ÁNGEL DELGADO SILVA
Nunca como ahora, el plantear esta interrogante resulta absolutamente pertinente y legítima. Las elecciones anunciadas para el 11 de abril del 2021, no encajan en los patrones clásicos y, por tanto, es de prever que disentirán de las reglas y procedimientos por todos conocidos. Ello porque no asistiremos a un recambio gubernamental más, ni al consabido ritual por el cual acceden los nuevos inquilinos palaciegos. ¡Nada de eso!. En verdad, se enfrentará a la resolución de un dilema político trascendental que, sin duda, marcará el futuro próximo.
O la República sale airosa, pues logra frenar las tendencias antidemocráticas que tiempo atrás vienen subvirtiendo las instituciones y formas constitucionales. O, por el contrario, la coalición vizcarrista con sus poderes fácticos, ONGs y la gama de intereses trasnacionales –que operan en la trastienda del poder– consigue perpetuarse reemplazando al descompuesto, agotado, corrupto y maltrecho Jefe de Estado.
Esta agenda verdadera pretende ser ocultada. Hay que rechazar el pérfido objetivo de disfrazar el debate político con generalidades y cuestiones secundarias, cuando no frívolas, que orquesta el gobierno con la complicidad de la gran prensa servil. Tampoco podemos aceptar que las “reformas políticas vizcarristas” sean políticas de Estado a continuar –como algunos ingenuos repiten– porque la experiencia nos dice que minimiza el rol parlamentario y someten a la Fiscalía, al Poder Judicial, a la Junta Nacional de Justicia, etc, rompiendo el imprescindible equilibrio de poderes, a favor de un neo-presidencialismo exacerbado, autocrático y corrupto.
Igualmente, debemos desenmascarar la hipócrita “lucha anticorrupción” que impulsa el vizcarrismo. Útil para la persecución de los adversarios, pero incapaz de dar cuenta de los negociados y cuchipandas de la banda delincuencial que usurpa Palacio de Gobierno y demás puestos estatales, como han evidenciado los audios recientes. Finalmente es menester dar cara a la infiltración de ideologías extrañas a nuestras tradiciones populares, las cuales se difunden autoritariamente desde la fuerza vertical de los aparatos del Estado. Los mensajes sibilinos, los intereses promovidos y los objetivos subalternos, se camuflan, se pintan de colores y se dotan de música celestial para contrabandear sus propósitos anti-nacionales, contrarios a la libertad de conciencia y los valores familiares.
Exigimos que estos temas sensibles ocupen un sitial preferente en la agenda nacional y se abra la correspondiente polémica democrática. De otro modo, los comicios electorales devendrán en un tinglado de vodevil y sainete. Los rostros bonitos ocuparan el lugar de las ideas, la fraseología rimbombante desplazará a la racionalidad y habrá poses escandalosas en vez de la serenidad del estadista.
Sería bueno para el país que algunos de los 24 candidatos presidenciales no se extravíen en este juego perverso. Que se coloquen al lado de la historia sin sucumbir a los cantos de sirena de autoritarismo del siglo XXI. Que defiendan el legado y la promesa republicana, que nos legaron nuestros próceres y padres fundadores, hace casi doscientos años.
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