Violeta Barrientos Silva
Este año, Saturno volvió a la misma posición en la órbita solar que ocupaba en 1992. Sucede cada 29 o 30 años y se dice que es el inicio de una nueva vida. Como un círculo que se cierra, Abimael Guzmán ha muerto casi en la misma fecha en que fue capturado para la muerte civil hace casi treinta años.
El momento en que se inició la arremetida de Sendero Luminoso en 1980, coincidió con el retorno a la democracia formal luego de doce años de dictadura militar y con la entrada en vigor de la Constitución de 1979, que en algo recogía las reformas sociales de Velasco. Se efectuaron los primeros comicios presidenciales con sufragio universal, y como hoy, la dispersión fue grande pues quince partidos se lanzaron en pos del triunfo. Votaban los analfabetos, ya eran ciudadanos. A diferencia de otros países de la región que otorgaron el sufragio universal en los años cincuenta o sesenta, Perú fue el último en hacerlo. Se alcanzaba la mayor democratización para la población, pero eso no significaba nada para SL que llamaba a no votar y a no participar de una “farsa”, sumándose más bien a la guerra popular que llevaría al poder a un único partido. Con esa finalidad se habían organizado por más de diez años. Así que su primer atentado fue en la madrugada del día de las elecciones en el pueblo de Chuschi, Ayacucho, robando y quemando el material electoral.
La órbita de la revolución senderista era otra y su modelo maoísta alejado de Occidente, no tomaba en cuenta que el neoliberalismo se estaba estableciendo en el mundo gracias a Reagan y Thatcher desde inicios de los ochenta, por lo que hacia 1990, el contexto era aún más favorable, para la instalación de una “revolución neoliberal” que tampoco otorgaría demasiado respiro a la formación o fortalecimiento de fuerzas democráticas en el país.
La resultante a final de cuentas fue que el conflicto interno contribuyó al desgaste que por su propia mano ya padecían los partidos tradicionales más cercanos al centro, que gobernaron entre 1980 y 1990. A la debacle política sobreviene el fortalecimiento del fujimorismo, que capitaliza la captura del líder senderista. Si regresamos a 1992, ese mismo año además de la caída de Guzmán, se produjo el asesinato de la líder izquierdista Maria Elena Moyano, el autogolpe de Estado, y el llamado a una nueva Constituyente que devendría el sustento jurídico de un nuevo orden económico. Los familiares de las víctimas de la violencia senderista podían convertirse en emisarios del régimen fujimorista que los invitaba a sus filas; el autogolpe pudo llevarse a cabo gracias a la alianza con las Fuerzas Armadas luego legitimadas por la captura de Guzmán, y la Constituyente aseguró para las tres décadas siguientes, los cambios económicos que ya se habían introducido desde 1990. De ahí en adelante, el gobierno vencedor del Mal, se aseguraba un poder total que no contribuyó a construir espacios democráticos y clausuró cualquier discurso distinto al de obediencia al régimen autocrático. Un autoritarismo había vencido a otro autoritarismo. (…)
Leo en la carátula de un diario: “Murió derrotado”… pero seguimos en una tremenda crisis política. Pero la victoria sobre él se alimenta del odio y la revancha. Y mientras sea así, su espíritu seguirá habitándonos.
Comentario sobre post