Los dientes del dragón



Escribe: Jorge Zavaleta Alegre | Opinión - 19 Oct 2014

“Contaban los griegos que Cadmos, fundador de Tebas, mató un dragón y enterró sus dientes en el campo. De inmediato la tierra se cuarteó y, en lugar de espigas, asomaron cascos de bronce, puntas de lanza y, finalmente, hombres armados: todo un ejército fantasmal programado para matar”. Me preguntó si no estamos, nosotros, sembrando “los dientes del dragón” sin darnos cuenta de que terminaremos siendo triturados por ellos”, Hubert Lanssiers (Bruselas, 1929 – Lima, 2006)

Este filósofo que fue ordenado sacerdote en Tokio a los treinta años, vivió cerca de las guerras de Camboya y Vietnam. En Perú, a principios de los noventa fue Presidente de la Comisión Gubernamental de Diálogo con los Organismos de Derechos Humanos, grupo que logró la liberación de 1200 personas que sufrían condenas injustas. Desde la Obra Recoletana de Solidaridad brindó ayuda a los internos y sus familiares, además de apoyarlas en la comercialización de su trabajo.

Su nombre evoca un sentimiento de amor a los desposeídos. Su ausencia es notoria y dolorosa, escribió más de un peruano de bien. Fue considerado un lamed – waf, que según una leyenda del Talmud, es “un místico con corazón abierto que logra escrutar muchos de los desastres que el ser humano se empeña en producir a sus congéneres”.
Los dientes del dragón es un libro, divido en cuatro partes y sesentaicinco crónicas, a través de las cuales ofrece reflexiones humanas, su preocupación internacional, la justicia en el Perú y una breve radiografía personal en el país donde estuvo más cerca de los condenados de la tierra.

Su vida y obra reluce en una sexta versión, corregida y aumentada, auspiciada por Ediciones Cope - Petroperú, empresa que no cesa de recibir presiones para su privatización - oleadas que hay veces son razonables por su densa carga burocrática - al extremo que se le niega el derecho de haber restablecido el Premio Nacional de Cultura, suspendido hace más de un cuarto de siglo.

Esta publicación, seguro que tampoco se exime de crítica, si se lee, por ejemplo, la mención que el autor hace de Chejov: “El hombre, al nacer, debe elegir entre tres caminos, no hay otros. Si toma la izquierda, los lobos le comerían, si va por la derecha, será el quien comerá a los lobos, y si escoge la vía del centro, se comería a sí mismo”.

Al analizar la violencia política en el Perú, precisa:”… esta frase no es enfermedad como lo presentan los psicólogos: es lucidez…La democracia parece débil a la violencia, porque sus reglas son activamente reconocidas solo por una memoria…Más allá de la violencia política reina la violencia de consumo corriente, la violencia banal, la que no genera disertaciones doctorales porque es inorgánica, temida y tiene toda la poesía luminosa de las aguas servidas…”

Advierte que el peligro más grave que afecta la vida misma no procede del egoísmo consciente del individuo, sino del egoísmo colectivo, legitimado por instituciones y códigos, y que constituye la atmósfera social en la cual vivimos.

Por cierto el diagnóstico sigue vigente y más complicado aún: “Vivimos en ambiente de violencia solapada y continua, exasperante y nueva, que indica… “una especie de estado comatoso”.

Conforme pasan los días esa realidad es más compleja y extensa como se vive ahora: Hospitales en huelgas, servicios postales paralizados. Desabastecimiento de medicamentos. La prensa frívola hace soñar a más de una dama el sillón de un imperio. Se consolida el narco-poder. La corrupción se extiende: hasta los viejos oligarcas se rasgan las vestiduras por la corrupción descentralizada – regional, local y global.

Lo más sorprendente del Perú para el sacerdote Lanssiers fue el culto universal que se rinde a la viveza y la criollada. “El ser engañado y engañar eran elevadas a la categoría de bellas artes y la definición del civismo no figuraba ni siquiera en el discurso de los vocablos esotéricos…Desde fuera es un país surrealista. El pueblo sigue llorando sobre la suerte de las heroínas de la telenovela, huelga de posibilidades la letanía de abusos se podría alargar usque ad nauseam los nidos de escorpiones”.

Por qué se queda en el Perú, le preguntaron más de una vez: “Este país tiene la exasperante virtud de sacar a la superficie lo mejor que uno tiene…también lo peor”.

Con una sensibilidad que engrandece al humano, el sacerdote Lanssiers estuvo muy cerca del infierno de la violencia y pudo reconocer sus crueles raíces. Cuando un poeta fue liberado de la cárcel le pidió la presentación pública. Y el dijo: “Quienes amamos este país con una pasión rabiosa, sentimos la urgencia de luchar para apagar la tristeza de los poetas que murieron de la patria como Valcárcel cuando escribía: “La palabra Perú llena de sangre” o Juan Gonzalo Rose en sus versos formidables “Para comerse un hombre en el Perú hay que sacarle antes las espinas”.

Concluye su explicación con un himno de esperanza, recordando otra vez a Valcárcel y su frase “Perú patíbulo de justos”, pero no se aleja de ese sentimiento noble que prima en estos hombres y mujeres, que a pesar de los insultos, siguen luchando por los derechos de los desposeídos.


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