Todo comenzó con su mensaje presidencial del 28 de julio del año pasado. Vizcarra se mandó con cuatro propuestas para reformar el sistema político y judicial, presentadas oficialmente el 2 de agosto. El Congreso intentó hacerla larga, pero el presidente hizo cuestión de confianza semanas después.
Víctor Liza Jaramillo
El presidente Martín Vizcarra ha sido otro de los ídolos antifujimoristas que cierto sector periodístico y líderes de opinión pública ha levantado en los últimos seis meses. Su olfato político y su reacción, luego de revelarse una red en el sistema judicial que favorecía a Keiko Fujimori y Alan García, le han permitido tener una aprobación ciudadana de más de 60 por ciento por buen tiempo. Pero ese respaldo ha comenzado a caerse.
Cuando llegó a Palacio de Gobierno hace un año, tras la caída de un olvidable Pedro Pablo Kuczynski, no parecía que Vizcarra fuera a enmendar la línea de su antecesor, consistente en una complacencia suicida con la mayoría parlamentaria fujimorista. En los meses siguientes, todo parecía seguir igual. La bancada naranja continuaba con su aplanadora de rivales políticos y de blindaje a propios y a extraños que les eran funcionales.
No sabemos si los audios que revelaron la existencia de la red fuji-aprista en la Fiscalía y el Poder Judicial le dieron motivos a Vizcarra para cambiar su estrategia. Al mismo tiempo, en las encuestas ya se daba a conocer un creciente descontento popular con el fujimorismo y el Apra por su manejo despótico del Congreso, expresado en la mesa directiva de Galarreta y Mulder. Lo cierto es que el presidente se dio cuenta de que el asunto era así: o era él o eran ellos. A partir de ese momento, el jefe de Estado jugó al “ampay me salvo”.
Todo comenzó con su mensaje presidencial del 28 de julio del año pasado. Vizcarra se mandó con cuatro propuestas para reformar el sistema político y judicial, presentadas oficialmente el 2 de agosto. El Congreso intentó hacerla larga, pero el presidente hizo cuestión de confianza semanas después. El miedo a perder sus curules producto de la censura de un segundo gabinete, hizo que el Congreso, presidido por un servicial Daniel Salaverry, acelere el paso y apruebe las reformas, que incluían la no reelección de congresistas.
Sin embargo, la mayoría parlamentaria logró meter algo de contrabando en la cuarta propuesta de no reelección. Aprovechando que la bicameralidad se había incluido en las reformas en la cuarta propuesta, aprobaron que en el futuro Senado puedan estar los congresistas de este período. Vizcarra, que ya había convocado a un referéndum para que el pueblo apruebe dichas reformas, dijo que se había “desnaturalizado” la cuarta propuesta; con lo que al convocar al referéndum, planteó que su opción era por el “Sí, sí, sí, no”.
El apoyo a la propuesta de voto de Vizcarra superó su propia aprobación: más de 80% votó a favor del “Sí, sí, sí, no” más por darle la contra al fujimorismo y al Apra. Con esto, aunque justos paguen por pecadores, personajes como Mulder, Becerril, Alcorta, Velásquez, Salgado, García Belaunde y compañía no estarán en el Congreso, al menos en el próximo período.
La última jugada de Vizcarra, ya envalentonado por la goleada del referéndum, fue lanzar un proyecto de ley de reforma del Ministerio Público, luego que el titular de este, Pedro Chávarry, no renovara la confianza de los fiscales José Domingo Pérez y Rafael Vela al frente del caso Lava Jato. Este último hecho generó movilizaciones, que junto a la propuesta de Vizcarra, generaron la renuncia de Chávarry y por ende la reposición de dichos fiscales, que tenían amplia popularidad en las redes. Todos se olvidaron del proyecto de ley del presidente.
A partir de allí, la estrella de Vizcarra parece apagarse. Con el fujimorismo y el Apra bastante desprestigiados (aunque aún luchan por recuperar el control del Congreso), la opinión pública parece haberse cansado de los toquecitos, huachas, tacos y demás fintas para la tribuna. Ahora espera los goles del presidente en materia de salud, educación, seguridad y trabajo. Ya hay críticas con respecto a la reforma laboral y la cuestionada construcción del aeropuerto de Chinchero en el Cusco. A esto se agrega que el mandatario tiene mucho que explicar sobre un dinero aportado por Odebrecht para la campaña presidencial de PPK, en la que él estuvo al frente. El resultado es que su aprobación, hasta hace poco de casi dos tercios, ahora comienza a ser menos del 60 por ciento. ¿Se acabó el recreo como decía el lema de campaña? Veremos si su instinto de supervivencia le es útil de nuevo.
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