Aquella tarde tumbamos las bicicletas en la entrada al bosque.
Tú, con un vestido rosado, zapatito de charol y con tu muñeca de trapo en brazos. Y yo, con mi carro de madera y mi sucio overol.
Botamos los juguetes. Nos miramos fijamente, nos cogimos de la mano y atravesamos el bosque, nos hundimos en su espesura como rayos de luz, el mismo bosque donde se perdió tu Laikita, desde entonces nunca quisiste tener un perro.
En mitad aquel laberíntico bosque jugamos a la “pesca pesca”. El que se deja atrapar es una vaca o un burro, nos decíamos. Largos minutos después, ya cansados, nos echábamos en el césped para descifrar las formas de las nubes. Aburridos de contemplar el cielo, nos mirábamos y te robaba un beso (mi primer beso) y me perseguías como pidiéndome que repitiese el beso. Ya no jugábamos a la “pesca pesca”, sino a “las escondidas”. Nos parecía más divertido buscarnos que perseguirnos, cada dos o tres minutos te hallaba y te volvía a perder, hasta que, en una de esas, desapareciste.
Los pelos se me erizaban, aterrorizado empezaba a gritar tu nombre, corría a tropezones de un lado a otro. Mi corazón empezaba a latir sin cesar, lloriqueaba, poco a poco mi voz se iba cerrando, mientras tu nombre se iba oyendo cada vez más bajito. Entonces, tú aparecías entre los arbustos, toda tranquila.
Aquel miedo a perderte siempre me aterró. Hoy se ha apoderado de todo mí ser, no quiero mirar tu plácido cuerpo tumbado en el ataúd, por vergüenza a gritar tu nombre. Me contengo toda señal de dolor, ojalá resista. Por compromiso, abrazo a mi mujer que llora sin cesar. Para mí fue una prima buena también, dice sollozando.
Dudo mucho que te levantes del ataúd y me digas: solo te quería asustar.
EL DISFRAZ
Necesitaba solo una cosa: que alguien se incomodase con su opinión. Enseguida iba a buscar un baño, no importaba si era de mujeres. Ya dentro del baño, miraba con sumo cuidado que nadie le estuviese espiando, se llevaba la mano sobre la cabeza y jalaba hacia abajo el cierre del disfraz, en un dos por tres quedaba liberado de ese disfraz de “hombre irritante” pero inteligente.
Su mecánica era simple: sacaba de su billetera un sobrecito, lo estiraba, metía uno a uno los pies en una especia de bolsa y luego jalaba el cierre de abajo hacia arriba. El disfraz sin ningún problema se ceñía al cuerpo.
Salía del baño con toda la normalidad del caso. Ahora era un “hombre cordial” pero poco agraciado, que platicaba y escucha a sus interlocutores sin incomodidad. Aunque se sintiese un tanto diferente, nadie lo notaba. Además, no era la primera vez que cambiaba de disfraz, había días en los que lo hacía en cada comida, dependiendo la ocasión.
El cambio de disfraz no solo era una novedad propiamente dicho –claro, era un secreto a voces, sí- pero era una salida a las costosas terapias de personalidad y a las peligrosas clínicas de cirugía estética.
Las tiendas que expendían los disfraces se perfilaban como uno de los negocios más rentables del mercado. Tener una de esas tienditas, no era una pésima idea, demanda no faltaría, después de todo, nadie está contento con su apariencia y personalidad.
Alberto Flores Vilca (Juliaca)
Estudió Ciencias de la Comunicación Social en la Universidad Nacional del Altiplano de Puno (UNAP), dirigió el cortometraje “La jaula” (2014) estrenado en el VII Festival de cine Cinesuyu en Cusco, luego vendría “La caja” (2015), trabajo de ficción que ganaría a mejor cortometraje, dirección, fotografía y actor en el “III Festival de Cine de Juliaca”. Ese mismo año rodó “El interior y el exterior de la ausencia”, documental experimental que ganaría a “Mejor montaje en el festival ya mencionado y Selección Oficial en Independientes I Festival de Cortometrajes” en Arequipa (2017).
En el pregrado publicó narraciones en el boletín “Hervidero Rapsodial” y ahora prepara un libro de cuentos breves.
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