Por: Vledimir Herrera
Todos mis cuadros son sesenta por ochenta. Estoy seguro que la verdad tiene más que ver con la belleza, que con las ideas. ¿No es cierto? No, no sé, no te podría responder, le dije. El me miró maliciosamente y se echó a reír, siempre lo hace, cuando no le dan toda la razón, ¿Y qué nombre le vas a poner a la entrevista? No sé, cualquier nombre. Debes preocuparte por ese nombre, me dijo, y entonces no supe qué decir. Comencé por aquello de que el entrevistado era él y nadie más, que el pintor y el poeta es usted, mi querido Humareda, que además de su pintura está usted con toda su conversación, porque cuando uno se da cuenta, usted está haciendo las preguntas, haciéndome sentir como a una actriz de cine en el rincón de su imaginación ¿no es así? No, no es cierto, lo que pasa es que tú me haces preguntas raras. ¿Cómo cuáles? Como cuando me pides opiniones sobre otros pintores, sobre Szyszlo o Delfín, yo no sé de eso, a mí me gusta la pintura antigua, creo que tengo una férrea vocación por el pasado. ¿El pasado de quién, Humareda? ¿Cuál pasado? Mi pasado infante pues, mi mezcla de Tintoretto y Tolouse- Lautrec y Utrillo (el hijo alcohólico nacido del Rapto de las Sabinas de Leucipo), o sea, a mí me gusta el expresionismo por decir, y el impresionismo, Degas, Manet, yo vivo en ese tiempo, esa es mi memoria, sólo sé de esos colores inventados por mi memoria, porque no soy cáustico ni intelectual , tu sabes que soy bucólico (aunque ese bucolismo provenga de La Parada y no de su pueblo de Puno).
Claro yo sé que él es bucólico, pero de una clase muy especial, el posee una ironía rupestre, si se me permite el término, él es un excelente limeñisado. A veces lo imagino como a un Toulouse-Lautrec desolado por el paisaje que se extiende bajo la ventana de su Hotel Lima. ¿O no es así? Si es así, hace un rato te decía que mi memoria es la que inventa, que es como una máquina que produce arlequines y payasos, todos ellos de espaldas al espejo que soy yo, desde mi ventana del Hotel Lima. ¿Te crees realmente un espejo? Sí, un espejo vicelado por el color. ¡Ah! por el color. Sí, por el color. Por eso no me casé. ¿Qué? Sí, por eso no me case, ni siquiera he tenido hijos, por que soy un espejo y no me gustan los tangos, porque soy un espejo.
¿Comenzará a diluirse la conversación? me pregunto. El me habla de paseos por la Quinta Heren, que camina hacia los puentes del Rímac (jugando con su corbata y sus pantalones que parecen banderas). Uno de mis sitios preferidos es la plaza San Francisco, en esa plaza la luz del verano es como un cernidor, y la del invierno como una bombilla radiante, pero oculta. La paz de esa plaza me da luz, me consterna, allí se vienen los recuerdos como si fueran tropas. Hace cuatro años volví a Lampa, a mi pueblo, los Lampeños son incultos, casi todos, la gente era indiferente conmigo, o sino aburrida, ellos no saben de pintura, además no hay cines, la gente se duerme temprano. Yo le digo que todos los pueblos son así, que no debía extrañarle. Y, claro, Ud. Humareda es de Lima. Los últimos veinte años en esta ciudad lo definen y lo deforman.
Volvió para no morirse de hambre
Salió de su pueblo a los dieciocho años, a pie, escapando por la carretera de esa especie de madre dormida que era el paisaje de Lampa. Llevaba los bolsillos llenos de panes, y algunos ahorros. Esa vez llegó hasta Arequipa. Allí lo sorprendió un amigo de su madre y lo devolvió a su casa. Meses después hubieron las respectivas despedidas y bendiciones. Llegó hasta Mollendo. De allí la travesía por mar hasta Lima, en el “Ardito”. En la escuela de Bellas Artes no aprende mucho. Dibuja en cafés, hasta que sale lo del viaje a Buenos Aires. Después el regreso, otra vez Lima, otra vez los hoteles de tercera categoría. La pintura es febril. Le dicen que se vaya a Europa. Viaja. De nuevo la incertidumbre, sólo que esta vez con el mar de por medio. En París no encontré a nadie. A Quintanilla no lo encontré. Yo no quería morirme de hambre, por eso vine, pero miré el Moulin Rouge desde la vereda del frente, y algunas putas maravillosas a través de un espejo, frente al que no me desnudé. i Verdad! No conocí a ninguna mujer en París. Luego de un mes volví a Barcelona, y de allí al Callao en el “Donizetti”. Y otra al Hotel Lima, hasta hoy.
