Columnista: Abel Rodríguez
¡Cuando la megalomanía muere, nunca muere compañeros! La megalomanía suele querer convencernos del espanto en la autodeterminación; siempre se halla en la orilla correcta de la vida, nos resguarda de nuestros cuestionamientos.
El señor Isaac Alfredo Barnechea García nos ha brindado un espectáculo ampuloso, con escenario, coro y trama cuasi propias, proporcionado por las circunstancias (el suicidio de Alan García). Las formas mandaban “lamentar la desaparición del animal político extinto”, pero la hipersensibilidad yoica de Barnechea no podía quedarse sin manifestar sus dotes de gentilhombre; y es que él se halla en nuestras latitudes para “socorrer viudas y enderezar entuertos”. Barnechea sigue su propio protocolo, suscribe sus propios postulados partidarios y acata solo lo que dicta su voz.
“A ese cártel mediático que ha extorsionado al Perú y al cual cuando lleguemos al gobierno el 2021 los vamos a regular porque aquí tiene que haber libre competencia en los medios…”. Las palabras de Barnechea son una celebración del despotismo simplón. Por un lado manifiesta, en su magnánimo entendimiento, que la prensa debe regularse por la libre competencia, que obviamente solo puede ser definida y direccionada dentro de su entendimiento multipartidista; y por otro, no solo lanza su candidatura, sino que también amenaza con hacerse con la presidencia.
“¿Qué pasa con la caída en las encuestas? ¿Tienen alguna relación con la detención preliminar de Alan García?” El Virrey Barnechea trata correlacionar dos eventos, con la intención evidente de formar una escena del crimen, pues a Alan lo han matado la prensa, el gobierno y el Poder Judicial. Es innegable que algunos sectores de la prensa tienen filiación con determinados grupos de poder, que no les es ajeno la arenga política, mucho menos que asumen un tratamiento de la información según la clase social. Pero presentar la acción de autoeliminación de Alan García como una respuesta ante la conjura propiciada por la prensa, es un razonamiento propio de alguien que comparte esa adicción por el aplauso incesante y estruendoso.
Protagonismo, esa es la sustancia a la que están sometidas las megalomanías de algunos actores políticos, que se conciben como “candidatos naturales”, sin la necesidad mundana de consultar a las bases de los partidos, movimientos o frentes políticos. Menos aún “someterse” a un proceso de elecciones internas, pues sería una vejación total a su dignidad de líder o lideresa. La megalomanía política no distingue entre formas y fondos. El Virrey de Barnechea no podía desaprovechar las circunstancias, al ver gente reunida (así habrían sido dos), tenía que reiterar al “respetable” (público asistente/espectador político) sus condiciones de guía, pues solo él reúne las condiciones que establece la “Historia” para doblegar la espada de injusticia y oprobio. Al salir Barnechea entre aplausos y felicitaciones, ha actuado conforme manda su ego, ha alimentado su megalomanía con la alegría, dolor, sorpresa y miedo de los demás. El protocolo de su ego decretaba no pasar desapercibido y ha cumplido con creces.
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