Columnista: Walter Paz Quispe Santos
Aprovecho este espacio para rendir un homenaje a las madres del mundo. A ellas, por ser distintas en la vida. Mi madre se esmeró, como todas, para criarme y enseñarme a caminar desde los primeros pasos hasta hoy. Tengo la suerte de que ella esté viva y siga peleando con las adversidades del destino para verme feliz. Mi madre me inspiró este poema que fue publicado en las páginas de “El obituario del búho”, un único poemario que publiqué el 2007. Soy edípico como Borges y espero les guste mi manera de quererla con las letras que te permite conjugar las emociones con el abecedario; si fuera músico seguramente lo haría con los sonidos del pentagrama. Bueno, ahí van estas palabras hilvanadas recordando su rostro:
Juliana
Sobre la onda circundante del pozo de tus ojos
la gota mendiga de mi mirada flota como una
botella echada al mar. Busca en las
olas breves, en la lluvia simple de tus tristezas
el pez de la angustia que oficia solemnemente
sus misterios perpendiculares en la herida ardiente
que la llamarada de tu frente mil veces besada
abrió la noche dormida.
En las ventanas abiertas de tus sueños esconderé
mi memoria peregrina, aquella que bordamos juntos
en mi infancia sobre la juguetona carcajada
del silencio.
Juliana, te dirán, cuando en las fatigadas vibraciones
de tus aguas azules, pasen ondulando los años
y tus ángeles pupilas dejen sus rastros al tiempo
Juliana, me dirán cuando en mi retrato personal
comprueben que a través de los años
sigo siendo tú mismo retrato:
una mirada de tono aymara, cara ovalada
a medio agonizar de mi padre,
Juliana, nos dirán cuando descubran en nuestras sonrisas
la huella digital de la lluvia.
Son los mismos, nos dibujaran las miradas
con sus nerviosas pinceladas.
Y cuando los sudarios sagrados
no nos logren descifrar
ni los colores irresponsables nos hagan florecer
en las vasijas de arcilla,
ni los himnos nos recuerden
en sus heresiarcas partituras
entonces, Madre, obrera de las esperanzas
habrás cerrado tus ojos serenamente
y como si no te importara
todo se habrá borrado
para siempre.
Ayer, en medio de las meditaciones y raros presagios mi madre, me dijo: “Solo en las guerras las madres entierran a sus hijos”, pensando seguramente en mi salud quebrantada. “Eso no va a ocurrir, mamá”, le respondí. Las antiguas premoniciones no pasarán, me dije. Tal vez sea porque increíblemente tuvimos que despedirnos para siempre de mi hermanita menor que también se fue siendo madre. Mi hija Marlene me seca los ojos que ahora solo sirven para llorar después de escribir esta columna, un abrazo y beso para ella.
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