Por Pamela Maraza Salcedo
Arequipa. La tarde del 23 de junio de 2001 el caos se desató. Eran las 15:33 horas y el suelo empezó a temblar, la gente se arrodillaba en el piso rogando a Dios cesar esos segundos de miedo, que parecían eternos. Los vidrios de las casas reventaban, los autos frenaban intempestivamente y las paredes de sillar se desplomaban ante la mirada de las familias que lloraban temiendo que el terremoto los sepulte. Una de las dos torres de la Catedral de la ciudad se cayó, dejando una intensa polvareda. Fue un sábado inolvidable, y veinte años después las personas aún tiemblan al recordarlo.
El terremoto fue de 6.9 grados de magnitud, pero durante ese día se reportaron diferentes réplicas a tal punto que el monitor del sismógrafo se puso en negro porque la señal estaba llena de registros. Fue un momento difícil para la recaudación de información, recuerda Hernando Tavera, presidente del Instituto Geofísico del Perú (IGP). Si población pensaba en salvarse, Tavera empezaba su verdadero trabajo.
“Algunas veces me han preguntado por qué hablo con tanta naturalidad (de los sismos) y contestaba que si yo fuera un dentista y nadie fuera a mi consultorio estaría decepcionado. Ahora, yo siendo un sismólogo y si no vivo un terremoto importante, también voy a estar decepcionado y quizá cuando ya esté con los últimos aires, preguntare aún si ya ocurrió ese terremoto”, reflexionará una veintena de años después.

Tavera estudia los sismos. Dice no temer a los movimientos telúricos y el día de aquel terremoto, una de sus principales preocupaciones era registrar en dónde se originó. El fenómeno tuvo un epicentro a 82 kilómetros de la localidad de Ocoña, en la provincia de Camaná, que luego originaría un tsunami en esta provincia costera con olas de hasta siete metros de alto que mató a 26. Arequipa fue duramente devastada, pero con ella también Moquegua y Tacna e incluso el remezón se sintió en Arica (Chile) y La Paz (Bolivia). Así se rompió un silencio sísmico en el sur después de más de 133 años.
Arequipa, la Ciudad Blanca era una ciudad de luto. El terremoto dejó 41 muertos en la región (83 en todo el sur), 64 desaparecidos, 2001 heridos, 62 desaparecidos, 87 mil damnificados, 9 mil 121 viviendas destruidas, 15 mil 428 viviendas afectadas, según Defensa Civil.
“El terremoto no mata personas, este sacude los suelos con mayor o menor intensidad, las personas pierden la vida por el colapso de sus viviendas. Inclusive estas viviendas, se han levantado cerca de las zonas de relleno o quebradas donde los suelos son inestables”, indica Tavera.

NO APRENDIMOS
El sismólogo Víctor Aguilar Puruhuaya estaba en casa cuando la tierra tembló. “Observé que mi vivienda y la de los vecinos se balanceaban de un lado a otro y las ondulaciones de la tierra podrían haber tenido una longitud de onda de 60 cm aproximadamente. Se sentía el caer de paredes, pircas de piedras y sillares que se balanceaban de un lado a otro y de abajo hacia arriba, produciendo en todos los lados abundante polvo”, dijo.
El ingeniero considera que el movimiento duró dos minutos, suficientes para todo el desastre causado. Aguilar, quien es jefe del Instituto de Investigación Geofísica de la Unsa, advierte dos sucesos que le llamaron la atención previamente.
“En los dos últimos meses se había producido un decrecimiento en la frecuencia de los sismos en la región Sur del Perú. Frecuentemente, cada mes se registra la ocurrencia de 8 a 12 sismos; sin embargo, durante los dos últimos solo se produjeron de 2 a 4 sismos como máximo. La experiencia ha demostrado que cuando está próxima la ocurrencia de un terremoto, la frecuencia de los sismos varía considerablemente. Segundo, en una visita a la estación tensiométrica de Huacuchara, ubicada en un túnel de 15 metros de profundidad en el distrito de Hunter, días antes del terremoto se notó la presencia de gas Radón a niveles medianamente altos. La acumulación de esfuerzos y energía en una determinada área provoca que pueda ser afectada por un terremoto, acelerar la emanación de gases como el Radón”, detalla.

Han pasado veinte años de este terremoto y pareciera que fue ayer. Pero ¿qué se aprendió de aquél sábado 23 de junio de 2001?
Aguilar responde con otra pregunta: ¿Estaremos preparados para soportar otro terremoto de magnitud igual y que se produzca en un día de la semana, sabiendo que muchas personas trabajan, los niños y jóvenes estarán en los colegios, institutos y universidades? “La fragilidad de nuestra mente siempre olvida estos fenómenos que solo nos dejan tristeza y desolación”, reflexiona.
Hernando Tavera pide no olvidarse de tres cosas. “Somos una provincia altamente sísmica y volcánica, en segundo lugar, tenemos que aprender a construir una cultura de prevención y necesitamos practicar nuestros propios simulacros y hablemos con la familia”. Se salvará no el más fuerte sino el más preparado.

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