Lo ajeno es lo propio: la lucecita de Ivana



Escribe: El Amtiri | Nacional - 11 Oct 2015


Un hecho que aparentemente no tenía por dónde tropezarse con mi vida, terminó marcándola para siempre. Fue en el año 2001, cuando al dueño de un famoso night club, ubicado en el populoso barrio Cerro Colorado, lo acusaron de asesinar de un balazo a un danzarín caporal que visitó su pecaminoso, pero agradable y tentador establecimiento. A raíz del sangriento incidente, la cuadrilla de ‘boites’, como eran y son llamados hasta hoy los clubes nocturnos, se trasladaron más al canto de la ciudad, precisamente en las cercanías de Tahuantinsuyo, la urbanización donde vivía yo; se trasladaron, decía, debido a que los vecinos de Cerro Colorado, indignados al descubrir el cadáver de aquel joven bailarín tirado en la calle, amenazaron con destruir a todo ‘boite’ que se atreviera a abrir sus puertas. Ya habían quemado y hecho trizas los vidrios y parte del acabado de cerámica de los tres pisos de la lujosa edificación donde funcionaba hasta esa noche “El Caribe”.

Recién empezaba mis estudios en la Universidad Nacional del Altiplano, por lo que diariamente viajaba de Juliaca a Puno y viceversa. Confieso que por mi vehemencia de palomilla al tope, al término de mi adolescencia e inicio de mi juventud, conocía ya los también llamados ‘focorrojos’, debido a lo resaltante de sus lucecitas rojas en la parte superior de sus entradas, pero empecé a hacerlo más seguido al percatarme que estaban cerca a mi casa y debido a los asedios de mi primo, para que lo acompañe a ver a la chica que le atraía del mismo Caribe, esta vez en su nueva ubicación, la avenida Manuel Núñez Butrón, hoy conocida también como avenida Mártires del 04 de Noviembre, situada a cuadra y media de mi hogar.

Ya se me había hecho una costumbre ver en el dintel de la puerta principal de “El Caribe”, la provocativa lucecita roja que consecutivamente se prendía y apagaba, cada noche que bajaba del bus que me retornaba de Puno, así que en una de esas decidí acudir a sus interiores, por primera vez, sin compañía de mi primo y, por primera vez, sin antes haber ingerido una sola gota de licor. Me preguntaba a mí mismo, entonces: “¿a qué se debía esta abrupta decisión?”. Creo que no pude, o no quise hallar la respuesta en aquella ocasión, pero tiempo después me di cuenta que era por Ivana; esa chica de baja estatura y cabello corto que había despertado en mí lo que nunca despertaron las pocas ‘boiteras’ con las que traté en mi vida.

No era sólo por su belleza física y especial carisma. Había algo más escondido dentro de ese hermoso cuerpo delgado, esos gráciles cabellos y ojos brillantes que lograron cautivar a esa parte de mi ser que me empujaban a hacer las cosas desmedidamente, sin que importen críticas de vecinos, compañeros de estudio; ni siquiera de los provenientes de la misma familia, la cual básicamente a través de mis padres, me inculcaban la premisa moral de que si quería ganarme el respeto de mi sociedad, los ‘boites’ encabezaban la lista de lugares de mal vivir a los que no debía asistir ni por asomo.

¿Pero por qué esa mujer de mala reputación me hacía olvidar las normas de conducta que harían de mí un hombre de bien? Paradójicamente, los años me enseñaron a que se debió a cierta subrepticia ternura que supo transmitirme desde el primer momento en que la vi y que jamás pensé encontrar en el lugar aquel. Ni bien ingresé al local, me recibió con bastante júbilo y coquetería, pronunciando fuerte: ¡Royer! Mi nombre ficticio con el que me presenté ante ella. Una vez sentados en un elegante sillón, la invité a que compartamos varias de las pequeñas jarras cristalinas que contenían un raro licor que el mozo nos traía rapidísimo, los cuales si no me equivoco costaban quince soles cada uno. Me contó que era ‘dama de compañía’ por necesidad y que la llevaron a ese lugar con engaños, discurso que al comienzo no me conmovió mucho porque creí que podía ser un invento suyo para llamar mi atención o un simple cuento memorizado para todos sus clientes. Sabía que Ivana era su seudónimo de trabajo, pero como sonaba genial, no me interesó saber su verdadero nombre.

