Arequipa. El covid-19 es como un arrendatario que cobra puntual la cuota de oxígeno dentro del cuerpo de su víctima. Si hay demoras no perdona. Santiago, un anciano de 84 años, estaba en deuda con el virus desde que a inicios de febrero llegó de Cusco. Los primeros dos días de su estadía en Arequipa, los médicos advirtieron que su situación podía volverse crítica. Al día siguiente el paciente ya estaba conectado a un tanque de oxígeno, esos balones de almacenaje criogénico que dividen la vida de la muerte.
La familia de Santiago prefirió no advertirle del mal y lo tranquilizaban indicándole que era una gripe fuerte. Su esposa también era portadora pero su salud era estable, ella tampoco sospechaba nada. ¿Pero quién puede sostener una mentira de este tipo tanto tiempo?
Así inició para los hijos y nietos del anciano la odisea por conseguir los balones de oxígeno. Uno de estos envases llenos de oxígeno puede llegar a costar hasta 5 mil soles (desde 2 mil 500 soles si están vacíos), dependiendo de su fecha de fabricación. Esos delgados tanques verdes alineados afuera de los hospitales, suministradores del insumo vital, se han convertido en pulmones extra. Nunca antes tantas vidas habían cabido en tan reducido espacio y con tiempo limitado.
Dos balones de 10 metros cúbicos eran suficientes para el octogenario, durante los primeros días. Pero después, su cuerpo le pedía más. Esos mismos tanques le duraban solo cuatro horas y por día debería consumir hasta seis balones. Conseguir oxígeno en una ciudad en cuarentena, en un país con una cifra elevada de muertos por covid-19, con un precario sistema de salud, no es fácil.
Las familias forman filas desde las 4 de la mañana afuera de hospitales y empresas que recargan los depósitos de oxígeno. El avance es tan lento, que la espera es por casi 10 horas, aun así, el envase podría ser llenado recién para el día siguiente. Por persona solo es permitido cargar un tanque. Santiago necesita 6 diarios, por lo que su familia se repartía hasta en cuatro diferentes distribuidoras para abastecerse.
Mientras esperaban su turno, en el WhatsApp familiar se llenaban de audios desesperados y sollozantes que preguntaban si el balón lleno estaba en camino porque el que usaba Santiago ya estaba casi vacío. Su saturación era de 60, que lo ponía en riesgo de convulsionar en cualquier momento.
ESCASO OXÍGENO
La experiencia de Santiago no dista de la de otras familias peruanas que a diario sufren la escasez del oxígeno. Su uso dentro del hospital Honorio Delgado se ha triplicado a diferencia de 2020.
El director del nosocomio, Richard Hernández, cuenta que hay pacientes que llegan en tan mal estado que consumen hasta 70 litros de oxígeno por minuto, lo que es descomunal y que podría significar que exista una cepa del virus que haya mutado en nuestra localidad. La gravedad no es solo en población de riesgo, también en jóvenes y adolescentes.
Pese a esto, Hernández indica que tienen suficiente abasto porque son tres plantas que les proporcionan el suministro. Por el déficit de oxígeno para llevar a viviendas, el Gobierno Regional de Arequipa comenzó hace unos días con la entrega gratuita del suministro a la población, aunque han informado que por día solo se pueden llenar 15, lo que muchos han calificado de muy poco por la demanda.
En el Hospital Docente de la Unsa son 45 balones de oxígeno que se llenan al día, pero un promedio de 25 se quedan sin ser atendidos, según indicó el director del nosocomio, Roberto Huamaní. Santiago, el octogenario, sufrió en carne propia este déficit.
Santiago sufría mientras luchaba por vivir en su habitación de calaminas y bloquetas. Para la familia, internarlo en un hospital nunca fue una opción por el miedo a que no fuera bien atendido y muriera sin ver a sus seres queridos y llevarlo a una clínica era demasiado caro, pues para su ingreso se pedía una garantía de 85 mil soles.
MUERTE
El pastor de su iglesia acudió a visitarlo un día. En casa se asomaba la resignación y se aferraban a la religión para calmar el dolor o esperar un milagro. Se escuchaban los cánticos y rezos que imploraban aplacar su sufrimiento y que si Dios quería tenerlo en su reino, que sea en calma y con mucha paz.
Después de una semana y media de lucha contra el virus, no resistió más y falleció una tarde de viernes. Ese pequeño espacio precario fue su última morada. Su familia lamentó una pérdida tan fuerte, aunque en el fondo sabían que Santiago había dejado de sufrir.
Según Zacarías Madariaga, encargado del recojo de cadáveres covid dentro de las casas, solo en febrero se han recogido 14 cuerpos y durante el año son 38, el 40% de estos pertenecen a personas que fallecieron por el virus, el resto es por otras causas. Las víctimas por lo general son jóvenes, tienen entre 35 a 40 años.
Cuando despedían a Santiago, los pocos familiares permitidos a ingresar, reflexionaban sobre el descuido de la gente, cuando hay muchos que luchan en una cama por vivir a pesar de depender de un tanque de oxígeno. El soplo de vida.
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