Fragmentos de la Novela “Te Esperaré en el cielo”, del escritor puneño Fidel Mendoza Paredes. Practicó por muchos años el periodismo, sin universidad ni academia, y consiguió extraordinarios lauros como escritor.
Fidel Mendoza (Huancané-1972)
Los niños fueron los que más padecieron el hambre. Desde el amanecer, los niños perseguían insectos y lagartijas para devorárselos. Hubo riñas en que se disputaban el privilegio de haberlos visto primero, reclamaban el derecho que les correspondía. Resolvían las disputas primero a puños, posteriormente se repartían en porciones iguales el improvisado “manjar” que en algo mitigaba el hambre.
Sólo una densa humareda se levantaba las veinticuatro horas sobre Monteverde. Los vecinos de otros poblados curiosos observaban por las mañanas y tardes. Muchos creyeron que los habitantes de Monteverde se habían convertido en cazadores de sapos y lagartos. Decían que todos los días se dedicaban a asar reptiles y batracios, no sabían con qué fin. Otros especulaban que se estaban comunicando a través del humo, con otros planetas para salvarse del Juicio Final. También hubieron quienes decían “los monteverdinos están adelantando la fiesta del Niño San Salvador”.
No faltaron los que exageraron diciendo que los monteverdinos habían hecho un pacto con el Diablo para que les dé mucho dinero. Los más impúdicos decían que “las mujeres de Monteverde, vuelan desnudas por las noches montadas en escobas. Para volar toman sangre de sapo mezclado con alcohol, se meten una vela encendida en el trasero, en seguida se van volando donde el diablo y se regalan. En recompensa de las relaciones sexuales, el diablo les da oro. Se regresan en la madrugada con muchos sacos de carbón ligados con sogas al lomo de varias alpacas, que a la llegada del Sol se convierte el carbón en oro, las sogas en culebras y las alpacas en lagartos”.
El humo cubría por todas partes. Se hacía difícil respirar el aire espeso en Monteverde, sin embargo, para los pulmones de sus habitantes parecían esenciales. El denso humo llegaba a varios kilómetros de Monteverde. Una epidemia de estornudos recorría otros poblados vecinos.
Las mujeres y niños de Monteverde no sentían ningún malestar. Parecían inmunizados contra el humo. A más humareda creían estar más protegidos de las amenazas de los kharisiris. Un hollín negro se formaba alrededor de sus fosas nasales, este hecho significaba buen presagio para estar a salvo de los carniceros humanos, que estaban tras sus costosas grasas corporales.
El humo se mezclaba en el cielo con las nubes, formando una gruesa capa gaseosa que no dejaba pasar los rayos solares. Se observaban monstruosas figuras en los nubarrones, parecían estar engulléndose entre ellos, este panorama adquiría características espantosas. Esperaron la lluvia, ni una gota de agua se desprendía de las nubes.
Monteverde se fue oscureciendo a partir del mediodía, mostrando un paisaje tenebroso. Sobre el cielo de los poblados vecinos no existían las mismas nubes aterradoras. Las nubes mostraban extrañas anatomías de animales espectrales.
Un trueno anunció el inicio de la tormenta. Era una extraña tormenta. Unas cosas verdes se desprendieron de las nubes, caían como copos de nieve, con la diferencia que tenían coloración verdusca.
Caían suavemente uno tras otro. Se movían en el suelo igual que culebras. No eran culebras. Eran gusanos del porte del dedo índice. Una de las mujeres cogió a uno de los bichos para examinarlo con los ojos, la alimaña era agresiva, le mordió tan fuerte en la palma de la mano que le arrancó un pedazo de piel.
Los primeros gusanos se tostaron en brasas candentes de las fogatas. Caían con más intensidad, emitían en su caída un chirrido que hacía vibrar los tímpanos. Seguían cayendo abundantemente. Los gusanos apagaron todas las fogatas, cubriendo después todo el suelo.
Sonaron los pututos. Mujeres y niños corrieron para reunirse.
—¡Los Kharisiris están haciendo llover gusanos! —gritaban.
—¡Ya no son suficientes nuestros collares, ahora coman ajo!—ordenó Inés.
Manojos de ajo fueron masticados, cumpliendo la orden.
La vieja Fortunata avivó brasas en un incensario, como las veces que hacía para implorar el cese de las tormentas. Salió al medio del patio, arrodillándose pidió clemencia al cielo. Los gusanos cubrieron su cuerpo, soltó el incensario y los voraces bichos le despellejaron en pocos minutos. Murió ante la estupefacta mirada de las mujeres.
Siguió lloviendo copiosamente. Los patios de las viviendas y toda la comunidad fueron cubriéndose de alfombras movedizas.
—¡Sálvese el que pueda, corran, cúbranse con lo que sea, salgan fuera de Monteverde, nuestra tierra está maldita, los kharisiris nos harán chupar la sangre con sus gusanos. ¡Dios nos reunirá en el cielo, allí nos encontraremos!, fueron las últimas palabras de Inés.
Mujeres y niños corrieron despavoridos por todas partes. No cesaba la lluvia de gusanos. Las alimañas perseguían en oleadas a los pobladores.
Voraces devoraban los pastizales, también se devoraban entre ellos mismos. No existía un centímetro de tierra que no esté cubierto de gusanos.
Las alimañas ocuparon Monteverde. Se metieron a las viviendas, cubrieron todos los rincones. Hambrientos desasieron centímetro a centímetro la piel de mujeres y niños. Ahogaron sus gritos y lamentos.
Los gusanos borraron del mapa a Monteverde.
¿Quién es Fidel Mendoza Paredes?
Forma parte de “La Generación de Fin Siglo” o ”Generación del 90”. Escribió “Te esperaré en el cielo”, la primera novela de violencia social en el Perú, publicada en tres ediciones; escribió “Impresa Taciturna”, “Herejías”, entre otras publicaciones. Es un conocido analista político de la región; fue colaborador del Diario “Los Andes”, de los semanarios “Confidencial”, “El Sur”, “Prensa Al día” y otros medios escritos. También dirigió programas radiales. Es abogado y licenciado en educación, exasesor de los trabajadores mineros de ARASI SAC, y de otras organizaciones sociales, y también exfuncionario público.
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