Doce Ángulos
Por: Luis Sánchez
“Muchos han dicho que una de las cosas que hizo la revolución fue terminar con la oligarquía…yo creo que no hemos terminado … Han quedado restos. Y estos restos, están creciendo otra vez. Yo tengo mi conciencia tranquila, excepto por una cosa. Porque no terminé la obra de la revolución”, eso le dijo el general Juan Velasco Alvarado a César Hildebrandt, el 3 de febrero de 1977. Diez meses después dejó la patria física.
Tenía razón al decir que la oligarquía no había sido terminada, “porque aquí en el Perú, fatalmente, la oligarquía nunca muere”. Se ve ahora no en que haya grandes empresarios nacionales, sino en la manera en que estos depredan de la política para sus fines privados. Varios de ellos quieren ser presidentes. Aspiran al poder total. La democracia neoliberal lo permite.
También es cierto que la revolución quedó inconclusa. El golpe de 1975 se hizo para interrumpirla, aunque para entonces ya se habían hecho cambios trascendentales.
La revolución del 3 de octubre de 1968 trajo el retorno de la gente al país que en 1532 les fue expropiado. Abrió las puertas del Perú a los millones de hombres y mujeres que permanecieron recluidos en los andes y la amazonia por más de cuatro siglos.
No quiere decir que los peruanos pasaron al Gobierno – hasta ahora no lo logran- pero las multitudes inundaron las ciudades con sus necesidades, su cultura, sus solidaridades. Ellos son los hijos de Velasco. Los que salieron de la reforma agraria, de la revolución que dio estabilidad y comunidad laboral; que recuperó la industria, la minería, la pesca, las telecomunicaciones.
Son los hombres y mujeres que formó la reforma educativa, integrando a hombres y mujeres en la escuela, educados para el trabajo, recuperando la ética pública, la historia nacional olvidada, y posicionando la educación tecnológica.
En 2016, Kuczynski anunció rimbombante que su gobierno iba a dar impulso a la educación tecnológica. El fallido expresidente no dijo que eso ya lo hizo Velasco 46 años antes. Creó la educación tecnológica de nivel superior, las ESEP, saboteadas apuradamente por los gobiernos que vinieron a continuación, empezando con el de Belaúnde del que Kuczynski fue parte orgánica.
La tragedia de la revolución no fue que quedara inconclusa, sino que se interpuso la contrarreforma neoliberal montada por Fujimori y el shock de Chicago. Entonces se perdió todo lo que se había logrado. El país pasó a otras manos. El salario real nunca volvió a ser suficiente para las mayorías. La corrupción se hizo el prototipo del empresario, del juez, del congresista, del político y del presidente. Hoy los hijos del neoliberalismo dirigen el país con gran desparpajo, inmundicia y mucho swing.
En mala hora se fue el general, pero quedan sus millones de descendientes. En ellos hay la energía suficiente para intentar un país en el que sus grandezas vuelvan a ser resonantes. La condición es abandonar la política del vivo y del aprovechador que trajeron los mercaderes, y decidirse a actuar con rectitud, como hacían los antepasados.
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