Desde aquella noche, comencé a frecuentar este ‘focorrojo’ casi a diario y ella siempre me recibía con el mismo cariño. Ya había pasado como un mes de consecutivos encuentros y pensé que sería buena idea invitarla a salir a una discoteca del centro de la ciudad, un fin de semana, para que la pasemos libres, sin que haya un mozo que la esté aguaitando ni adinerados clientes que la pidan de mercancía. Casualmente, una mañana de mayo, al igual que al resto de mis compañeros ‘cachimbos’ que empezábamos la universidad, nos dieron a cada uno cinco tarjetas de invitación para el ‘Gran Baile de Cachimbos 2001’ que como de costumbre organizaba el último semestre de mi carrera profesional. Se me ocurrió que era el momento perfecto para proponerle que sea mi pareja y de esa manera emprender mi plan de hacerla un poco más mi mujer, y un poco menos mi dama de compañía.

Saliendo de clases, alrededor del mediodía de un viernes, la rutina de fines de semana nos llevó una vez más a un grupo de compañeros de aula a aprovechar lo que queda de la tarde para beber licor en algún bar de las afueras de la universidad. Tras varias horas de libar en una afamada cantina de nombre “Dumbo”, gasté casi todo mi dinero y reservé casi exactamente para mi pasaje. La noche no se hizo esperar, así que medianamente ebrio, enrumbé a Juliaca en el primer bus que me recogió de Puno. Luego de una hora de dormitar en el viaje, con un ojo me percaté que el bus ya estaba ingresando a la Ciudad de los Vientos por la avenida Manuel Núñez, donde las lucecitas rojas que se prendían y apagaban le indicaron a mi mente que estaba en la zona de los ‘focorrojos’, y entonces recordé que tenía una propuesta que darle a mi dama de compañía.

De inmediato me zafé de mi asiento y luego de pagar mi pasaje y quedarme con un mísero diez céntimos, que con las justas alcanzaba para un pan, le pedí al cobrador que me dejara en la intersección de Manuel Núñez y la avenida Juliaca, pues ahí al frente, cruzando la pista, se encontraba esperándome el Caribe y el chispear de su lucecita roja testigo de las bastantes noches que ingresé por la puerta a la que fulguraba, en búsqueda de Ivana, de quien minutos después me di cuenta que no estaba precisamente esperándome. Ni bien ingresé al local y de inmediato, gracias al guiñar de ojos que me lanzó uno de los mozos que al ser casero del lugar ya me conocía y sabía por qué estaba allá, supe que esa noche, seguramente al igual que todas las noches, mi dama de compañía no era única y exclusivamente mía; luego de verla feliz con otro tipo en el mismo sillón que supo dejarme impactado semanas antes.

La escena me dejó inmutado unos segundos, pero luego reaccioné con una aligerada caminata por todos los salones del local y sin titubeos resolví retirarme por la misma puerta que ingresé. En una de esas, cuando estaba a unos pasos de salir, escuché su tierna voz delgada clamar: ¡Royer! De pronto, algo extraño desde dentro de mí me indujo a obedecer y voltear la cabeza de inmediato, y en cuestión de segundos, divisé su frágil cabello corto y delgada figura sensual justo frente a mis narices. Con sus dóciles manos, dejó a un lado el abrigo negro que solía lucir y comenzó a acariciar mis enfriadas mejillas, mientras el palpitar de mi corazón se aceleraba desenfrenadamente, más aún cuando bajo ese calor humano, una vez más mis labios comenzaron a sentir a los suyos; resumiendo aquel abrupto encuentro, en un apasionado beso que logró espantar a su cliente que con todo derecho, de seguro por haber gastado en varias jarras, esperaba sentado por ella. Valoré la hidalguía del tipo, pues raudo se puso de pie y sin perder la compostura abandonó el sitio que por respeto no quise ocuparlo después y preferí llevar a mi dama de compañía más al fondo, a una pequeña mesa que puedo decir, con el tiempo se inmortalizó en mi mente.

