Néstor Pilco Contreras
El General Miguel de San Román nació en Puno en 1802; sus padres fueron el coronel del Ejército Real Miguel Pascual Melchor San Román y María Meza. Fue militar que luchó en las diferentes campañas durante la independencia y las guerras civiles republicanas hasta mediados del siglo XIX. En el aspecto político administrativo, ocupó diversos cargos: diputado, prefecto, ministro, presidente de la convención nacional y, el 24 de octubre de 1862, asumió la Presidencia de la República del Perú; su gobierno duró menos de 6 meses. Falleció el 3 de abril de 1863 en Lima. Ante el lamentable suceso, en Puno, el 24 de abril del mismo año, el presbítero José Manuel Pino realizó una oración fúnebre que a continuación transcribimos:
La muerte del Gran Mariscal San Román, es acaso señores un castigo de la providencia, porque además de quitarnos un personaje ilustre – a un magistrado íntegro – a un mandatario respetuoso a la Ley que prometía esperanzas fundadas de ventura y prosperidad para el país. También lo ha sumido en un estado tal, que solamente por un auxilio especial de la misma providencia, y por la abnegación y patriotismo de sus hijos podrá salvarse y continuar su marcha por el sendero del orden en que lo colocó aquel.
En los cinco mes y días que ha estado en el solio del poder, el general San Román nos ha dado pruebas evidentes de su patriotismo y respeto a la ley. Ha conservado con esplendor y honra las relaciones de la república con otras naciones continentales y ultramarinas: Redujo al ejército al número que la constitución designa, conservando en sus puestos a los que tenían mérito para ello, aligerando así la pesada carga que gravitaba sobre la nación, favoreció el comercio y la industria; protegió las ciencias y las artes – rindió veneración y respeto profundo a la religión – concedió absoluta libertad a los políticos y economizó sin miseria, una suma considerable que profusamente se malgastaba antes. Ha tenido la satisfacción, – de que, en el corto tiempo, pero brillante periodo de su administración ninguno haya sido condenado a vivir fuera de su patria – más bien siguiendo los principios de una política sagaz y humanitaria, se rodeó de los hombres más grandes del Perú que antes gemían en el extranjero bajo las angustias del ostracismo.
Después de estos actos verdaderamente heroicos que nos obligan a una eterna gratitud a la memoria del gran Mariscal San Román, falleció y entregó su alma el día 3 del corriente, dando testimonio de su eminente catolicismo, de su honradez e integridad, – sintiendo que la muerte se aproxima, que pronto dejaría la tierra, prepara su alma con todos los auxilios que nuestra inmaculada religión nos dispensa – e hizo su última disposición donde declara el presidente del Perú su pobreza y patriotismo. Rato antes de morir reúne a todos los hombres influyentes: llama a los generales Castilla, Echenique, Castillo, Vivanco y a otros – y desde su lecho de dolor les dirige su último adiós – “compatriotas y amigos, les dice, muy luego me separare de entre vosotros para siempre, muy pronto apareceré en presencia del Altísimo a dar cuenta de mis acciones; pero antes de eso la providencia me concede un momento más para cumplir el último deber que me liga a mi patria, en nombre de ese dios eterno que igualmente ha de juzgar a todos, por la amistad que me profesáis os ruego que hagáis la felicidad de esta desgraciada patria digna de mejor suerte, conservad el orden y la Paz – evitado la efusión de sangre y procurad la unión entre nosotros”. Y acabando pronunciar estas sentidas palabras, exhaló el último aliento a los 61 años, 11 meses de una vida llena de virtudes republicanas que deben ser imitadas por todos.
Hombres encargados de hacer conservar el orden, legisladores de la tierra magistrados, prelados eclesiásticos, mandatarios y magnates de toda clase venid a contemplar al hombre justo en su lecho de dolor y agonía. – venid a presenciar la muerte del hombre de corazón recto y os convenceréis que la muerte iguala a todos, y que ante ella el único que tiembla es el hombre que ha obrado bien durante su vida, os impondréis que la muerte pone término a todo, y que solo la memoria pasa a la posteridad; memoria que es maldita hasta más allá del sepulcro, cuando es del hombre que infringiendo las leyes, sembró de discordias la tierra, pero vendita recordada en medio de lágrimas y sollozos, si es del hombre que cumpliendo la ley, la colmó de bienes que aun gustaran las generaciones que en pos de él vengan. Si queréis tener esta dicha, que ciertamente es un galardón, imitad los hechos del General San Román. Sed como él respetuoso y sumiso a la ley, cumplid con ella seréis llorado por todo un pueblo entero: vuestra memoria será llevada en alas de bendición y elogio de generación en generación y vuestras sienes ordenadas por un inmarcesible laurel, que ni el tiempo ni la enviada pondrán marchitar jamás.
Rodeemos señores la tumba de nuestro paisano Benemérito y virtuoso Presidente, derramamos lágrimas de verdadero dolor sobre ella, y reguemos al Dios inmortal, para que la tierra le sea ligera y conceda a su venerable espíritu bienaventuranza eterna. Y tu general San Román, ilustre guerrero y padre de la patria, desde esa región celeste y dichosa donde te creo gozando el premio de tus trabajos y sacrificios no os olvidéis de nuestra tan amada patria, sed el genio tutelar del Perú e impretad del supremo hacedor paz, progreso y felicidad para él; probidad, moderación y virtudes para vuestros compatriotas y tu memoria será imperecedera en el corazón de los peruanos, que ahora te lloran inconsolables, quedándoles de tu vida mortal solo esa imagen que les recordará tus virtudes, y a tu alma que vivirá eternamente en el cielo.
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