Javier Calderón
Cada mayo, la música sicuriana se viste de gala en varios pueblos del altiplano peruano. A manera de preámbulo, la noche del Sábado de Pascua, en Conima, capital del distrito del mismo nombre, jurisdicción de la provincia de Moho, se vive de singular manera ese romance entre el hombre altiplánico y los sicus.
Hombres y mujeres de todas las edades, en efecto, se reúnen en torno a las cañas en la plaza principal del pueblo. Así, entre delirantes melodías y bailes alegres, los conimeños y visitantes se abandonan a un trance musical que se prolonga hasta el primer canto de los pájaros, despertar al pie del Sojori [Suxuri], con el sonido que retumba en los oídos; debe ser una de las sensaciones más hermosas. Esa noche confluyen todos los sentimientos. Desde los diferentes puntos cardinales, surgen los sicuris, ataviados de fiesta; se edifican en siluetas majestuosas, así se imponen al frío y al viento, con un soplo cálido que abraza cualquier tempestad para hacerla música, música sicuriana, la más entrañable, la más querida. Allí están los Qhantati Ururi, los Wiñay Qhantati Ururi, los Wila Marka, los Qheny Sankayo [Qhini Sank’ayu] y los otros conjuntos que arriban desde las diferentes comunidades para ofrecer su canto al viento, una alquimia cósmica. Los Tundikis y Loq’e Palla Cuya [Loqhi Palla Kuya], también aportan con sus particularidades a este espectáculo que, a los ojos y oídos del visitante, resulta difícil de explicar. Está claro: esta música se vive, no se cuenta.
A media hora de Conima, se encuentra Moho, el Jardín del Altiplano. Allí también la fiebre sicuriana hace presa de los moheños y de quienes llegan para empaparse de esta tradición. En mayo, los conjuntos sicurianos arriban al pueblo para acompañar con su música a las diferentes cruces, otra de las tantas muestras de sincretismo entre la cultura altiplánica y occidental. De estas tierras emergió el emblemático 14 de Setiembre, cuya actividad musical no ha cesado. Son otros los rostros, pero el sentimiento es el mismo, el cambio generacional no ha mermado el amor por la música sicuriana. No son ajenos, los Fuerza Aymara de Huaraya, o los Jach’a Sicuris de Lloqesani, sobrevivientes estos últimos al tiempo. De esta manifestación cultural han emergido bellas canciones que ahora forman parte del acervo popular de todo el Altiplano.
En este pequeño recorrido sicuriano es fundamental llegar a Huancané. La Fiesta de la Santísima Cruz del 3 de Mayo, se vive de manera particular en la Tierra Chiriwana. Por cierto, son los sicus chiriwanos los que marcan el inicio de las actividades festivas. El poderoso soplo de los huancaneños hace temblar las entrañas de la tierra. Las enormes cañas sostienen todo el caudal energético de los habitantes huancaneños, allí discurren los mejores deseos. En Huancané nacieron, viven y vivirán destacados conjuntos: Los Aymaras, Claveles Rojos, Proyecto Pariwanas, 6 de Agosto; entre otros.
Durante prácticamente una semana, resuenan los sicus en cada una de las calles huancaneñas, con serpenteantes bailes que se inician en el nuevo día y parecen nunca terminar. El sicu, dicen algunos lugareños, es la principal fuente de energía, es un nutriente, un aliciente para continuar viviendo. En la fiesta de mayo, muchos vuelven para renovarse, no solo tocando un sicu, sino también bailando al compás de una vieja o nueva canción. Iras y Arcas son el complemento, esa complementariedad se repite, en esta parte del Altiplano y por supuesto se extiende y se vive con la misma intensidad en los hermanos países de Bolivia, Chile y Argentina.
Esta es una síntesis de tres lugares vinculados a la práctica sicuriana; por supuesto, en cada uno de los distritos de las provincias de Moho y Huancané; en cada una de sus fiestas, el sicuri es el protagonista, aunque los estilos son diversos. Este es un pequeño recorrido, una iniciación, puesto que en la mayoría de pueblos ubicados en la zona circunlacustre la práctica del sicu es frecuente. En las provincias de Yunguyo, El Collao, Chucuito, los conjuntos adquieren sus propias particularidades, lo mismo ocurre en Puno, así como en San Román y Lampa. Si de estilos se trata, este recorrido promete recordar algunos de los más imponentes, como los que surgen de la selva puneña.
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