Fernando Pessoa o el libre ejercicio de la lucidez



Escribe: Camilo Héctor Sánchez Serruto | Cultural - 08 Aug 2010


Fernando Pessoa, es uno de los fenómenos humanos menos comunes dentro de los grandes creadores olvidados, que después de muertos y aún décadas de humana amnesia, su vida y su obra cobran asombrosa inmortalidad.
En la década de los ochenta ha sido revelado para el mundo su “baúl” donde contenía una increíble cantidad de manuscritos, escritos e infinidad de poemas, los mismos gracias a una paciente y esforzada tarea se catalogan y seleccionan hasta este momento, en que usted, lector obeso, se atreve a pasar su ya cansada vista por esta alucinada y minúscula reverencia.
Fernando António Nogueira Pessoa, nace en el 13 de junio de 1888 en Lisboa y fallece el 30 de noviembre de 1935 en la misma ciudad. Vivió su primera infancia junto a sus padres genéticos de clase media acomodada cultivadores de las artes y el gusto refinado por la música y la poesía. Su padre, Joaquin de Seabra Pessoa, funcionario culto e inteligente que ejercía además como crítico musical y que además había publicado un trabajo sobre Wagner, era un sensible y modesto hombre de su tiempo, preocupado en sacar adelante a su familia. Su madre, María Madalena Pinheiro Nogueira, tuvo una educación inglesa y poseía una vasta y bien cultivada cultura literaria, artística y musical, hablaba el francés les Karénine continuèrent à vivre sous le meme toit, à se rencontrer chaque tour, et à rester complètement ètrangers l´un à l´autre, y escribía el alemán tan así como Goethe Aufrichtig zu sein kann ich versprechen
unparteiisch zu sein aber nicht ein adeliges Leben der deutschen Renaissance y el latín lo ejercitaba junto a sentencias categóricas Homo locum ornat, non hominem locus al tiempo que se deshacía con versos neorrománticos, tan en boga por esos años final del siglo 19. Alentado por ese ambiente e inoculado de primeros arrebatos artísticos por su tía abuela Maria Xavier Pinheiro da Cunha, mujer adelantada y arrebata, punzó a Pessoa a escribir sus primeros touche líricos.

Los dioses se pronuncian.
Esta querencia de apacible cotidianidad artística se quiebra cumplidos los cinco años de edad al quedar huérfano de padre. En enero de 1896, se traslada a la ciudad de Durban en Sudáfrica, junto a su madre. Desde los ocho hasta los 17 años vive en su apacible refugio con buena educación y sin esfuerzos los primeros descubrimientos literarios. Las referencias biográficas de ese tiempo señalan, la predilección de libros que narraban en su interior emociones, vivencias improbables; lo increíble y si fuera posible lo imposible, llamaba como un elixir su absorbente dipsomanía artística años después.
En esa época ya se asomaba los primeros balbuceos de lo que sería más adelante sus heterónimos. Niño aislado y voraz fantasioso, vivía dentro y fuera de la ficción con sus acompañantes de su ensueño más no amigos imaginarios. Desde entonces sus primeros desdoblamientos literarios comienzan a hacerse realidad, con sólo seis años de edad escribe cartas ¬¬y las responde al imaginario Chevalier de Pas, capitán Thiebaut, Chevalier de Pas y a cuantos deseó comunicarse.
Con edad suficiente se matriculó en la Universidad de El Cabo, donde obtuvo el Queen Victoria Memorial Prize en 1903, un premio otorgado al mejor ensayo literario en lengua inglesa, alentándolo a seguir en su carrera como escritor, se integró a la vida académica y cultural, y decide sin mayores explicaciones dejar los estudios y viajar a Lisboa: Saudade de su tierra, de su luar mítico para no perderse de sí mismo y de sus raíces.
Adolescente, recorre los círculos culturales lisboetas con su aire “extranjero” que no lo abandonaría por mucho tiempo. Su presencia por cafés y bares, donde la intelectualidad portuguesa se reunía, asperja su amplio conocimiento de la literatura inglesa y su devoción extrema por los grandes autores griegos y latinos y sobre todo asoma un torrrentoso escritor en lengua inglesa desde los catorce años: Alexander Search y Robert Anon, dos personajes pessoanos, abordan una literatura que sería el germen de la obra futura de Fernanado Pessoa.
Su paso por la universidad de Lisboa es breve y es el tiempo adolescente de abismal incertidumbre, desgarro interior y temor. Luego a esto se suma los problemas económicos y discusiones familiares por su desinterés por continuar una carrera. Un breve respiro a su ya caída economía viene en auxilio y es la ayuda de la herencia de su abuela. Decide invertirlo todo en una imprenta y el final es tan abrumador y cómo no llorar junto a Lucien de Rubempré en Las Ilusiones perdidas. Se emplea como traductor y redactor de correspondencia mercantil con una sola condición: no obedecer a un horario de trabajo; tarea que desempeñó como un forzado agradecido a cadena perpetua. Que lo tendrían ocupado dos o tres horas con intervalos de visitas breves a bares para regresar con mejor ánimo. Desdeñoso de la fama y la gloria se dedicó íntegramente al vano oficio de llenar cuartilla tras cuartilla, conversador voraz y temible sorteador de trampas inteligentes de la condición humana fue querido y respetado por la intelectualidad lisboeta de su tiempo, aunque huidizo le corría al bombo y auto aplauzo entre colegas. Algo que los grandes aprenden rápidamente.

Fernando Pessoa es uno de esos escritores que constituye un mundo cerrado, un mundo que procede de la experiencia del hombre Pessoa, y cuyo universo es difícilmente transferible. Es sobre todo los más 27 mil y l cifra crece de documentos manuscritos o dactilografiados que constituyen el legado de sus originales, que va acumulando en la ya famosa arca de inéditos, algunos de los cuales fueron ordenados dentro de sobres por el propio autor, pero la mayoría quedaron sueltos para desesperación de los estudiosos de su obra y angustia nostálgica de sus seguidores.
Su único amigo Mario de Sá-Carneiro que tuvo en vida, y curiosamente solo duró tres años, ambos mantuvieron una estrecha amistad epistolar, cuando Sá-Carneiro puso dramáticamente fin a su vida. Pessoa es ya un hombre de tertulia, un hombre que discute, que ironiza, que se ríe de los escritores convencionales y sin sustancia, y sobre todo que domina el don de la universalidad.


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