Universidad y sociedad


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Escribe: Edwin Catacora Vidangos | Opinión - 28 Jul 2015


El momento actual atraviesa por profundos cambios de nuestra realidad universitaria –internacional, nacional y local– hechos que nos conducen a reafirmaciones y replanteos sobre su rol e importancia en la formación. Vivimos una realidad dominada por el afán de lucro, el mismo que orienta las políticas de muchas sociedades en donde la ciencia y la tecnología son de suma preponderancia para el futuro de las naciones, con una marcada tendencia de orientar hacia un desenfrenado consumismo. Existe la pérdida de prioridad en la universidad pública, en las políticas públicas del Estado, que son, antes que todo, el resultado de la pérdida general de prioridad de las políticas sociales (educación, salud, seguridad social) inducida por el modelo de desarrollo económico conocido por neoliberalismo o globalización neoliberal que, a partir de la década de 1990, se impuso en nuestro país. La universidad pública significó que las debilidades institucionales identificadas – no eran pocas–, en vez de servir de justificación a un vasto programa político-pedagógico de reforma de la universidad pública, se declara insuperable y se utiliza para justificar la apertura generalizada del bien público universitario a la explotación comercial y la persistencia de un mercado universitario desregulado.

El contexto actual nos enmarca en una perspectiva que ve a la educación más como un producto y no, como debería de ser, un proceso; así, la educación parece abandonar la noción del conocimiento útil para toda la vida, para substituirla por la concepción de usar y desecharlo como un objeto.

En esta orientación, otras competencias reflexivas y habilidades, igualmente cruciales, se encontrarían en riesgo, corriendo el peligro de perderse dentro de la ráfaga competitiva, habilidades cruciales para cualquier sociedad democrática, conocimientos y competencias asociadas a la formación reflexiva, la formación en valores éticos, la importancia de la influencia social y las artes, las mismas que nos conducen a pensar de manera crítica en la trascendencia de la realidad local y aproximarnos a los problemas globales, como “ciudadanos del mundo”, reflexionando sobre los problemas del otro. Es un reto a vencer, en que la educación debería ser una acción continua de la vida y no dedicarse exclusivamente al fomento de las habilidades técnicas. Es importante formar ciudadanos que recuperen el espacio público de diálogo y sus derechos democráticos, para así ser capaces de controlar su entorno y el suyo propio, por tanto, cuando el mundo se encuentra en constante cambio, la educación debe ser lo bastante rápida, ágil e inteligente para adaptarse ante los nuevos contextos que nos toca enfrentar.

¿Cuál sería la tarea de esta formación universitaria en lo que al conocimiento se refiere? Considero que no solo debe tratarse de aumentar el conocimiento, sobre todo la tendencia cognitiva instrumental. El objetivo va por otro lado. Se trata de despertar el interés por el conocimiento crítico. Sin ese conocimiento, no podríamos pensar en el desarrollo de una sociedad democrática; ese interés constituye el motor de toda investigación, que debe alimentarse y retroalimentarse a través de actitudes reflexivas y críticas que están contenidas en la formación humanística, no instrumental y mecánica. Estos lineamientos deberían incluirse en universitarios más cosmopolitas, flexibles y con capacidad de adaptación a nuevas circunstancias, situaciones cambiantes propias del mundo pos-moderno[1] en que vivimos.

La formación en las “competencias” para las cuales hay que destacar cambios metodológicos[2] en las prácticas docentes, el empleo de nuevas perspectivas teóricas metodológicas que contribuyan al aprendizaje, sobre asuntos que se está reflexionando en estos momentos en todas las esferas del mundo universitario. Según Martha C. Nussbaum, al pensar sobre las metas, coinciden con las propuestas por la cultura clásica, que no son otras que aquellas que conducen al cultivo de la humanidad; para ella, tres habilidades son básicas para este cultivo de la humanidad. La primera es la capacidad de hacer un examen crítico de uno mismo y de sus propias tradiciones, es decir, cuestionar toda forma de dogmatismo e imposición de las creencias y los conocimientos. En segundo lugar, es preciso que las personas nos sintamos miembros pertenecientes –ciudadanos– de una gran comunidad que abarca a todos los seres humanos, más allá de nuestras identificaciones regionales, étnicas, religiosas o de cualquier otro tipo. Por último, el cultivo de la humanidad implica la capacidad de situarnos en el plano de otras personas, de comprender las emociones, sentimientos y aspiraciones de otros. (Nussbaum, 2005).