Se podría decir que el beso aquel me puso sobrio en un abrir y cerrar de ojos. Antes de trasladarnos a aquella mesita, Ivana cogió su abrigo, me dio un fuerte abrazo y me susurró al oído que no debía ponerme celoso, ya que siempre estaría dispuesta para mí. No sabía si entusiasmarme por escuchar ello, o asustarme frente a lo que acababa de darme cuenta enseguida. Ya sentados en dos rígidas sillas, mis manos desesperadas no encontraban más que una pequeña moneda de diez céntimos en mis bolsillos, así que no me quedaba otra cosa que ser franco y sin asco le dije que no tenía plata para pedir esa diminuta jarra que debía invitarle si quería permanecer con ella, pues el consumo de trago era la regla que todo ‘boite’ le ponía a sus parroquianos si querían compartir aunque sea un pequeño momento con sus ‘boiteras’. Mi lógica me hizo deducir de que no dudaría en deshacerse de mí tras esa desfachatada confesión, pero con voz y mirada tierna me dijo que no le importaba que no tuviese dinero, y rápidamente hizo aparecer como por arte de magia quince soles y sin que nos descubra ninguno de los mozos me los alcanzó por debajo de la mesa, a fin de que hagamos el ademán de que yo sería quien compraría con mi plata una jarra de licor. Me resultaba increíble que esa mujer, cuyo oficio se caracterizaba por ser uno de los más mercantilistas, donde la palabra subsidio no cabía, me estaba invitando clandestinamente trago prácticamente para que yo sea su varón de compañía.

Nuestro teatro terminó de sellarse a la perfección, cuando Ivana, amablemente le pidió al mozo encargado de nuestra mesa de que no se hiciera problemas si demorábamos en tomarnos aquella cristalina bebida, puesto que ella respondería si alguno de sus colegas le reclamaría su condescendencia. Aquella petición le dio mayor emoción al momento, o mejor dicho a mi conciencia, tanto que en pocos minutos por fin me animé a proponerle sea la pareja que me acompañe a mi baile de cachimbo de la universidad. Noté en su mirada que la noticia le agradó, más aún cuando de mi bolsillo interno de mi casaca beige saqué una de las tarjetas de invitación para mostrársela. Sin quedarse atrás, ella de inmediato sacó de uno de los bolsillos de su abrigo un DNI y lo puso en mis nerviosas manos. Lo primero que mis ojos divisaron en aquel documento de identidad fue su hermosa foto, acompañado del nombre de Marleni y algunos apellidos que no recuerdo. Se trataba de su verdadero nombre.

Faltó poco para que ella derramara unas lágrimas mientras me decía detalles de su verdadera identidad y sólo atiné a consolarla con un fuerte abrazo. Me dijo que mi baile de cachimbo coincidía con los días en que había decidido marcharse de aquel lugar y regresar a su natal Cuzco. Tres días exactamente después de mi fiesta, dejaría para siempre el Caribe, pero por la confianza que yo le inspiraba y el cariño especial que decía sentir por mí, me daría información exclusiva de a qué parte del país se iría a marchar, a fin de que si yo quería, pudiera encontrarla para emprender libremente nuestro amorío.

Su historia, confesión y ofrecimiento me tocaron el alma enseguida, aunque en ese momento cometí el error de no creerla del todo. Faltaba algo de una semana para mi gran evento universitario, así que en las dos horas en que duró nuestro amargo licor, planeamos cómo esa noche en el preámbulo vestido de gala la recogería, de una dirección del barrio Cerro Colorado que con su propio puño y letra apuntó en la tarjeta de invitación que hasta hoy conservo, en donde me dijo estaba alojada junto al resto de sus colegas ‘boiteras’.

Ya de madrugada, me recogí del Caribe lleno de gozo. Mi dama de compañía me acompañó hasta la puerta de salida, desde donde me vio perderme volteando en la esquina, mientras yo de reojo la veía en la calle esplendorosa al ser iluminada por aquella destellante lucecita roja, la cual le daba un matiz de mujer apasionada dispuesta a amar y ser amada sin tapujos. Por lo menos eso es lo que me había demostrado con su gran gesto de invitarme en secreto una jarra de trago, permitirme estar a su lado durante dos fascinantes horas y develarme secretos que me incitaban a luchar por ella. Sólo era cuestión de esperar unos días para cumplir mi sueño de llevarla a mi baile de cachimbo dentro de una semana.

