Por: Víctor Villegas
En el mar existe una ciudad de escamas donde descansa la historia y una hoguera con los ojos azules del pez, el dios de los padres del agua, son los pescadores refugiados en sus pies de lluvias y parcelas de su nombre. Creyentes que ayunan con los caracoles del mar y de sus goces sobre las camisas de sus hermanas, piadosas de los ojos del aguacero.
–Titiqaqa, niña del sol, divina en la humedad. De tus labios he escuchado palabras con muchos remedios a los males que hay en tu reino del maíz. Se inclinan, mis alas con los adeptos que me lloran–
En una balsa de fiesta vienen los ojos del aguacero vestida de virgen con la despedida de su perfil a la isla donde el sol descansa en una peña. La última ofrenda del sudor y de sus peregrinos es para la niña del día con la danza más breve de la roca.
–Las manos del escultor, ocultaron al dios del agua en una diosa de las velas del otro camino, y con el rostro de su madre–
VIRGEN DE LA CANDELARIA (Diosa del agua)
El primer milagro habitó con tu llanto en la parcela del brujo de Hanansaya que desfallecía y nacía una hermandad inventada por una paloma que venía con la canción de un ángel.
–Mamita Copacabana, toma la lluvia de mis hijos, bébela con la chicha del paisaje y el zapateo de la luna–
Vienes por las aguas de Huaylluni, tu otro trozo de las oraciones de los peces. Hay un brasero para los ojos de tus hijas que se ven muy hermosas entre las hierbas del año.
–Ofrezco en los surcos el calendario de los abuelos para que las vistas de flores. Y en tus pies son los dolores de los fieles–
MAMITA DE LA CANDELARIA (Diosa del agua y la fiesta)
Envejecidos como el leño te han traído mis pies al lugar del descanso. Es el templo escondido del reino de la danza que duerme sobre las flores del agua, hoy es tu casa.. Pequeña como mi madre, has cuidado las manos lastimadas por el látigo del infierno que comía a los infieles como el pan de un metal.
–De la piel humean cientos de niños que expresan los bailes más eróticos de los fuegos y gemidos que tuvieron los muchachos en el juego de las ternuras, y han llegado para recoger tu mirada. Los ojos de aquellos peces están agitando tan alegres la melodía de los vientos de Huaraya, y se llevan esa mirada en sus alforjas llenas de rumores de nuestras abuelas y sus hojas tostadas. Visitan la ciudad donde se embriagan las semillas con sus huesos y mi padre–
Tus milagros se ven en las enaguas, tan blancas que en sus orillas están las riberas del lago. Sigues siendo la madre del fogón que cultivas albas, vísperas y fiestas para calmar las agonías de tantas bellezas, y a los resfríos de febrero que son los malignos del colibrí, ¿qué tentaciones poseemos hermanos?
–Mamita de la Candelaria, mi oración es una música de lenguajes coloridos con sus trajes de leyendas bajo tu manto, ¿qué te pido?, una sonrisa para los dolores del creyente. Estamos disfrazados de diablos, ángeles, obispos, chinas diablas para que perdones en ellos a sus pecados–
Madre, en tus brazos va un guerrero de flores. Y en el corazón del agua danzan los peces de cabelleras largas como felinos y demonios ante los ojos azules de dios.
Diosa de los caporales
He mostrado mi danza que se desnudaba sobre la piel del puma, el dios de los colmillos bailando en la habitación del arcángel de rostro de las palabras en el aire. Soy la del traje de las tentaciones dentro de una piel morena que va grabando a esa membrana encadenada y ensortijada de otro continente; lo tengo alrededor de las risas de los helicones obscenos y en esas horas acertadas de mis lindas nalgas trabajadas con la postura de mi madre en sus días tan atravesadas. Llegan los cascabeles con la fiebre de la coreografía y su libertad de macho en la boca del manto de Laykakota que se hace luz, se desviste su desnudo y aloja en la sonrisa de este baile tan sexy e intima y mía. El zurriago que se ha alargado como el bramido se queda con el agua y el pétalo hallado en sus manos. La danza y mi nombre duermen en los cascabeles de su gemido embriagado. Te poseo con el coqueteo del cielo y mis vírgenes piernas del lago, Señor Caporal, dulcemente ante los ojos del asfalto.
Del poemario inédito: La diosa del agua y la fiesta. Mamita de la candelaria.
Victor Villegas nació en Ilave. Estudió Sociología en la Universidad Nacional del Altiplano de Puno. Es profesor de Lengua y Literatura. Ha publicado los poemarios: JATHA, Carita de arcilla (la niña del mar y el sol, 1991); Relámpagos del agua (Colección de poesía Letras de la poesía latinoamericana/Grupo Editorial Hijos de la Lluvia, Lima 2011); Las niñas del humo (Grupo Editorial Hijos de la Lluvia, Lima 2017); Fiesta de la Candelaria. En la literatura la puneña (co-autoría con Luis Pacho. Universidad Nacional del Altiplano, Puno, 2015). Co-director de la Revista de literatura y cultura Pez de Oro. Dirige el Boletín-Revista de Letras y Memoria El Katari.
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