El escritor Jorge Flórez-Áybar nació en Puno el 9 de noviembre de 1942. Es uno de los intelectuales que abordó casi todos los géneros: poesía, cuento, novela, ensayo, periodismo, testimonio, etc. Esa una de las razones por las que hemos considerado de vital importancia conversar con él. He aquí las respuestas que obtuvimos en la entrevista que nos concedió.
En su labor como docente en la Universidad Nacional del Altiplano, ¿qué contrastes o similitudes ha podido identificar en torno a la enseñanza?
Me retiré de la Universidad el 2001, en esa época percibí demasiadas falencias, creo que la mediocridad era un rasgo común en los docentes. Y la investigación fue una de las grandes calamidades. No sé si esos problemas aún permanecen al interior de la Universidad; si lograron la acreditación por seis años, debo imaginar que el estado académico ha mejorado. Sin embargo, la SUNEDU, refiriéndose a la Universidad Peruana, ha comprobado que la investigación es un predio que no se ha superado.
La escritura se constituye en un horizonte que representa y reproduce las estructuras del devenir: ¿Su proceso narrativo hace incidencia en algún tópico en especial?
La literatura en general es útil siempre y cuando revele los hechos de la historia tal como ocurrieron. A veces, el sociólogo, el político, el filósofo, el historiador omite, oculta, tergiversa la realidad. En mi ensayo, “Literatura y violencia en las Andes” planteo la periodización de la literatura peruana a la luz de la historia y a su vez doy a conocer la “otra literatura peruana” escrita desde Puno. Abordo algo más de cien autores, de los cuales, cuarenta son puneños que la historia oficial olvidó registrarlos. En ese sentido la escritura juega un rol importante en nuestra región y en el país.
La escritura se constituyó en algún momento en una propuesta en el marco de una búsqueda de identidad nacional ante una clase social o segmento económico: ¿La narrativa surgida en los últimos tiempos con quién o quiénes se identifica?
La escritura o el discurso sigue siendo una propuesta en el país hasta cuando se haya consolidado nuestra identidad, aún débil. La costa sigue representando a los “zorros de abajo”, y Lima es el centro desde donde se dispara el racismo. Los escritores andinos: Juan Alberto Osorio, Feliciano Padilla, Omar Aramayo, Enrique Rosas Paravicino, José Luis Ayala, José Luis Velásquez Garambel, Oscar Colchado, Cronwell Jara, etc.; incluso el crítico, Miguel Ángel Huamán construyen los cimientos de lo que será la literatura nacional.
¿En qué circunstancias su personaje, Alexánder Petrova, se introduce en su sistema narrativo?
Políticamente me formé en la ciudad del Cusco; literariamente, también. Aunque la poesía la encontré en un convento de la Ciudad Blanca. Desde entonces, mi posición ideo-estética y política se halla presente cuando escribo o comento un texto. Alexánder Petrova nace en la década del 80 (siglo XX) durante el terrorismo desatado por Sendero Luminoso y el Estado. Al principio era mi pseudónimo y después se convirtió en personaje de mis novelas e incluso en mi poesía. El personaje como protagonista se fue configurando en un tiempo y un espacio. No solo dentro del discurso, sino en los hechos evocados o imaginados.
¿Su personaje, Alexánder Petrova, es un proyecto, una voz subalterna de lealtad y resistencia nacional a través de la escritura?
Sin duda fue un proyecto que configurara mi posición ideo-política. Mi personaje encarna la posición de muchos escritores jóvenes y en los lectores que se identifican con él, como un ser humano que desea, que ama, que lucha y se sacrifica. Alexánder Petrova me llenó de satisfacción y de consternación. Hubo un escritor joven, Adrián Cáceres Ortega, que sustentó una ponencia: “Alexánder Petrova no ha muerto”, me llené de lágrimas al terminar la lectura. También hubo otro, de apellido Núñez, que dijo: “Que yo debía tomar mi fusil e irme a las montañas”. Mi narración parte de la realidad y me pierdo en los vericuetos de la ficción. Y al final, me doy cuenta que Alexánder Petrova soy yo. Los hechos y los sucesos condenaron mis ideas. Mi compromiso con la realidad fue fatal. Entonces, recordé a Javier Heraud y su poesía y me di cuenta que estoy muy lejos de él.
