La política y la guerra sucia


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Escribe: Jesús Mojo López | Opinión - 21 Sep 2014

La política se ha vuelto amorfa y disonante de una estética imaginativa. Me sorprenden los pactos éticos, cuando ya se sabe que vivimos una realidad agreste inundada de insultos, vejámenes, calumnias y amenazas. La política es hija de las atrocidades, y a la vez es por medio de ella que se ha puesto a marchar nuestra historia humana. Sin querer nuestros actos dependen de la política y nuestras necesidades son satisfechas por medio de ella, es decir, nuestra existencia se reduce a ser parte de la política, aunque cobardemente o sin saberlo tratamos de ser distantes.

En consecuencia tener un instinto político es cosa habitual. Pero lo que no es habitual es que la política se haya convertido en un espacio de discusión folklórica en el que se entremezclan la defensa pasional de un partido, la defensa programática, el destape de la vida privada y la cuestión de una formación profesional. Toda esta discusión trivial se ha convertido en la táctica de algunos políticos para desmerecer cobardemente a los otros; y es eso que llamamos la guerra sucia.

Veamos. Un movimiento arguye que para gobernar se tiene que tener una formación profesional universitaria, mismo partido aristocrático que rehúye a los campesinos y obreros; hoy seguramente rehúyen en su seno a los triciclistas, comerciantes, taxistas, barrenderos, gentes de la zona rural sin educación, jóvenes sin acceso a la educación. Pero no saben que esa gente es la que vota, y claro todo político está acostumbrado a pensar que la gente sin educación sólo sirve para votar y luego olvidarse de ellos, aunque en campaña ofrezca oportunidad para todos. Uno termina indignado al ver todavía personas parametradas y que no conciben que un campesino, un joven sin educación, una comerciante puede sentarse a gobernar una región o una provincia. Claro ellos nunca escucharon sobre un tal Mariategui que pensó nuestra realidad o Lula que gobernó sin tener una educación formal, pero cómo se llenan la boca diciendo oportunidad para todos.

Otro movimiento arguye alguna paternidad olvidada, rebuscando el mínimo error humano, olvidando que la condición humana es permeable a inexactitudes. La vida privada está plagada de errores y no puede ser argumento de un político para desmerecer a otro. Claro, se puede ser políticamente correcto y familiarmente incorrecto, pero es la actitud y los hechos los que prevalecen sobre una infamia bien o mal fundamentada.

Por otro lado, está la defensa pasional de los mitos y costumbres de gentes en torno a un partido y en torno a un líder. Todavía nuestra sociedad es débil para manejarse constantemente no en torno a un líder sino alrededor de un programa político que durase mucho tiempo. Somos incapaces de organizarnos en base a los mismos anhelos para una sociedad justa o cualquier otra cosa y que sea políticamente correcto.

La guerra sucia es por hoy, la táctica correcta de todo político efímero, y claro, eso daña la democracia, daña la voluntad genuina de los pueblos y daña por tanto la voluntad real de la gente e imbuye a la sociedad en un constante atraso que daña su devenir histórico y revierte sus aspiraciones legítimas.


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