Por Pablo Novoa Alvarez
Petra La Rosa, aborigen de la etnia Hiwi o Guahibo de la comunidad de Santa Rosalía de Agua Linda, en el Estado Amazonas, al sur de Venezuela, salió como muchos de sus días a recoger algunos frutos al conuco (parcela) situado a pocos kilómetros del poblado. Eran los primeros días del mes de febrero de 1982, como siempre le llamaba la atención la gran montaña de piedra situada encima de las tierras de labor de su marido.
Algo le hizo dirigir la mirada hacia el farallón situado en lo alto de la mole rocosa, cuando vio un personaje vestido con una túnica blanca que le llegaba hasta los pies y que le hacía señales con los brazos, asustada la mujer salió precipitadamente para el poblado, pues esa montaña nunca había sido visitada, que ella supiera, por ningún humano.
Toda emocionada llegó al poblado y le contó a su yerno Pedro Chipiaje lo que había visto, al otro día éste, ni corto ni perezoso, quiso matar la curiosidad y subió a la gran montaña de piedra, a la cual los indígenas de la zona le tenían un gran respeto. Después de varias horas de caminata abriéndose paso a través de la selva con su machete y escalando la montaña en la parte más alta llegó al farallón, que a lo largo de unos doscientos metros se extendía sobre la cima de la montaña.
Al llegar su sorpresa fue mayúscula, pues la gran pared del farallón estaba pintada con miles de figuras de los más variados motivos, Pedro tardó en reaccionar, pues para aquel tiempo contaba con 25 años de edad.
A pesar de los 51 años que Pedro tiene en la actualidad me narraba todo emocionado lo sucedido hacía 26 años, fue así como en su compañía y la del investigador amazónico Santiago Obispo, que me acompañaba, realizamos nuevamente la ruta para conocer dicho lugar. Debido a que hacía tiempo que nadie había escalado a la montaña, Pedro nos dijo que la subida iba a ser complicada por el intrincado y selvático acceso a la misma.
Después de varias horas de camino abriendo una trocha en la selva a fuerza se machete, y tras hacer varias paradas de descanso hasta agotar nuestras reservas de agua, nuestra sed fue mitigada por las ramas de unos arbustos que cortaba Pedro con su machete y cuyo interior contenía jugosas fibras con sabor a limón, yo al mascar tanta fibra se me irritó el interior de la boca, por lo que estuve unos días prácticamente sin gusto en la misma.
En el último tramo de acceso venía la parte más complicada, pues teníamos que subir los últimos metros por una cuerda que traía nuestro guía el indígena Pedro, y que no me inspiraba mucha confianza por el grado de desgaste que tenía. El primero en subir fue nuestro guía que no necesitó de la cordada para llegar, y aprovechó para atarla arriba y subir, después Santiago y yo.
Le seguí ya más tranquilo, esperando que la cuerda aguantara mis casi setenta kilos de peso. Tras escalar el último tramo de la cima, llegamos al idílico lugar y al contemplar el extraordinario paisaje selvático y el enorme mural de casi doscientos metros de largo pintado, con miles de figuras, la emoción nos embargaba, estábamos ante uno de los hallazgos de arte rupestre más importantes descubiertos en el mundo y pensar que a mitad del camino estuve a punto de abandonar la expedición.
Entre las figuras pintadas destacaban varias de ellas de formas humanas con largas túnicas, en ese momento me vino a la mente la historia de la visión de la india Petra, la suegra de Pedro.
Entre los numerosos diseños que estaban pintados en el enorme panel había numerosas figuras de animales de las más diversas características, incluso me pareció ver una ¿avestruz? y ¿un toro o bisonte?, igualmente había formas humano-animales. Se podían ver numerosos grupos de figuras humanas practicando danzas y ritos; escenas de caza; algunas figuras humanas con grandes máscaras montadas en una especie de ¿embarcaciones?
Otra curiosa escena estaba representada por una gran figura humana tocando unas maracas triangulares, mientras debajo de estas varias formas humanas realizaban una especie de danza. Lo que más me impresionó del abrigo de Agua Linda fueron varias escenas de figuras que parece se reflejaran en el agua, lo que les daba un carácter artístico muy peculiar y casi desconocido dentro del arte rupestre americano.
Igualmente en todo el mural destacaban, una especie de grandes triángulos decorados en su interior, como si parecieran alas, colgando de estas figuras una especie de formas humanas. Pero quizás la figura que más me impactó fue algo parecido a un barco con tres velas triangulares, por su forma me recordaba las antiguas embarcaciones de totora construidas para reproducir los viajes en la antigüedad por navegantes modernos como Thor Heyerdahl, Kitin Muñoz y otros, lo cual nos plantea una interrogante sobre el pasado americano, preguntándonos de dónde sacaron la idea los
realizadores de estas pinturas para plasmar una embarcación de este tipo en un apartado lugar de la amazonia venezolana.
En fin, el repertorio de imagenes y escenas del abrigo prehistórico de Agua Linda el día que sea estudiado con detenimiento nos aportará datos sobre el pueblo que realizó estas manifestaciones arqueológicas hace milenios, quizás hasta 10.000 años de antigüedad en la fase más antigua, pues hemos detectado pinturas más viejas y posteriores, eso sí todas de origen precolombino, lo que ameritaría un estudio muy detallado de todas las figuras.
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