¿En su actividad literaria cómo convergen su mirada crítica y su actividad creativa?
En primer lugar, debo dejar constancia de que la escritura creativa reside no en la inspiración, sino en el oficio. El poeta no nace, se hace. La genialidad, el talento son dotes personales. Y en segundo lugar, juega papel importante la teoría literaria (estética y filosofía) que uno maneja. De acuerdo a eso, se estructuran los temas o subtemas, los personajes, la composición. Creo que hay que poner énfasis en la caracterización de los personajes: físicas y psicológicas. Debe haber una relación estrecha entre texto y contexto. En mi caso, sin ningún género de dudas, debe existir la prevalencia absoluta de la ideología sobre la estética.
La crítica literaria recusa o reivindica, según sea el caso, determinados textos basados en algo más que el gusto estético: ¿Qué elementos debe tenerse en cuenta en el momento de juzgar una obra?
En nuestro país existen varias críticas que responden a la posición ideológica del crítico. Por ejemplo te leo lo que dice Vargas Llosa: “Las culturas indígenas latinoamericanas son incompatibles con la modernidad, que, de hecho, no se puede ser quechua o aymara a la vez. Para poder integrarse a la sociedad moderna los pueblos indígenas deben renunciar a su cultura, su lengua, sus creencias, sus tradiciones, sus costumbres y adoptar la cultura de sus antiguos amos”. Bajo el paraguas de este concepto habría que mandar a quemar toda la literatura andina: Las obras de Arguedas, Churata, etc. Y me parece que en el momento de evaluar una obra habrá que tener en cuenta dos elementos esenciales: la interpretación (decodificación) y la valoración (codificación) que nos dará la síntesis, revelándonos temas o subtemas escondidos en la piel de la narración.
Apumarka, revista literaria que Ud. dirigió, desempeñó una labor formativa dentro del espacio cultural puneño: ¿Cuál fue la ruta política y cultural por el que transitó en su momento Apumarka?
Apumarka fue un proyecto cultural. El único objeto era reforzar el proceso de la cultura andina. Rescatar nuestro pasado, nuestras raíces. Se abordó temas filosóficos, sociológicos, literarios, crítica, historia, etc. Rescatamos algunas novelas como “Tierra polvorienta” de Honorio Morales Arce; “Kilisani” de Ernesto More. “Aya ruphay” de Lizandro Luna. Incluso los cuentos de Vicente Achata Vargas, etc. No hubo una imposición política, aunque casi todos éramos de izquierda. Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez y otros políticos de izquierda no creían en el mundo andino, pensaban que era una etapa superada el indigenismo. Yo no soy militante de la izquierda, pero hablo como ellos. Feliciano Padilla, Juan Alberto Osorio, Enrique Rosas Paravicino, Gloria Mendoza, Juan Luis Cáceres Monroy, incluso, el joven escritor, José Luis Velásquez Garambel, cuando aún era estudiante, se convirtieron en el espinazo de Apumarka. Se proyecto 12 números. Y así fue.
¿Qué le dejó su experiencia al frente de la edición de textos realizados por la UNA – Puno?
Fue algo inédito. La Universidad Nacional del Altiplano se convirtió en la primera universidad del país que publicó más de 600 títulos a la fecha. Yo estuve como presidente de esta comisión de publicaciones con los cien primeros títulos que constituyen la Biblioteca Básica de Puno. Se han distribuido los textos no solo a escala regional, sino nacional. Autores cuyas obras ya no existían fueron recuperados y editados. Debo indicar en honor a la verdad que cuando se iba a iniciar el proyecto yo tenía el mío que era distinto al que tenía José Luis Velásquez Garambel. Cuando él me explicó su plan me pareció mejor. Sin discutir, se desarrolló todo el proyecto. El equipo que tuvimos fue excelente, no miraba el reloj. Se trabajaba hasta altas horas de la noche. Al filo de mi existencia, renuncié ante el rector de ese entonces, Lucio Ávila, continuar en la comisión. La posta fue asumida, hasta hoy, por el escritor José Luis Velásquez Garambel.
