Lucía (Huancané, 23 años). Doctora, me encuentro en una situación ridícula y espantosa. ¿Qué me ocurre? Pues que todos los hombres que conozco, en algún momento, creen que me quiero acostar con ellos. Y no porque yo les dé razones para que crean eso, sino porque -según parece- mi rostro me “traiciona”.
Todo comenzó hace cuatro años, cuando viajaba de Juliaca a Huancané, en una combi interprovincial. Aquella vez me senté al lado del chofer, quien en un primer momento me habló de diversas cosas; por ejemplo, la sociedad, la juventud, etc., llegando a los matrimonios y, finalmente, los enamoramientos.
Era un señor de unos 40 años, un poco tosco en sus maneras de hablar y evidentemente mujeriego, y eso que no era tan agraciado que digamos, además que sufría de cierta obesidad. Cuando llegábamos a Huancané, imprevistamente, me pidió mi número de celular. Al inicio lo hizo osadamente, y luego rogó. Casi suplicó. Fue muy lamentable. Incluso me pasó un papel y un lapicero…
Poco después me ocurrió lo mismo, pero con un compañero de la universidad. Como el conductor gordo, me insinuó que salgamos, que podíamos ser algo más que amigos, pese a que nunca le di “señales” de ningún tipo. Y así, conforme pasaba el tiempo, varios chicos se me acercaron y me proponían salir y divertirnos, ¡algunos a la primera vez!
Entiendo que cualquier otra chica, naturalmente, se hubiera sentido halagada y muy feliz de encontrar pretendientes de esta manera, pero este no es el caso: se trata de tipos que, casi abruptamente, te hacen invitaciones sensuales, nada románticas y, sobre todo, vulgares.
Consultando a ciertas amistades, descubrí y comprobé que se trata de mi sonrisa. Tengo, según casi todas las personas a las que les pregunté, una sonrisa coqueta. ¿Qué debo hacer?
MAYU RESPONDE
Tranquilízate, Lucía, y más bien analiza cómo hablas con las personas; y si es el caso, como dices, deja de sonreír un poco. Las cosas saldrán bien, solamente ten más seguridad y confianza.
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