Por: Roger Tahua Delgado
La Semana Santa, nos han inculcado siempre, es un momento de reflexión y recogimiento en donde las familias católicas deberíamos dedicarnos a compartir y conversar sobre las enseñanzas que Jesucristo nos dejó como legado.
El colegio católico (del cual provenimos muchos), tenía especiales características. Muchas horas eran dedicadas a la explicación del porqué la Semana Santa debería vivirse de una manera muy especial y de porqué deberíamos expresar la solemnidad debida.
Cuando era pequeño, mi madre entraba a nuestra habitación y con chicote en mano comenzaba a darnos (no era de alma lo admito) a cada uno para que así acompañemos en su dolor a nuestro Señor y sintamos en carne propia un poco del dolor que él padeció.
Creo que era una acostumbrada, pero mala forma de enseñarnos aquello a lo que hacen referencias los psicólogos cuando dicen que hay que ponerse en el zapato de los demás; eso que ellos denominan empatía.
Estoy convencido de que muchos problemas se solucionarían en la vida si fuésemos capaces de desarrollar y aplicar lo que implica ser empático. Tratar de sentir lo que al otro lo aqueja. Entender la manera de pensar y de ver el mundo como lo ve la otra persona, sería importante para comprendernos.
Sobre todo, en estos tiempos en los cuales se cuestiona y se arma escándalo por la inexistente ideología de género. Lo cierto que (les decía a mis alumnos de pregrado), según las enseñanzas impartidas a muchos de nosotros, Jesús no realizó ningún distingo. No excluyó a nadie por ninguna razón y no creo que nosotros debamos hacerlo en su nombre.
No debemos enfrentar al que no piensa, siente y vive como nosotros con excomulgaciones y anatemas. Al odio y la intolerancia enfrentarlos con amor y respeto. Al amor del cual hablaba el gran poeta César Vallejo. Al amor humano, al amor hacia el otro ser humano. Por lo menos es lo que entendí en mis largas horas escolares de escuchar las alocuciones de los hermanos de nuestra congregación.
Creo que, a cristianos, católicos y/o creyentes nos debe llamar la necesidad de plasmar dos conceptos: inclusión y empatía. Así, por un lado, seremos coherentes con la práctica de una fe y una comunidad y, por otro lado, podremos convivir con los demás sabiendo y entendiendo que también ríen y sufren como nosotros.
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