Por Lino Manuel Mamani
Arequipa. Cada vez que el padre Carlos Mejía Díaz ingresa al área de shock trauma del hospital Honorio Delgado, lleva una Biblia y el corazón en calma. Se acerca a los pacientes postrados – conectados a un balón de oxígeno y divagando-, los saluda en silencio, les coge la mano, mira arriba y empieza a orar. Les da el sacramento de la unción de los enfermos y pone sus vidas y salud en manos de Dios.
“Me impacta ver jóvenes entubados, sedados y no poder escucharlos. Oro por ellos y cuando salgo su familia me pregunta cómo están y es muy duro, uno se siente impotente”, relata el religioso de la Orden de los Ministros Camilianos, dedicado a apoyar espiritualmente a los enfermos.
El padre Carlos es capellán del nosocomio arequipeño desde febrero de 2021 y durante estos días tiene mucho trabajo. Lo llaman con frecuencia para visitar enfermos, escuchar a los médicos, enfermeros, aconsejar a los trabajadores de salud y consolar a los familiares de los convalecientes. Más que la capacidad de tener una voz tenue que genera serenidad, su función consiste en escuchar.
“Es un trabajo más de escucha, con empatía, no los juzgo, los escucho”, dice el sacerdote. Escuchar, por ejemplo, el padecimiento y cómo la enfermedad amenaza con quitarles el oxígeno, sus experiencias, escuchar sus errores y confidencias de todo tipo que solo el piadoso conoce y que no podría contarlas, pero que seguramente se tratan desde alguna travesura, una falta, una infidelidad o hechos aún más fuertes.
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El padre Carlos sonríe detrás de la mascarilla cuando ve que muchos de los enfermos que visitó se recuperan y se reencuentran con su familia. Siente que el Señor escuchó sus plegarias y que su misión se cumplió.
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Fue en la secundaria cuando descubrió su vocación. Vio que uno de los religiosos de su colegio militar en Lima era feliz dedicando su vida a Dios sin perder ese afecto por divertirse, jugar fútbol, conversar. “Dije así quisiera llegar a ser: feliz”, cuenta. Entonces, al terminar el colegio, conoció a una persona que iba al asilo a hacer trabajo social. Ahí conoció a los hermanos camilos y así emprendió su vida vocacional en el seminario. Ahora el sacerdote tiene 40 años y su vida giró en los hospitales.
Cuando la pandemia empezó a expandirse, el padre Carlos era capellán del Hospital Clínico de Barcelona (España), donde vio cómo las personas caían por el covid-19. Estar en ese ambiente, lo contagió del virus. Eran tiempos donde había mayor temor y él se encomendó a Dios. Cree que un paciente lo contagió. Había visitado al español antes y después de una operación. Luego se descubrió que el médico que lo atendió dio positivo al virus, después el paciente también y para cuando el capellán supo que tuvo el virus, ya estaba con fuertes síntomas. Gracias a Dios, dirá, pudo vender a la enfermedad y siguió con su labor.
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El padre Carlos toma sus precauciones para no recontagiarse. Usa alcohol, un EPP, gorra y mandil quirúrgico y también mucha fe. Ha visto a varios pacientes morir y a otros resistir. Cada caso es distinto, pero él debe estar ahí, acompañándolos para que por más que la situación sea adversa, ellos no estén solos. Es como un “médico”, pero que cura el alma de los enfermos, quienes le confesaron que aunque estuvieron sedados lo escucharon y sacaron fuerzas. Y aunque muchos no pasaron similar suerte, sabe que están en algún lado del cielo.
“Para los que creemos en Jesús, creemos también en la resurrección. Para los que creemos en la resurrección, la vida no termina con la muerte, simplemente terminamos esta vida física para resucitar a una vida plena al lado de Dios. Esto se entiende por la fe en Jesús, el hijo de Dios, que murió y resucitó. Por la razón no la vamos a entender”, explica antes de irse a visitar a un paciente, quien lo llamó para que lo ponga en manos del Señor.
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