En la obra de Gamaliel Churata resalta el carácter irreconciliable entre identidad cultural y los conceptos desarraigados o ajenos: ¿Qué propósitos busca afirmar su último trabajo sobre este autor?
Churata es un caso especial en la literatura peruana. James Joyce, autor de “Ulises”, fue el mismo caso. Ambas obras: “El pez de oro” y “Ulises” son intraductibles. Churata tomó prestada la estructura de “Ulises”. Ambos escribieron una enciclopedia y hubo en el vientre de ambas obras: Filosofía, historia, sociología, literatura, crítica literaria, religión, etc. Ambos personajes hicieron experimentos lingüísticos de acuerdo a su contexto. Si Rulfo escribió desde dentro (desde su cultura) y se convirtió en uno de los grandes narradores de América Latina. Si Churata hizo lo mismo por qué no siguió el mismo camino de la gloria, simplemente porque hizo un gran experimento lingüístico que se convirtió en un muro para el lector. Churata pues es un escritor de literatura experimental. El enfoque que estoy planteando es desde la literatura, esta perspectiva me parece nueva en nuestro medio. Es así que encuentro una novela, “Morir de América”; una noveleta, “Thumos”; y una veintena de relatos o cuentos y poesía. Pueden verificar esta hipótesis en mi ensayo, “El evangelio según Gamaliel”, que pronto circulará en el país.
Cuáles son los retos a asumir por parte de los puneños en el próximo bicentenario.
En Lima y otras ciudades del país se han establecido comisiones para elaborar un programa de festejos. No sé si en Puno exista una comisión para tal fin. Pero como están las cosas me parece que solo habrá un programa oficial. El pueblo como es de costumbre será un mero espectador. Me pregunto, qué vamos a celebrar: ¿El gobierno dictatorial de Simón Bolívar, el hombre que saqueó y desmembró el Perú? ¿O la debilidad de San Martín? Creo que los intelectuales y artistas de la región deberían formar su propia comisión y ver qué presentamos.
La acción poética está muy allegada a labores de analogía, su fuerza recae en su capacidad evocativa: ¿Cómo fluye su poética, de qué escenario, tiempos e imágenes se nutre?
Mis obras reflejan distintas realidades y tiempos. El Cusco, Puno, Arequipa, La Paz, Oruro, hasta más allá de Tucumán (las ruinas de Quilmes) están presentes en mi creación. Son los hechos que me llevaron por estos territorios. La persecución, la injusticia, el hambre, el amor, son elementos constantes en mi poesía y en mis novelas. En “Dile que me estoy muriendo” es un poemario donde experimentos una nueva forma de poetizar. El verso y la narración se fusionan y se rompen fronteras. Y esta forma experimental se profundiza en mi poemario, “El mito de la caverna”. Continuaré en la misma línea con el siguiente poemario, “Andanzas de un viejo poeta”.
Finalmente, ¿qué desafíos emprende hoy, Jorge Flórez-Áybar?
Dos textos que estoy por concluir verán la luz del día en el presente año: “Andanzas de un viejo poeta” (poemario) y el ensayo, “El evangelio según Gamaliel Churata”. El poemario saldrá a circular en el mes de abril y el ensayo en setiembre. En el poemario existe un poema, “Yo acuso”; es una cuestión de reclamo, de rebelión contra Churata por haber escrito en un idioma que el lector común no entiende. Ni siquiera los críticos, estos ven “El pez de oro” tangencialmente. No ingresan al meollo, al centro del problema, por supuesto que yo tampoco, y la perspectiva que me he impuesto es desde la literatura. Otros deberán trabajar desde la historia, de la filosofía, de la sociología, de la crítica, de la religión, etc. Dijimos que “El pez de oro” es una enciclopedia y la crítica tiene que abordarlo por partes. Y ese poema, “Yo acuso” me llevó a asumir el reto de interpretar la obra. Después de esto, no tengo ningún proyecto.
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