“Para las locas. Las inadaptadas. Las rebeldes. Las alborotadoras. Para las fichas redondas en los huecos cuadrados. Para las que ven las cosas de forma diferente. Para ellas, que no les gustan las reglas, y no sienten ningún respeto por el estatus quo”.
Fragmento y adaptación del verso original de Walter Isaacson
Irma Colquehuanca Usedo
Pensar diferente no es solo un desafío para el ser humano, es toda una osadía, y más todavía considerando nuestro sistema falocéntrico; en ese marco, para nosotras, las mujeres, pensar diferente se convierte en un doloroso atrevimiento.
A lo largo de nuestra historia, como seres humanos, muchas mujeres tuvieron la audacia de no solo pensar diferente, sino de ejercer y movilizar aquellas ideas, para materializarlas a través del arte de la escritura. ¿Pero cómo podríamos dedicarnos a escribir? Si nacimos con vagina, si nacimos para la cocina y para parir.
Negadas para la escritura, por la divina voluntad masculina, estábamos condenadas a vivir bajo la sombra y las migajas de una educación avasalladora. Así lo demuestra Enheduanna, la primera y única mujer acadia [quien habría ocupado un alto cargo político–religioso en Sumeria, civilización que inventó la escritura] de la cual aún se conservan algunos escritos y poemas en tablillas de arcilla. Fatal destino para Las Enheduannas marginales, indigentes, desposeídas y privadas de cualquier tipo de poder.
Pese a estas insufribles condiciones, el brío y la irreverencia mujeril, rompieron con las limitaciones preconcebidas de sus épocas; algunas lo hicieron desde el palco más sublime, llamado poesía; y otras desde un escaño más sedicioso, contestatario y efervescente. Sin embargo, poco o nada importaba su vereda, ni el estilo que ellas eligieran: su trabajo siempre fue desestimado e incluso menoscabado.
Observemos en la Edad Antigua. A la poetisa griega Safo de Lesbos (de donde proviene la palabra lesbiana) a quien en la democrática Atenas se la tildó de homosexual, por el noble hecho de organizar academias al estilo de Platón, dirigidas a doncellas casamenteras, y por expresar libremente sus afectos, se la castigó con el destierro. Fue llamada la “Décima Musa”, pero su obra no tuvo la trascendencia de sus coetáneos masculinos.
Vistas como seres concupiscentes, demonizados e imperfectos, durante el enfermizo Medioevo, la veneciana Cristina de Pizán le hace un llamado a la mujer desde su frase «No hay que quedarse agazapada en un rincón como un perrillo. Instruiros y empuñad la pluma». Ella, mujer viuda, con hijos, independiente y escritora, representa el epítome de lo gallardo y valiente de su época. Considerada como la primera escritora de tendencia feminista, sufrió el desprecio y la misoginia de su tiempo.
Entrada la Modernidad, los seres humanos nos llenamos de ínfulas de rebeldía y libertad, y esta naciente sensación anidó en la conciencia de la francesa Olimpia de Gauges, mujer que no conforme con la Declaración de los Derechos del Hombre [humano con pene] y del Ciudadano [humano con pene que puede elegir y votar] de 1789, nos invitaba a interpelarnos: «Mujeres, despertad. Reconoced vuestros derechos. ¿Cuándo dejaréis de estar ciegas? ¿Qué ventajas habéis obtenido de la Revolución? » Y asumir la defensa por los derechos que nos corresponden. Ella fue la autora de la Declaración de Derechos de la Mujer y la Ciudadana de 1791, obra pionera en su tipo, pero que no recibió ni la importancia ni la acogida que merecía.
¿Y qué hay de nuestras mujeres, las andinas, las peruanas? ¿Cómo ha sido su tránsito en el camino de las letras? Si de algo podemos estar plenamente seguras, es que la suerte ni el proceso han sido muy diferentes. Clorinda Matto de Turner, escritora y periodista cusqueña, es un claro ejemplo de ello. Fundadora de la imprenta “La Equitativa”, dio trabajo a muchas mujeres. Organizó reuniones de tipo feminista con Juana Manuela Gorriti, y en gran parte de su obra literaria intenta plasmar la dura situación social de la mujer y el indígena peruano. No obstante, ella no estuvo exenta de recibir agravios hacia su obra, con expresiones como: “Déjate de nidos y aves, pues ni ortografía sabes”, o bajezas como la de ser excomulgada por la iglesia o, peor aún, que su obra fuese vetada. Acciones que solo pretendían mellar su entereza humana y hacerla presa de prejuicios sexistas.
George Orwell dijo: “La historia la escriben los vencedores”. Si las mujeres hubiésemos aceptado este supuesto como real y verdadero, también habríamos pavimentado el sendero infranqueable hacia el reconocimiento de que hemos sido doblemente vencidas. Porque no se nos ha permitido ser, no se nos ha permitido expresarnos libremente y porque nuestros sentimientos y más bajos deseos, han estado atados a la normativa social. Este ensueño machistoide, lo hemos desbaratado con creces, nos ha costado improperios, desprecios y humillaciones, es cierto; pero hemos vencido, porque estamos y seguiremos escribiendo.
Comentario sobre post