Hoy es el día de nuestra entrevista, hoy llevo la grabadora y las preguntas anotadas, y hasta un cargador de pilas, porque ya me he visto en casos como este, en los que el mejor sentido del humor es incapaz de salvarlo a uno. Ud. dice que mejor no con grabadora, entonces conversamos como otros días a la hora del almuerzo, con el profesor de guitarra y nuestras amigas esporádicas. Todo está dispuesto, pero me estoy convenciendo de algo: es casi imposible entrevistarlo a Ud. Humareda. Siempre terminas haciendo las preguntas. Por ejemplo ¿Qué te parece el poema de Marco Martos donde habla de mí? o ¿Quién crees que es mejor, Dante, Pablo Guevara o Juan Ramires Ruiz? o ¿Has hecho teatro, como se escribe teatro? y te comienzas a responder solo, yo quisiera hacer teatro, escribir una obra donde el primer actor sea yo, o sino vivir en una casa de Barranco y que dos viejas me hagan la vida imposible. Y se ríe. Siempre termina saliéndose por la tangente. Ahora habla de un cocodrilo que cría bajo la cama, al que todas las noches le limpia los dientes, para que en señal de agradecimiento, dicho cocodrilo lo despierte por la mañana, haciéndole cosquillas en los pies, con la cola. Yo espero el silencio exacto para lanzar mis pregunta. Entonces, hablamos de lo nuestro. ¿Qué te parece Sérvulo? ¿Sérvulo? Él es más emoción que color, precisa más sus emociones que sus colores, no es el mejor pero me gusta, en cambio Vinatea Reinoso, él si me gusta, era un arequipeño raro, no sé de dónde sacaba sus colores.
A los pintores les falta oficio
A mí el abstracto no me gusta, es que yo soy antiguo, ahora, aquí, no hay nada bueno en pintura, todo es facilismo, nadie sabe dibujar, a la pintores les falta oficio. Yo hace treinta años que quiero lograr el color, hacer el color para el tema exacto. ¿por qué tus arlequines? Mis arlequín son yo, son mi angustia a los Debussy son los colores de la angustia que me da cuando miro a Homero bailando mambo a medio día frente a la puerta de un cine, mis arlequines son yo. ¿Y tus desnudos? ¿Qué me dices de ese cuadro en el que hay una mujer de espaldas, cogiéndose los cabellos, frente a un gran espejo? ¡Ah! esa mujer también soy yo, solamente que deseando en todos los hoteles del mundo, pero no te olvides de poner que lo importantes es el color. LO IMPORTANTE ES EL COLOR, lo pongo, no me olvido. Ahora dime ¿Cuál crees que es el mayor peligro para los pintores jóvenes? Me parece que el intelectualismo, ellos tienen más ideas que otra cosa, la pintura es pintura, es oficio, no sociología, ni buenos sentimientos, ¿o no? ¿Tú no crees eso? Le digo que sí, que un poco creo en eso, pero que … y el me interrumpe. Hasta no hace mucho iba a ver a las Bim Bam Bum al Monumental, después se pusieron pesadas y no volví. Pero no te he hablado de La Celeste, estuve enamorado de ella varios años, la dejé cuando empezaba a ponerse vieja, no pongas eso en la entrevista, yo le digo, que ella ya debe haberse olvidado de ese nombre. El consciente y prosigue. Después, no hace mucho, me enamoré de la Cri-crí, pero me sacaba mucha plata, – no pongas eso porque pueden haber lios-, yo le replico diciéndole que la Cri-cri no existe con ese nombre este mundo. Y se calma. Sí, me sacaba mucha plata, ahora está vieja, ya me gusta, ahora voy donde otra y yo me estoy enamorando.
