Karina Bueno
APRODEH viene realizando un acompañamiento a mujeres sobrevivientes de violencia en cuanto a sanación comunitaria y asesoría legal. El trabajo incluye escuchas y conversaciones que son sumamente valiosas cuando se trata de enfrentar situaciones de violencia de género judicializadas o no. En este esfuerzo nos topamos con una complejidad de expresiones y entramados de violencia sexista, racista y clasista, algunas de estas claramente identificadas como tal, pero otras apenas como situaciones anecdóticas que se van sumando a las dificultades que sobrellevan las mujeres en ser mujer en esta sociedad patriarcal. Una de las violencias menos reconocidas como tal, es la económica.
Es importante adentrarnos en los testimonios de violencia, para analizar cómo es que las mujeres vivimos la violencia económica; a partir de estos podemos contribuir a hablar más de sus reales impactos y normalizar su denuncia y tratamiento. Una sobreviviente nos narró lo que vive: “Mi esposo siempre me ha pegado, he denunciado, pero siempre se archivan porque tiene amigos que lo reconocen. Sale con otras mujeres, dice que ahora que es alcalde tiene que vivir libremente con mujeres que estén a su nivel, ya no llega mucho a la casa, ya no me da dinero para los gastos, cuando me trae un pollo o una arroba de papa con eso dice que ya cumplió, revisa las ollas y si queda comida reclama para eso él gasta, para que sobremos comida. Yo solo quiero que pase pensión a mis hijos hasta que termine de estudiar nada más”. En este caso, la sobreviviente sufre de forma sistemática un conjunto de violencias: física y psicológica, las que fueron motivo de denuncia y quedaron impunes, dando lugar a la violencia institucional. Pero además, se da una discriminación clasista dado que su agresor asume tener un nuevo estatus, a partir de su poder político como alcalde e infringe a su víctima una serie de humillaciones asignándole un lugar inferior a él, pretendiendo provocarle vergüenza e indignidad.
Violencia económica, a través de las restricciones impuestas que vulneran la seguridad alimentaria, salud, vivienda y educación del grupo familiar, pero además mediante la evasión y desvaloración del trabajo de cuidado; ambas responsabilidades de provisión y trabajo de cuidado fundamental para sostener la vida humana, terminan siendo cargadas sobre los hombros de las mujeres en nombre de su rol de madres; concretándose de este modo un mecanismo de violencia para mantener bajo control la vida, cuerpo y uso del tiempo de las mujeres. Las violencias, no son aisladas, son sistemáticas y por ello se entretejen en sus varias formas, actores, espacios, poderes y simbolismos. Con referencia a los simbolismos, por ejemplo, el sistema ha expropiado nuestros vínculos de amor y protección, como elemento que facilita la explotación del cuidado gratuito e incondicional que realizan las mujeres, acallando así, en el nombre del amor, el reclamo frente a la violencia económica y la falta de paternidad efectiva y cuidadora. (…)
Finalmente, es importante identificar, nombrar y visibilizar las violencias que operan de forma entretejida en sus diversas manifestaciones; es necesario hablar de la violencia económica y sus graves impactos en la vida de las mujeres, también, alertamos que las instituciones estatales de atención y protección a las víctimas de violencia de género siguen normalizando, revictimizando y reproduciendo estas violencias sistemáticas.
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