a Puno me diste una lección de honestidad y rectitud moral cuando me dijiste: “que nadie en Bolivia diga que tu padre tocó un solo centavo que no fuera fruto de su trabajo honesto, me voy como llegué, con mi maleta y dos bultos de originales de mis libros”. Sí, Don Gamaliel, tomé tu ejemplo y nunca toqué nada que no fuera fruto de mi esfuerzo honesto.
En el barco se te veía feliz y tú mirabas embelesado el panorama de tu tierra y su lago azul como el cielo; recuerdo que en la noche salimos a la cubierta y nos encontramos con un cielo estrellado donde titilaban millones de estrellas y una luna llena que iluminaba las aguas del lago y las olas que crecían al paso del barco cambiaban de color haciéndose de plata, y tú, parado al borde de la plataforma, bañado por los mismos destellos eras parte de ese microcosmos, entonces comprendí que habría que carecer de alma para no escuchar con los sentimientos los llamados de la Pachamama y su majestuoso Lago Sagrado.
Ya al arribar al muelle de Puno era más que evidente la emoción que sentías cuando bajamos del barco y plantaste los pies en tierra puneña, respiraste profundo, se te humedecieron los ojos, miraste hacia los cerros y se te iluminó el rostro de contento, estabas de regreso y te esperaban momentos felices con algo del antiguo calor familiar en casa de tu hermana Juanita, en la calle Pardo, con alguna de sus hijas y nietos además de Nina, tu hija, y el invariable afecto en el reencuentro fraternal con tus camaradas de Orko-pata, todos te acogieron con mucho cariño y admiración, como lo registran las imágenes que quedaron. Tuviste también la enorme satisfacción de encontrar una pujante generación de jóvenes talentosos que se acercaban con afán a conocerte y saludarte interesados en tu obra y tu retorno.
Luego vendría lo demás, los zarpazos de la ignorancia, la incomprensión, la vileza y la mala salud.
CAMINO AL CALVARIO:
De Lima diremos poco, es doloroso recordar, llegaste enfermo a los brazos angelicales de Marujita, Sor María Hermana de la Caridad, tu sobrina, hija de tu amorosa hermana Juanita y una de las varias religiosas de la familia, te recibió en la Clínica del Hospital Loayza y recuperaste la salud gracias a los cuidados de los médicos y a los mimos y ternura de la dulce Marujita. Después empezó el calvario, te tocó cargar una cruz muy pesada y me resisto a recordar más porque me desgarra el corazón.
UN SUEÑO:
Todo lo que sucedía alrededor de mi querido padre para mí era mágico, como el sueño premonitorio que tuve unos días antes de su fallecimiento.
Soñé que caminábamos por el altiplano como solíamos hacer cuando me llevaba a Viacha, de pronto empezó a apresurar el paso y me decía, Indiecito apúrate que te dejo y yo corría tratando de alcanzarlo y no podía porque a medida que se alejaba su figura crecía hasta hacerse gigantesca y desaparecer entre los cerros; desperté angustiado y llorando. El lunes siguiente llamó un amigo muy querido para darme la mala noticia.
En ese tiempo, mi hermano Fedor y yo trabajábamos en la construcción de la carretera Huánuco-Tingo María y el único medio de comunicación era la radio de la empresa, no pudimos tomar el avión y viajamos toda la noche por tierra para llegar a Lima al día siguiente, en tanto procedieron con el entierro sin esperar por nosotros; inmediatamente nos dirigimos en busca de Teófano a su habitación en Lince, lo encontramos abrumado y lloroso y nos abrazamos los tres a llorar juntos nuestro inconsolable dolor, así salimos rumbo al cementerio a llevarte flores regadas con nuestras lágrimas y reencontrarnos con tu espíritu para anidarlo en nuestros corazones por siempre, hasta volvernos a reunir.
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