No recuerdo si era miércoles o jueves, pero los días pasaron volando. Muchas cosas afligieron a mi familia esa semana. Mi padre, como siempre, sumido en su trabajo, y mis hermanos cada quien por su lado. Los únicos que aún vivíamos en nuestra casa familiar éramos yo y una de mis hermanas. El dinero me faltaba casi siempre, tomando en cuenta mi situación de universitario bohemio, que con las justas lograba asumir sus gastos académicos y las ‘chanchitas’ de las esporádicas salidas libertinas, con algunos cachuelos realizados y con lo poco que con mucho esfuerzo me daba mi madre, quien esa madrugada se fue de viaje al campo sin avisarme, lo que significaba que no había quién me salvaría proporcionándome algo de dinero que me permitiera afrontar los gastos de mi tan añorado baile, sobre todo los que concernían a mi alquiler de terno, entradas y agasajos para mi preciosa dama de compañía .

Tenía pocas horas para conseguir plata de donde sea. Mi hermana más cercana ya me había dicho que no podía facilitármelo y eso parecía ser el inicio de un mal día, aunque me resistí a admitirlo. Siempre fui reacio a pedirle dinero a mi estricto padre, pero por tratarse de una emergencia me dispuse a hacerlo, aunque luego supe que no se daría porque él había salido de viaje por motivos laborales. Otra opción eran mis hermanos, pero tampoco pude hallarlos ese día. La única opción que al parecer me quedaba era acudir a donde mi hermana mayor que vivía a unas cuantas cuadras, cruzando la pista. Le pedí prestado 50 soles, pero me explicó que sólo podía solucionarme 30 soles, los cuales me alcanzarían con las justas para el alquiler del terno.

No podía permitir que mi moral baja malogre mis planes. Me presté un anticuado terno modelo adulto de un vecino, que por ser algo apretado no me quedaba del todo bien, pero eso no me importó mucho en ese momento. Y de ese modo llegó la noche y la hora de alistarse, ya que de seguro Ivana también lo estaba haciendo, porque recuerdo me dijo que se pondría muy hermosa para mí. Por hacer las cosas a última hora, la cosas se me encimaban y tuve que apresurarme. Ya eran como las nueve de la noche cuando salí de casa vistiendo aquel opacado terno y cargando una semblante baja por no tener dinero suficiente para ir a recoger a mi dama de compañía en un taxi y engreírla toda esa noche.

Los celulares todavía eran un lujo en esa época, así que ni Ivana ni yo contábamos con uno. Sin fijarme ya mucho del reloj, resolví salir a la pista y caminar las cerca de ocho cuadras que implicaban llegar a la dirección de donde tenía que recogerla. Con 30 soles en el bolsillo con las justas tenía para los pasajes y las entradas a la fiesta. Mientras en mi desganada caminata pensaba, repentinamente un bus que venía del centro de la ciudad fulguró sus focos direccionales y el cobrador gritó: ¡Puno, Puno…! Y en eso, un impulso de esos que unas veces me consiguió resultados buenos y otros malos, me empujó a que mi brazo le haga la parada y este me recogió inmediatamente.

En cuestión de segundos había decidido marcharme sin recoger a Ivana y de esa manera, sin darme cuenta me autocondené a pasar un amargo viaje nocturno. Ya sentado dentro del bus, no me importaba si llegaba rápido o se demoraba, puesto que mi plan consistía en bajarme por el estadio una vez llegado a Puno, y de ahí, me mandaría una larga y lenta caminata hasta el club Kuntur, donde se suponía era la celebración que debía alegrarme la noche. Las once de la noche con unos minutos más indicaban mi reloj cuando llegué a la Plaza de Armas de Puno que atestiguaba mi moral baja y así mismo ingresé a la fiesta que ya se encontraba en su fase final, pues había ya concluido la ceremonia dedicada a los cachimbos, pero eso no me importó mucho en ese momento.

Me acerqué a mis colegas cachimbos con quienes me llevaba mejor y libamos primero una caja de cerveza que habíamos comprado vía colecta, más el contenido de las dos botellas que ellos ya tenían, para luego embriagarnos con ron que ingresamos clandestinamente desde la calle. La madrugada no se hizo esperar y muy bebido retorné sin aspavientos a Juliaca, a descansar a casa, prefiriendo no pensar en el Caribe ni tratar de entender por qué dejé plantada a mi dama de compañía.

