Luis Salluca Torres
Antenor Orrego, uno de los más importantes filósofos peruanos, nos dijo: “Los pueblos y hombres que viven mintiéndose a sí mismos acaban por creer en sus propias falacias”. Partiendo de esta aseveración, es necesario dar una mirada de lo que sucedió durante los meses previos al Bicentenario de la Independencia.
Lo sucedido en nuestro país no es historia inédita, la mentira desencadenó un estrés generalizado en la población por los sucesivos lapsos informativos del gobierno de transición de Martín Vizcarra y las elecciones presidenciales llevadas adelante en la primera mitad del presente año y la posterior, la segunda vuelta electoral culminada con una serie de impugnaciones y recursos para no reconocer los resultados de los votantes que asistieron a elegir al nuevo presidente.
De manera precipitada, la candidata Keiko Fujimori urdió propósitos dilatadores, con una facilidad para mentir, debido a su inseguridad de aceptar el futuro y perder su cómoda condición de libertad, inventando y recubriendo sus miedos; ensombreciendo al país con un panorama de inseguridad y evadiendo la conformidad de los resultados con los usos de invenciones ficticias, como materia prima para desnaturalizar y manipular, al igual que su padre lo hizo durante su nefasto gobierno de los años 90.
La interpretación institucionalizada de los códigos electorales por abogados autodenominados “independientes” intentaron desnaturalizar sistemáticamente los resultados con diversas particularidades, fundando una historia irreal, procurando imponer una creencia a través de los medios de comunicación capitalinos, como una expansión de intensa agresividad contra quienes muestran una posición diferente, a través de la fórmula del “terruqueo”.
Como dijo Slavoj Žižek, la mentira y el miedo son armas de grueso calibre. La mentira se instituyó como una manipulación unida al miedo en el discurso persuasivo, como la advertencia de los audios de Vladimiro Montesinos, que sugirieron la dirección del lenguaje a través del manejo de las emociones para dividir y capitalizar a los votantes.
Como consecuencia de estos desmedidos actos, los peruanos sufrieron alteraciones de humor, provocando una angustia y el deterioro de la conducta moral, al mismo tiempo de haber sido testigos de gran cantidad de muertos que se tuvo que contar como exclusivas de la secuela pandémica, previo a la llegada del Bicentenario.
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