(Perdona Víctor si soy indiscreto. esta vez quiero mostrarte como eres, el tierno, el solitario adivinador de fantasmas, el de los ojos que no comprenden este siglo, el de la risa tremenda que hace que todos estos comensales nos miren extrañados). (Contigo no se puede hablar de la historia, contigo es preferible creer que navegamos en barco de plata, hacia el infinito morado de uva de Borgoña, con él es que logras los grises de tus calles y tus incendios). Recuerdo un cuadro tuyo, es un Ford del treinta con los faros encendidos, desvencijado, en una vieja calle de Barrios Altos, curiosamente da la impresión de que no lo vas a volver a ver, de que está pasando por la calle del cuadro para siempre, me parece que es tu mejor cuadro. Sí creo que es uno de los mejores, ese cuadro tiene un violeta con tierra y blanco, nadie nota el blanco, es que los grises son muy les difíciles de lograr, porque no son colores exactamente, es difícil lograr la independencia de los ocres cuando trabajas con grises, mucho más am difíciles de lograr, colores exactamente, independencia de es lograr que esos grises terminen en invierno.
No quiere dejar La Parada
Y de nuevo la salida por la tangente, ahora te entran ganas de hacer una exposición de todos tus cuadros perdidos para el mes de octubre del año en que llegaste a Lima. Es una proposición pura, ¿no? como dices que diría Vlaminck, el que hacía canciones en base a Kant, porque en tu mundo Pilar Ternera es la vaca de la que sacaban leche para alimentar a García Márquez. Te ríes. Con seguridad que esto no es una entrevista, mejor le llamaremos versación, conversa, intercambio de secretos la plaza de San Marcelo. Tu mayor secreto: soy una sinfonía. Tu menor secreto: los surrealistas no me gustan. Tu mayor deseo: iniciar la reconquista de Constantinopla. Tu menor deseo: no quiero dejar mi hotel de La Parada. Así es mi amigo, así discurre la hora del almuerzo, yo sigo preocupado de lo que pensarán los comensales de tu manera de reír. Deben creer que estás loco, así molestan menos, así la gente no molesta, a uno le dicen el pintor, permitiendo la socarronería. En mi cuarto tengo el retrato de mi madre, está hecho con ocres ?no lo conoces? siempre me acompaña. A mi cuarto nunca entró una mujer, no me gusta, además el dueño del hotel se molesta.
En mi cuarto tengo tres ternos nuevos, son para ocasiones especiales, la ropa que llevo es para gastar, la compro de segunda mano, algunos duran más de tres meses cuando estoy con suerte, dice, mientras juega con la corbata y se pone en pose de entrevistado. Yo no soy extravagante, por eso uso estos ternos pero no soy extravagante. Y yo pienso que Ud. Humareda no es extravagante, que por lo mismo no respondió a varias de mis preguntas y sí a otras que no le hice. Lo de Homero-mambo frente al cine Monumental es cosa nuestra, pero de la que no haré ningún secreto, y aunque no quieras hablaré de ese asunto: nuestros mutuos amigos de vez en cuando ven bailar a Homero el mismo mambo que Ud. recuerda, el mambo de la realidad, de esa realidad política, social que no permite los de un buen pintor como Ud. que transformas sin darte con esas pequeñas subversiones que van, des de pararse en la silla de un restaurante, hasta negar la necesidad de un matrimonio, de unos hijos, basta asumir la soledad en todas sus formas es una especie de subversión íntima decisiva y mortal. Decíamos: toda auténtica libertad termina en soledad, decíamos: no hubiéramos hecho lo que hicimos, pero lo hemos hecho, entonces ya nada importa. Se sirve el último plato. Estoy hablándote de que lo de las fotos lo haremos después, me dices que no importa, qué sin fotos nomás. No olvidamos del asunto, quedan otras cosas no dichas. Esta conversación no puede abandonar el universo de lo sensible. Por ejemplo, con él no hablamos de la muerte, nunca hablamos de la muerte, pero sí de las carrasperas, de las sandías que agripan, de los comedores vegetarianos, de la mala comida. Y entonces sí estamos hablando de la muerte, pero siempre de costado, esquivándola. El universo de lo sensible nos permite otro tipo de conversación. Pero yo me permito esto: para Humareda cada emoción tiene un color exacto, y por lo mismo puede ser transmitida en su dimensión exacta, la ecuación color emoción, genera la diversidad, el tema de la diversidad y la diversidad de los temas, la retrospección, una realidad pictórica que nos remite a otra más vasta, sin utopías, más susceptible al padecimiento, real hasta el colmo.
DE LO QUE SE TRATA ES DE DOMINAR EL COLOR. Que quede bien claro. Hay que llegar al Pardo Van Dick por un camino propio, del mismo modo al Verde Vejiga, a la Tierra de Lasbel, en fin al Rojo Veneciano, que hace feliz, en el que yo mismo me vuelvo un cuento.
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