Columnista: Irma Colquehuanca Usedo
Uno se deja engatusar con la promesa [cual ingenuo quinceañero], que estando en el año de “La lucha contra impunidad”, esta lacra se reduciría; bueno, algunos [no tan quinceañeros] nunca lo creímos, pero sí teníamos fe. Sin embargo, hoy 8 de marzo y con 23 feminicidios a cuestas, la cruda realidad nos recuerda, cual escupitajo en la cara, que si además de ser un humilde ciudadano de a pie, también guardas en la entrepierna una vagina, o sea, eres mujer, esta sociedad se encargará [así, sin querer queriendo] que la impunidad sea tu tragedia cotidiana. Porque para el sistema [puneño, peruano, chileno, capitalista en general], imponer en el imaginario colectivo, la concepción de que las mujeres somos “consumibles y explotables”, es vital para seguir sosteniendo su poder económico, político, social, sobre nosotras y, de pasadita, lavarle la cara a cuanto pervertido se le ocurra preguntarte: “¿Y cómo está esa amiga golosa?”, “Ya en la camita desnudita”.
Veamos, han transcurrido sesenta y siete días de iniciado este año, y el Ministerio de la Mujer ya ha registrado no solo el asesinato de 23 mujeres, sino también 113 denuncias de hostigamiento sexual laboral [Es ahora cuando puedes sacar tu calculadora y hacer cuentas]. Pero, ¿quiénes son los agresores? En todos los casos, son varones que tienen algún vínculo afectivo con la víctima. Por ende, habría que ser bien miserable, y no tener ni una pizca de inteligencia y sentido común, para no notar que algo anda mal con la legislación, la justicia y la salud mental en nuestro sistema; pero sobre todo, algo anda mal y se pudre dentro de nuestras relaciones interpersonales, donde los protagonistas son el machismo y el poder [Hijos legítimos del sistema capitalista].
Desnudemos un poco el asunto. Se ha dado cuenta que en nuestro sistema, si se es un varón con escasos privilegios políticos y económicos, aun así se mantendrán hartos privilegios sociales en sus relaciones interpersonales; por ejemplo, escribirle a una mujer a medianoche, y no perder por eso, su honor ni dignidad. Ergo, ¿qué pasa si eres mujer, y vives en Perú, un país machista, donde la salud mental es precaria? Pues relacionarse interpersonalmente podría resultar amenazante. Pero sabe que sería más peligroso aún. Empoderar a un ser humano machista (sea mujer o varón), con privilegios políticos, económicos, y sociales, asignándole el oficio de representar a un país, donde la mitad de la población la componen mujeres.
Esos, los humanos empoderados por el machismo [y la pseudodemocracia achorada e intransigente] hacen que nosotras las mujeres, las desposeídas de cargos y las que los tenemos también, vivamos amordazadas, con miedo; evaluando día a día “si conviene o no” denunciar o quedarnos calladas, si será mejor conservar un esposo, una chamba y tragarte el asco, el odio y la vergüenza o salir públicamente a exponer a nuestros agresores, y perderlo “todo”. Muchas de nosotras guardamos en el cofrecito “de algún día”, denuncias, lágrimas y una larga lista de nombres y situaciones, que alguna vez nos recordaron que “sólo somos mujeres”. ¿Hasta cuándo le seguiremos dando más poder, al poder al machismo?
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