Boris Espezúa Salmón
Afines de la década de los años setenta y a lo largo del ochenta del siglo XX, el diario “Los Andes” era un centro de confluencia de escritores, pintores, músicos, periodistas, abogados y otros que solían encontrarse entre ellos y con Samuel Frisancho Pineda, Director del Diario. Allí era cotidiano encontrar a Augusto Ramos Zambrano, Efraín Miranda, al propio J. Alberto Cuentas, José Paniagua Núñez, Luis Gallegos, Francisco Montoya, entre otros. Mientras el Diario daba cuenta del quehacer de las principales noticias de Puno, con una sección cultural, estaba siendo testigo del acontecer de la región que, como ahora, siempre ha tenido momentos de alborozo, de movilizaciones políticas, de medidas de lucha por grupos campesinos y de comerciantes, eran los tiempos de la resaca de los gobiernos militares y el reinicio de la vida constitucional con el regreso de Belaúnde y luego de Alan García. El SUTEP, la CGTP eran gremios muy fuertes, pero también en formas firme se iba sintiendo el asomo de la guerra civil interna, que pondría al país al centro de una capilla ardiente.
El diario “Los Andes” tenía su librería, donde se podía encontrar algunos textos de Alfredo Macedo Arguedas, Ignacio Frisancho, algo de Dante Nava, además de vender algunos textos de los poetas del 50, como de Juan Gonzalo Rose, Alejandro Romualdo y otros, allí descubriríamos a poetas mayores como Peralta, Miranda, Paniagua, Ayala, Aramayo, Percy Zaga y Jorge Florez Aybar que ya habían publicado textos y dibujaban la fisonomía de la literatura Puneña. Recuerdo que allí adquirí los tomos del Primer Festival del Libro Puneño, que me permitió adentrarme por primera vez a la prosa de Churata, conocer el verso bronco y de fino lirismo de los poetas indigenistas. Por esos años también salía el “Album de Oro” del departamento de Puno, que en sus más de 15 volúmenes constituye una referencia importante del quehacer cultural, social, económico y político en la Región de Puno. Pero, de igual modo para poetas nuevos que se iniciaban –como quien escribe esta nota- las primeras antologías de cuento y de poesía daban cuenta de toda una tradición de escritores que marcaban las fuentes bibliográficas que era necesario conocerlas y reconocerlas. Éstas antologías las sacaba Don Samuel, más conocido como el apreciado “Chalupas”, quien, además se daba tiempo para asistir a los viernes culturales del Instituto Americano de Arte que promovía actividades culturales intensamente, en ese sentido conocimos la personalidad animante del Director del diario “ Los Andes” para quienes pergeñábamos el periodismo y la literatura fue un aspecto muy importante de impulso para seguir adelante en esta brega destinada para quienes tienen que vencer muchos prejuicios y adversidades contrarias a la cultura.
Recuerdo que en ésta década, dos personas sintetizaban a su modo la vida cultural de Puno, ellos eran Efraín Miranda y Hernán Cornejo. El primero, acogía a los jóvenes y nos hablaba de Rilke, de tener que forjar un tema en el trabajo literario, que debería ser principalmente de la matriz andina. El segundo, era un puneño a carta cabal, implacable y terminal en su terco amor por Puno, en exaltar y valorar el arte, la literatura y asumir el reto de encarnar el reto y contribuir a ésta tierra de pensamiento y libertad, lo que inculcaba en los amigos. En aquella década floreció el grupo de Arte “Utaraya” que líderó Percy Zaga y Serapio Salinas y que tenía como característica descentralizar las actividades culturales a las provincias y promover la revaloración de artistas y escritores anónimos. Por esos años también surgía el Grupo Pictórico “Quaternario” con Anarco Valencia, Moshó, Pacha Willka y otros que optaban por una libertad en pintura a partir del eje andino.
En la década del noventa, ya cuando fenecía la librería del Diario “Los Andes” y cuando se encontraba en sus últimos días don “Chalupas”, el diario “Los Andes”, aún se resistía a morir, a pesar de haber cambiado la antigua imprenta por el sistema offset, era notorio que el ciclo de este diario estaba en decadencia, más aún, cuando ya no era conducido por don Samuel Frisancho y muy a pesar de que algunos editores de ese tiempo como Hernán Cornejo o Marco Valderrama ponían mucho empeño, la ausencia de un real apoyo y una prognosis a futuro abonaban su caída.
Era una década líquida, es decir que se levantaba en bases algo movidas ya que veníamos de una década violenta, y ciertamente ya habíamos asumido una forma de resiliencia, es decir de una capacidad de poder vencer una serie de problemas que desanimaba a cualquiera, y ocasionaba poca fe en renovar esperanzas y nuevos bríos. Sin embargo, el noventa transcurría entre estertores, entre formas de sobrevivencia, los “paquetazos” y la cotidianeidad de las “colas” y “los toques de queda” hacían del peruano promedio un ciudadano que cada vez pateaba más latas vacías y anteponía la desconfianza a todo, mientras en el gobierno empezaría una indetenible corrupción que fue signo de la fragilidad democrática que hasta el día de hoy se manifiesta.
Ya en el siglo XXI, el diario “Los Andes”, será renovado, trayectoria nueva que va surcando otro ciclo, que va culminando la segunda década del presente siglo en forma sostenible y ciertamente con competencia que constituye retos de mantener un espacio tradicional. Entre los primeros años del presente siglo saldrá a luz el libro de Cristhian Reynoso “El Látigo del Altiplano” que trata de la vida de Samuel Frisancho, en homenaje al hombre que como diría Pablo Neruda: “A su modo fue testigo de su tiempo”. Y que supo congregar el perfil de una puneñidad que pareciera desdibujarse en estos últimos años. Valga esta nota, que da cuenta del segmento de tiempo de la vida cultural de Puno que sirve de marco para entender el contexto del diario “Los Andes” y puntualizar que hace falta en Puno, formar y consolidar un periodismo cultural más sólido e investigativo como fueron en su época Federico More, Gamaliel Churata en ciertas facetas, por ejemplo, que dejaron una valla muy alta para que nuestro periodismo puneño sea bastión de pensamiento crítico, de reflexión profunda de lo hondo y maravilloso en esencia que es nuestro país y que el diario Los Andes ha sabido reflejarlo, con hombres como Samuel Frisancho que avizoraron la grandeza de su tierra.
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