Es verdad que la tendencia competitiva instrumental nos ha conducido a que la mayoría de los egresados aparezcan en el mercado de trabajo con una importancia tenue. Sin embargo, tiene que ver con la calidad de la formación y la capacidad de los graduados. Esto nos remite necesariamente a un aspecto importante, el gran problema de la estructura educacional de nuestra sociedad nacional y local, la tarea política urgente, la recuperación de la consciencia pública de que la dedicación a la enseñanza en el nivel secundario y universitario es tarea fundamental y honrosa de la universidad, que debe fomentar la vocación de “formar a los formadores de ciudadanos” (COHN, Gabriel. 2001).

Esto nos conduce a la defensa y afirmación del rol de la universidad pública, en la definición de las áreas y formas de actuación en que va a concentrar sus esfuerzos, con base en las exigencias de democracia política, de avance económico y científico-tecnológico y de expansión cultural, que se desenvuelve en nuestro espacio social. En suma: procurar por todas las formas la Excelencia. En esa tarea de detectar lo que el momento histórico de la sociedad exige de nosotros, en la orientación que debemos de dar a nuestras universidades, solo puede ayudar cada uno a su modo.

[1] La controversia modernidad y posmodernidad, nos conduce a enfatizar en la envergadura de las relaciones, procesos y estructuras de ámbito mundial, con implicaciones en ámbito local, nacional, regional y mundial, exige conceptos, categorías o interpretaciones de alcance global. Ése es el contexto en el que se elaboran metáforas y conceptos como los siguientes: multinacional, transnacional, mundial, planetario y global; aldea global, nuevo orden económico mundial, mundo sin fronteras, tierra-patria, fin de la geografía y fin de la historia; desterritorialización, miniaturización, ubicuidad de las cosas, de las personas y de las ideas, sociedad informática, infovía e internet; sociedad civil mundial, estructuras mundiales de poder, clases sociales transnacionales, globalización de la cuestión social, ciudadano del mundo y cosmopolitismo; occidentalización del mundo, orientalización del mundo, globalización, globalismo, mundo sistémico, capitalismo global, neoliberalismo, neonazismo, neofascismo, neosocialismo y modernidad-mundo. (IANNI, 2010).
[2] El desaparecido analista educativo Luis Jaime Cisneros destaca que, los oradores candidatos a presidente de la republica del CADE (noviembre de 2010) no tuvieron en cuenta, que para encarar la política educativa en la actualidad, y que se debe situar en la realidad cultural de nuestro siglo. Lo primero que hay que encarar es que necesitamos plantearnos métodos distintos de los que han presidido nuestra formación. Y es que los métodos no son taxativos. El método es, como se nos ha explicado, “una astucia dirigida, una estrategia nueva, útil para la frontera del saber”. Bachelard nos advierte ahora que todo método científico es “un método que busca el riesgo. Seguro de lo adquirido, se arriesga una nueva adquisición”. El método implica el caminar. Pero ese caminar no es el cartesiano, cierto y seguro. Es el que nos propuso el poeta: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Si no hay búsqueda, no hay método. ¿Por qué deben los políticos interesarse en la metodología, si quieren reflexionar sobre política educativa? Porque hay que entronizar en los docentes la certeza de que deben resucitar una fe en la cultura, en el espíritu humano, y un amor por el conocimiento. Hay que escuchar lo que nos propuso Octavio Paz: Apliquemos al trabajo “pasión crítica, amor inmoderado, pasión por la crítica”. (Luis Jaime Cisneros. Educación en CADE: Dom, 21/11/2010).


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