La noche siguiente divisé de nuevo el fulgurar de la lucecita de aquella puerta que me conducía hacia Ivana, pero decidí no entrar porque un cargo de conciencia me impedía hacerlo. Dejarla plantada así no debía tener justificación alguna me decía a mí mismo. No le daba mucho crédito a la historia de que se marcharía tres días después de mi fiesta universitaria, así que después de dos noches más me armé de valor para visitarla. Estando ya adentro del local nocturno que se había convertido días antes en nuestro aposento de amor, el mozo se me acercó para decirme que Ivana no vino a trabajar esa noche porque estaba con permiso. Concluí que la noche siguiente sí la encontraría y la convencería de que me perdone por el desplante y continuar con nuestra apasionada relación. Pero eso nunca sucedió, debido que a la noche siguiente tampoco la encontré y el mozo me dijo que ella se había marchado sorpresivamente y por más que le pregunté hacia donde, no supo darme respuesta alguna, más que su suposición de que habría regresado de donde la localizó su jefe, el Cuzco.

Al escuchar esta abrumadora noticia que ya gobernaba en mis sospechas, mi ser estuvo a punto del desplome y una inmensa tristeza invadió eso interno que llamamos corazón. Sin querer admitir mi penosa realidad causada nada menos que por mí mismo, decidí visitar con mayor constancia “El Caribe”, pero no para pasarla bien ni enamorar con alguna de sus tantas ‘boiteras’, sino para sacar información valiosa acerca de la ubicación de Ivana a algunas de sus ex compañeras de trabajo, con las que solía llevarse bien. Luego de muchas noches de invitarles incontables jarras de trago, no conseguí información que valga la pena, pues según me decían, mi dama de compañía se marchó misteriosamente y suponían que había regresado a algún lugar del Cuzco. Ese dato ya me lo había dado el mozo.

Pasaron 14 años ya de haberme deleitado de esas noches inolvidables y lo que fue temporalmente “El Caribe” en esa época hoy en día son dos pisos de una vivienda común y corriente que de vez en cuando me genera nostalgia cuando la observo con la puerta cerrada y sin lucecita alguna en su dintel. Recuerdo que después de un tiempo los ‘focorrojos’ regresaron a Cerro Colorado y muchas sorpresas más se presentaron en mi vida, los cuales generaron cambios en mi pensar y sentir. Una de ellas son las visitas esporádicas a mis padres en el Tahuantinsuyo, a quienes respeto más y entiendo mejor ahora que ya no vivo del todo con ellos.

Aunque reconozco que me queda un atisbo de remordimiento cada vez que me pregunto si pude haber forjado algo maravilloso con Ivana, donde quiera que se encuentre y así ya no signifique nada para ella, le guardo un enorme agradecimiento por haberme dejado en libertad, luego de que se marchara aquella vez, ya que si no lo hacía, quizá mi amor naciente se hubiese expandido a tal punto de empujarme a sacarla de aquel nigth club, a fin de hacerla mi mujer oficialmente, lo cual hubiese decepcionado a mis padres y a mi familia entera; puesto que muy a pesar de mi discreción, estoy seguro que tarde o temprano hubiesen sabido de donde la conocí.

Es curioso saber que los chispazos de las lucecitas que resplandecían sobre Ivana aquella vez que me despidió, terminaron siendo testigos inertes de nuestro adiós para siempre, pero sus irradiaciones rojizas parecían contener el aura viva de ella misma que con su plenitud fueron capaces de hacerme entender de que las buenas mujeres no sólo eran las de su casa, sino que se podían encontrarlas en los lugares aparentemente más despiadados y cuestionados que mi mente encasillada podía imaginarse. Me tocó conocerla en un ‘boite’ y casi década y media después, me alegra que haya sido así porque estoy seguro de que ahora Marleni, es una maravillosa madre de familia y espectacular esposa de algún afortunado, y en alguna parte de este planeta. En verdad no interesa si para ella mi imagen ha de ser un simple espejismo, ya que en cambio para mí, su retrato entero representa un recuerdo inquebrantable.


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