En la soledad, alejado de los raptos académicos, almas razonables sueñan del mismo modo. En su libro ‘Humareda’, Usted describe una escena ideal, un encuentro entre Víctor Humareda y Diógenes, ¿qué rasgos sujeta la personalidad de Víctor Humareda para ser apreciado por el ilustre griego?
Diógenes y Humareda, son dos escépticos, en diferentes edades históricas. A Diógenes le habría encantado conocer a Humareda, que se burlaba de lo establecido, de lo solemne, del sistema. A uno como al otro le habría encantado vomitar sobre el rostro del sistema, de sus valores hipócritas y superficiales, que los medios difunden impunemente. Cómo verás el ser humano no cambia tanto como creen los profetas del desarrollo, de la tecnología, y de la ciencia. El ser humano sigue siendo ese desconocido, esa voluntad fluctuante entre la conveniencia y la necesidad, dispuesto a traicionar al amigo y si es posible a la patria. Como vemos hoy día hay seis presidentes de la república traidores, y ya casi siete. A Humareda le habría interesado pintarlos, una lástima que no esté, nos habríamos divertido bastante. Se burlaban y eso le hacía creer a la gente que era bufones, al revés, los bufones son los que se burlaban de ellos. Y eso no creo que lo entienda la ciudad de Lampa, de hoy; no están preparados para eso. Y ni siquiera los intelectuales puneños ni peruanos.
¿Significó Marilyn Monroe un compromiso moral y estético para Víctor Humareda?
No hay que olvidar que Marilyn es el arquetipo de la belleza contemporánea, la mujer físicamente perfecta, la Venus de la época: glamorosa, libre, sexual. Y culta, Marilyn poesía una selecta biblioteca, leía mucho más que un profesor universitario. Todo lo que el sistema quiere, lo que el humano moderno desea, una mujer que no esté atada a lo cotidiano, una mujer que vuela. Pero hay que ir más allá, Humareda, era un intelectual nato, un pensador, un filósofo, dice: Marilyn existe mucho más que las mujeres que existen. Es un nivel de abstracción avanzada. Se refiere a la existencia más allá de lo físico, “al concepto Marylin” a la “esencia Marylin”, al símbolo, no necesariamente a su existencia física. Pero sin duda, aquello que lo cautivó y que la distingue de las divas de la época, fue su glamour, su encanto natural envolvente, humectante. Como si todas las mujeres estuvieran en Marylin. Un arquetipo.
Marylin, musa de Ernesto Cardenal, de Andy Warhol, y de otros cien, en Humareda encuentra su versión criolla, limeña, chola, pero siempre universal.
¿Las voces de la Parada, fueron lecciones que encumbraron la sensibilidad de Víctor Humareda?
Alguna vez Humareda discutió ásperamente con el administrador de Lima Hotel; entonces decidió marcharse, y con su discípula Ivette Taboada, se fueron en busca de una pensión o un departamento donde compartir la vida: pero no hallaron el lugar después de una búsqueda tenaz, algo que les permitiera pintar y vivir. Y tuvo que regresar a Lima Hotel. A los días, mientras desayunaba en uno de esos restaurantesitos paupérrimos de La Parada, vio ingresar una loca espectral, bellísima, cubierta de una túnica blanca y sucia, entonces reaccionó y dijo: esto no hay en Miraflores!
Sus personajes estaban en La Parada, locas y locos, viejos y viejas, mendigos, personajes atrabiliarios, es decir la especie humana en su verdadera expresión, sin máscaras, sin fastuosidades pasajeras. Los humanos, tal como son.
Por eso Humareda es el gran Pintor de Lima, de sus personajes y sus muros, de sus iglesias y sus puentes, de sus calles y sus incendios. Su valor pictórico no ha sido reconocido aun. Ni lo será tampoco, mientras las autoridades en la cultura y la educación, en las municipalidades, sea gente mediocre, sin ninguna sensibilidad, que no sea el escalamiento social.
¿Qué se halla cuando uno se encuentra frente a esa inmensidad que es Víctor humareda?
Humanidad, que es lo que le falta a los humanos, a los artistas, a los políticos. Sensibilidad humana. Humareda vivió consternado ante la inmensa pobreza de la gente, ante las inequidades sociales. Si esa semilla de humanidad que tenía, se pudiera sembrar en los niños y en los jóvenes, podríamos soñar con un futuro mejor.
Humareda condenaba a la falsa justicia, a la corrupción. Y amaba a la belleza, sin fronteras, donde estuviera, por eso sus modelos fueron las hermosas prostitutas que pintó durante su vida. Eso no quiere decir que la belleza necesariamente se encuentre en los burdeles, lo que digo es que no importa el lugar donde se encuentre la belleza para reconocerla y admirarla.
Humareda respiraba humanidad de la noche a la mañana, por eso muchos dicen que era un niño, inocente; pero con un bagaje que apela a la antigüedad de la especie.
¿Para Humareda el amor estuvo ligado a una extrema desdicha?
Humareda es un resilience, un muchacho modesto, que venía de un pueblo remoto del Perú, el choque con la capital fue bárbaro. Además, un niño que había sido golpeado sistemáticamente por su madre, lo que sin duda le provocó un severo trauma. Y a más de eso, ya estaba ubicado en punto crítico frente a la existencia y a la creación humana. Todo eso no lo hacía un individuo apto para ser feliz.
La infancia de Humareda fue un infierno. Por eso, decir que “Sabes cómo fue mi infancia? Cuando los chicos cazaban mariposas yo ya pensaba en el calzón de Rita Hayworth”, como dice la revista Caretas en su último número, es una estupidez, eso fue mucho después. La infancia de Humareda fue provinciana, candorosa, en el mejor de los casos.
No todo fue sufrimiento, desdicha, dolor, estafa. También recibió el afecto incondicional de algunas de sus amadas. Pero él era inconstante, enamoradizo, erotomaniaco. A su modo disfrutó de la vida, y en grande. Mira las bellezas que pintó.
¿Qué impulso psíquico y material, interpreta la pintura de Víctor Humareda?
La angustia, toneladas de angustia que lo alimentaron y lo destruyeron. Creo que, oportunamente, como el gran lector que era, se encontró con Kierkegaard, Sartre, y Freud, y pudo entender que la angustia es el alimento del eros y de la creatividad. Que esencialmente somos angustia. Y pudo encauzar su creatividad incesante, por tres décadas y media, sin respiración y solo atenuada por sus mates de manzanilla, por sus paseos por las calles y restaurantes de Lima, y sus visitas puntuales a las nenas que lo esperaban.
Humareda era un desesperado como Munch o Van Gogh, como Sérvulo o César Moro, y esa desesperación está en la vibración de sus pinceles, en sus colores que se desprenden de sus cuadros como asaltantes.
A Humareda no le interesaban las carencias, lo que era importante para él era su fuerza creadora, cómo remontar mañana gracias a su arte, a su capacidad creadora. Tenía una vitalidad formidable. Murió a los 66 años, que no es una edad para morir.
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