En 2021 parece no haber opción para el fujimorismo. La angurria de Keiko Fujimori por acelerar la caída de PPK, su control abusivo del Congreso, así como lo que el ala “albertista” considera como traición por no haberse jugado por el indulto del padre, han generado que esté fuera de juego, y no solo por su prisión preventiva.
Víctor Liza Jaramillo
El primer ídolo antifujimorista fue Alejandro Toledo. Cuando postuló a la presidencia en 2000, dijo que construiría el “segundo piso” de Alberto Fujimori. Pero luego de su alza en las encuestas, se dio cuenta de que había un público que rechazaba a Fujimori. Entonces decidió denunciar el fraude y ponerse la vincha.
Convertido en el primer ídolo antifujimorista, Toledo no ganó esas elecciones. Pero caído Fujimori, se preparó para la elección de 2001. Con ese capital, nadie amenazó su primer lugar en las encuestas. En segunda vuelta se encontró con otro personaje que ha marcado nuestra política en las últimas tres décadas: Alan García. El mal recuerdo del primer gobierno de este último permitió a Toledo colgarse de otro “anti”. De esta manera, el “chakano” llegó a la presidencia.
Cuando parecía que el fujimorismo se había ido para siempre, asomó un poco la cabeza en 2006, al lograr 13 parlamentarios. Y en 2011 reapareció envalentonado, con Keiko Fujimori, que pasó a segunda vuelta. Toledo, el primer ídolo antifujimorista, se suicidó solo. Inesperadamente, Ollanta Humala con un discurso a la izquierda de Toledo, se puso la vincha. El candidato nacionalista usó no solo la retórica del antifujimorismo, sino que apeló al cambio del polo rojo por el blanco y juró por la democracia en la Casona de San Marcos. El 5 de junio, Humala se impuso por tres puntos y alejó la amenaza.
En cinco años de gobierno Humala tampoco colmó las expectativas de la ciudadanía. Y gran parte del pueblo se volcó hacia Keiko Fujimori. Durante toda la campaña lideró con cifras superiores al 30%, y terminó en primer lugar con 39%. Julio Guzmán fue su verdadera amenaza; pero el JNE lo excluyó sospechosamente. En segundo lugar quedó Pedro Pablo Kuczynski, exministro de Toledo que tranquilamente pudo haberlo sido de Alberto Fujimori. Con apenas 21% en primera vuelta, no parecía tener posibilidades de ganar. Pero el antifujimorismo fue tan fuerte, que hasta la izquierda tuvo que votar por PPK “tapándose la nariz”. Y el mismo PPK se volvió antifujimorista. Así ganó las elecciones de 2016.
En 2021 parece no haber opción para el fujimorismo. La angurria de Keiko Fujimori por acelerar la caída de PPK, su control abusivo del Congreso, así como lo que el ala “albertista” considera como traición por no haberse jugado por el indulto del padre, han generado que esté fuera de juego, y no solo por su prisión preventiva.
Ante esta debacle, varios han abandonado el barco. Algunos lo hicieron por el maltrato y se fueron con Kenji Fujimori. Otros se cambiaron de bancada. Pero hubo quienes se hicieron los mártires.
El primero fue Francesco Petrozzi, destacado tenor y ahora congresista. Protagonizó una presión para censurar una exhibición sobre los 25 años del autogolpe de 1992 en el Lugar de la Memoria. Sin embargo, en octubre de 2018 renunció a Fuerza Popular cuando comenzó el blindaje al entonces fiscal de la Nación, Pedro Chávarry. Y de pronto, sorpresivamente, se convirtió en el nuevo ídolo antifujimorista, a pesar de haber sido fujimorista.
El segundo fue Daniel Salaverry. Para comprender ese viraje, hay que revisar su breve pero intenso historial político. Militante aprista desde los 30 años, fue regidor municipal de Trujillo en 2006. En 2010 intentó ganar la alcaldía de esta ciudad, sin éxito; y en 2014 puso fin a 14 años de militancia aprista y se sumó a Fuerza Popular, del que fue crítico en años anteriores.
En 2016 fue elegido congresista por el fujimorismo. Su vehemencia para defender a Keiko y atacar a PPK era notable. Tanto así, que en 2017 fue designado vocero de la bancada y al año siguiente fue elegido presidente del Congreso. Y allí comenzó el cambio.
Ya conocedor de las revelaciones de la red de corrupción en el sistema judicial, Salaverry comenzó a mostrarse condescendiente con el nuevo presidente, Martín Vizcarra; y al mismo tiempo implacable con su propia bancada. Ante cada desplante al fujimorismo y concesión al gobierno, la tribuna del Twitter y del Facebook lo aplaudía. Y no solo en la burbuja de las redes tenía hinchas: ahora cuenta con 26% de aprobación, una cifra nada mala si la comparamos con las de su antecesor, Luis Galarreta, que solo llegó al 7%. En enero cruzó el Rubicón: renunció a Fuerza Popular y evitó su propia censura.
En estos 30 años de fujimorismo, hemos pasado de ídolos antifujimoristas por descarte hasta ídolos antifujimoristas salidos del propio fujimorismo. Sin duda, esto es un indicador de la pobreza de referentes políticos. La debacle del fujimorismo nos debe llevar a otro escenario donde se debatan ideas y propuestas para el país, como ocurrió en otras épocas.
Comentario sobre post