Maritza Mendoza
El acoso callejero es una de las prácticas más comunes y extendidas de violencia de género que sufren las mujeres, pues se puede expresar en cualquier conducta física o verbal o gestos de naturaleza sexual, afectando la dignidad y los derechos fundamentales a la libertad, la integridad y al libre tránsito. A la vez, se crea en ellas intimidación, hostilidad, degradación, humillación y, en suma, un ambiente ofensivo en los espacios públicos.
Según las encuestas realizadas por Katia Tuni Paccori, en la Universidad Nacional del Altiplano, en las Escuelas Profesionales de Trabajo Social, Educación Inicial y Enfermería, el 66.5% de encuestadas menciona haber sido siempre víctima de acoso sexual callejero. Se trata, pues, de una práctica perniciosa que no ha recibido la debida atención y que busca ratificar la masculinidad y el dominio de los hombres del espacio público, donde se considera al cuerpo de la mujer como un objeto. Así se daña la autoestima de las mujeres, se restringe su movilidad geográfica y se sabotea el intento de controlar sus propias vidas públicas. El otro porcentaje, un total de 26.8 %, muestra que las mujeres han sido víctimas de acoso sexual callejero por lo menos una vez en su vida.
En las distintas actividades que tenemos con mujeres de la región Puno, respecto a esta forma de violencia en el ámbito público, hemos recibido muchos testimonios de mujeres urbanas, rurales, de todas las edades, incluso de mujeres de la tercera edad, quienes manifiestan que a pesar de estar mayores son víctimas también de esta forma de violencia. Se escucha con frecuencia justificaciones como: “… Ellas provocan que las violenten, ¿quién les dice a las mujeres que se vistan así?”. Sin embargo, las mujeres de las comunidades campesinas de nuestra zona usan un atuendo original y más cubierto, pero igual son víctimas de silbidos, adjetivos calificativos denigrantes, sonidos de besos, tocamientos, seguimientos, entre otras manifestaciones de carácter sexual, que muchas veces no se denuncian y terminan en una violación sexual que se arregla pagando el honor de la víctima o en algunos casos obligando a las mujeres a vivir con su violador, todo lo cual comenzó con un acoso sexual que aparentemente era una práctica normal y que mayormente las mujeres tienen que soportar por el simple hecho de ser mujeres. Ello es una muestra de un predominante machismo en nuestra zona y que muchas veces no queremos reconocer.
Por otro lado, las mujeres urbanas están más expuestas a estas prácticas; por ejemplo, algunas estudiantes de colegio nos han comentado sus experiencias, manifestando que a la hora de salida tienen miedo de que oscurezca, porque ello es aprovechado por algunos hombres, también de otros colegios, para tocarles sus partes íntimas. “Ellos están en grupo y, después de tocarte, todavía se ríen, como si eso fuera divertido…”, dice una adolescente. Otras indican que en la combi muchas veces han sido tocadas, pero por vergüenza se han quedado calladas o, como ellas dicen, para no hacer problemas… Una joven manifestó que fue de compras con sus padres, los cuales iban adelante. “De pronto, un hombre me agarró como si me conociera y me abrazó, y casi me besa a la fuerza; la gente no dijo nada, quizá pensó que éramos pareja… fue una experiencia horrible. Y más aún, me sentía culpable porque no había podido reaccionar, porque me había quedado muda. Desde ese día tengo miedo de salir a la calle, siento que siempre me va a pasar eso. No les he contado a mis padres, porque tengo miedo de que ellos me digan que soy una zonza porque no grité, o quizá me cuestionen sobre lo que estaba haciendo…”
Entonces, las mujeres aprendemos a vivir con miedo al acoso callejero. Nos sentimos indefensas ante un espacio donde hay hombres que pueden ejercer violencia sobre nosotras. Ese temor nos hace tener falta de confianza en nosotras mismas, sentirnos inseguras. Para evitar esta situación de violencia, y en realidad todos los tipos de violencia de género (que tienen su origen en un modelo social en el que los hombres dominan a las mujeres), debemos invertir en la educación de las nuevas generaciones.
Las mujeres estamos insertas en una cultura machista y muchas veces nos cuesta asumir el lugar de inferioridad en que estamos. Sin embargo, después de años acompañadas de protestas y luchas, en setiembre del 2018 se emite el Decreto Legislativo que incorpora el delito de Acoso, Acoso Sexual, Chantaje Sexual y Difusión de Imágenes, Materiales Audiovisuales o Audios con Contenido Sexual, al Código Penal. Por lo tanto, a partir de la fecha se sanciona los actos de acoso, en todas sus modalidades, con la finalidad de garantizar una lucha eficaz contra las diversas modalidades de violencia que afectan principalmente a las mujeres. Esto significa que ahora sí se puede denunciar el acoso sexual.
Es importante informar a la población, a fin de prevenir estas conductas delictivas, en su mayoría cometidas por parte de los hombres hacia las mujeres. Probablemente muchos hombres no tengan ni idea de que sus piropos, silbidos y otras conductas asociadas (muchas veces valoradas por ellas como galantería), son delito y, por ende, pueden terminar inmersos en un proceso judicial.
Finalmente, nos dirigimos a las mujeres víctimas de estos repudiables actos, aparentemente normalizados por la sociedad y que ahora son delitos; las instamos a acudir a una comisaría y denunciar estos hechos; no duden en buscar ayuda inmediata para romper el silencio. En nuestra región, en todas las provincias, están los Centros de Emergencia Mujer y también instituciones que trabajan por la defensa y promoción de los derechos humanos de las mujeres, como el Movimiento Manuela Ramos.
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