Por: José Luis Ayala
He regresado a mi escuela después de setenta años, al Centro Escolar de Varones Nro: 841 de Huancané (Puno), acompañado de mi hermana Carmen Luz. No están las antiguas pizarras, paredes, ni el eucalipto donde llegaban las palomas y jilgueros, antes de empiecen los celajes y atardeceres detenidos en el tiempo sideral. Hay otros niños y niñas que tocan zampoñas, interpretan antiguas y nuevas melodías andinas, compuestas por maravillosos músicos astrales. En 1948 me matricularon en transición y recién he regresado este año que he cumplido 77 años. Todo este tiempo anduve con el corazón mordido de una profunda añoranza y nostalgia sin fin.
Mientras los niños tañían sus zampoñas, bailaban y cantaban, mi corazón en silencio lloraba de ternura. No pude soportar la alegría ni sus agudas voces que penetraron hasta alvéolos del ser humano que soy, herido de añoranza. De pronto vi el rostro de mi madre Leonor y mis diez hermanos que me dijeron “No llores, la vida es un río que acaba en el mar. Todos nos reuniremos en el espacio sideral para no morir jamás”. El tiempo se detuvo y me vi en un desconocido camino sin retorno.
Mi escuela N° 841 de Huancané, llamada con razón: “Glorioso 841” ya no tiene las mismas aulas y muchos niños nunca más regresamos. Pero ahora es un faro que ilumina la distancia entre el sueño y la realidad, entre la oquedad y el amanecer. Aunque los maestros y maestras que trabajaron allí, estén ausentes y nadie recuerde sus nombres, sus voces están grabadas en la memoria del pueblo huancaneño y el tiempo astral. Todos conforman una familia donde tienen un lugar en la mesa común, cuando el tiempo vuelva a rotar y quede abolido el olvido.
De niño nadie sabe lo que será en la vida, pero cada quien es arquitecto de su propio destino. No hay nada imposible cuando se descubre la vocación humana para ser un ciudadano libre. Hay suficiente tiempo para formarse con valores ciudadanos, tener conciencia crítica y defender la condición humana. ¿De qué sirve una persona que carece de valores? En tiempos de crisis necesitamos una educación capaz de formar niños inteligentes, actores en las promociones históricas del relevo.
Mientras escuchaba las zampoñas el viento trajo las voces de quienes fuimos niños y me puse a jugar con ellos. Pero me extravié entre la lluvia y arco iris del atardecer. No pude regresar para decir que estuve atrapado en la ciénaga de la añoranza. Llamé para que escucharan, pero mi voz se extravió en el eco de los caminos. Otra vez me convertí en una hoja que el viento arrastra todas las tardes.
Me he preguntado si merecí la niñez que tuve. Y ahora que he empezado a envejecer, puedo decir que toda experiencia se asimila y depura. El conjunto de vivencias forman la personalidad y una actitud filosófica. Sin embargo, fui un niño lacerado, un joven en busca de su propio destino literario. Ahora puedo decir que si no hubiera sido escritor, la vida no hubiera tenido sentido. No obstante, el niño que habita mis entrañas nunca pudo curar sus heridas tan profundas.
Sin embargo, pese haber escrito y luchado para tener una voz propia, no estoy seguro y menos convencido de haber logrado las metas que me propuse. Siempre hay poemas, novelas, ensayos, cronivelas que escribir. Es una lucha incesante y maravillosa, pero también una razón para vivir. Despertar cada mañana como dice Heráclito de Éfeso: “Todo cambia, nada es”. Significa que es preciso seguir escribiendo para vivir sin temor a los avatares históricos del Perú cósmico, milenario, amado, sufrido, lacerado como escindido.
El escritor siempre es el mismo y al mismo tiempo otro. En ese proceso de permanencia y cambio, es posible que se realice, pero debe tener una intachable conducta ética e identidad con los ideales de su pueblo. La hibridez y falta de ideología corroe la memoria social, destruye los ideales supremos. ¿De qué sirven los intelectuales amorfos y timoratos? En fin, que cada quien responda a su conciencia y proceso histórico.
Cada una de las melodías interpretadas por niños y niñas del Glorioso 841 de Huancané, mis poemas declamados, las generosas palabras del director Andrés Arpita Condori, de docentes, el día martes 3 de diciembre, me han permitido hacer un balance personal. Ahora, sé una vez más, que el fantasma que perseguí toda la vida, fui, era, soy yo. De pronto escuché desde el final del tiempo circular a mi madre Leonor Olazábal que me dijo: “No llores José Luis, te esperaré, aquí donde estoy para consolarte y limpiar tus lágrimas con mis besos”.
Nunca había sentido una emoción tan profunda ni mi corazón recibió tanta ternura de parte de niños y niñas. No pensé que regresaría a mi Escuela del 841 de Huancané, después de tanto tiempo con la ilusión de seguir escribiendo hasta llegar al centenar de libros. Esa es la meta, muchos han quedado enterrados en el tiempo. Me propuse desobedecer las reglas de los géneros literarios, llegar a ser un escritor total y no seré quien suscriba su propio veredicto, sino el tiempo las nuevas generaciones de escritores. Sin embargo, puedo decir que me iré con la conciencia tranquila una tarde sin celajes, pero un poco de coca en la sangre, escuchando zampoñas y la muerte, me encontrará escribiendo un poema.
Sería ingrato no recordar con gratitud a todos mis profesores de primaria. Hace falta escribir la biografía de un gran maestro del 841, Humberto Valencia llamado “El macho”, gran amigo de Carlos Oquendo de Amat, a quien alojó por mucho tiempo en Huancané para que no fuera encarcelado por poeta y militante marxista. Agradecer a la vida por todo lo recibido. Carecería de nobleza no reconocer el primer aliento de Heriberto Luza Bretel, la amistad de Ernesto More, Mateo Jaika, José María Arguedas, Gamaliel Churata, Guillermo Figallo Adrianzén y Carlos Castañeda La Fontaine. En París Alberto Guzmán, Esperanza Rodríguez, Paulo Freire, André Coyné y Desirée Lieven, así como a Antonio Melis y Roland Forgues. Un lugar especial ocupa Nora que me acompañó tantos años y gracias a ella pude realizarme. Mis hijos Patricia, Jorge Luis y Tania llenaron mi vida de ternura y poesía. Después llegó José Luis. Tengo cinco nietos maravillosos: Gabriela, Rafael, Luis Enrique, Giuliana y Salvador. Ellos sabrán llevar con orgullo el legado espiritual que les dejo.
No temo a la muerte y menos a la eternidad, sé que de acuerdo a la cosmopercepción andina, mi ajayu seguirá vivo pese al tiempo y la física cuántica, más allá de la vida y la muerte. Por los siglos de los siglos. Wiyañapataki.
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