Perú: la hora de los desaparecidos


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Escribe: Gustavo Espinoza M. | Opinión - 24 Jun 2016

Cuando una madrugada de julio de 1983, efectivos militares del Cuartel “Los Cabitos”, de la ciudad de Huamanga, ingresaron a la vivienda de Angélica Mendoza y se llevaron a rastras a su hijo Arquímedes, ella cambió radicalmente el rumbo de su vida.

Angélica dejó de ser la alegre matrona dedicada a cuidar a sus hijos, y se convirtió en el símbolo de la lucha por recuperar a los desaparecidos, víctima del terrorismo de Estado, dispuesto en ese entonces por el general Clemente Noel Moral bajo el amparo del régimen de entonces, presidido por Fernando Belaunde Terry.

En julio de este año se cumplirán 33 de aquel infausto acontecimiento. Se han sucedido, en toda esa etapa, 7 Jefes de Estado, pero la situación de Angélica –la “Mamacha”, como se le conoce cariñosamente- no ha cambiado. Hoy tiene 83 años y está enferma, pero aún mantiene viva su esperanza. Recientemente fue reconocida por las autoridades oficiales, pero su situación sigue siendo la misma: es la madre de un desaparecido.

La conocí personalmente cuando con otros parlamentarios vinculados a la defensa de los derechos humanos, viajamos a la ciudad de Ayacucho, a fines de 1985, para indagar en torno a denuncias referidas a la materia y que nos llevaron, en ese entonces, a volar en helicóptero sobre las rugientes aguas del río Apurímac, en el límite entre Ayacucho y Cusco.

Ya era “La Mamá Angélica” y había creado la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados y Desaparecidos del Perú (ANFASEP), reuniendo a otras madres que habían tenido la misma experiencia y que tocaban la puerta del Cuartel en busca de justicia. Ya no estaba más el general Noel, pero sí el drama que se había generado por su vesania.
Las madres de los desaparecidos seguían luchando por los suyos y habían logrado inscribir en la conciencia de decenas de miles de peruanos la razón de su angustia.
Se calcula en algo de 15 mil personas -o quizá más- el número de desaparecidos en los años de la violencia en el Perú. Pero quizá ni el 10% de ellos han sido ubicados en algunas fosas donde sus cuerpos fueron sepultados; no para que descansen en paz, sino para que nadie pueda encontrarlos.

Rocío Silva Santisteban, que fuera Coordinadora para los Derechos Humanos, nos dice que 3.500 han sido encontrados pero, de ellos, sólo 1,775 han sido identificados.

El esfuerzo de la Mamá Angélica, y de otras madres como ellas, y la labor infatigable de los organismos encargados de la defensa de los Derechos Humanos, no ha sido vano, aunque ciertamente ha resultado insuficiente como insuficiente fue también el trabajo que hicimos en ese periodo de la historia, plagado de terror, y muerte.

Varias veces después de esa incursión por los más desolados parajes de Ayacucho, tuve la ocasión de estar, para el cumplimiento de tareas similares. Incluso, con Senadores y Diputados caminamos sobre el suelo del Cuartel de Huamanga y estuvimos en otras bases militares, como Huanta, Cangallo o Huancapi. Pero nadie pudo, en esos años, ordenar una excavación que permitiera, encontrar aunque fuera sólo huesos desmembrados, o cartílagos rotos.

¿Han sido olvidados los peruanos que, víctimas de esta horrenda crueldad simplemente dejaron de caminar por las tierras que hasta entonces andaban?. Quizá los han olvidado las autoridades. Pero sus familiares –y con ellos millares de peruanos de toda condición- los recuerdan y persisten en la tarea de encontrarlos. Aunque lo ansiado sería recuperarlos vivos, ya muchos se han hecho a la idea que lo importante, simplemente, es encontrarlos, aunque ya no estén vivos. Encontrar sus huesos, para darles sepultura conocida.

Hijos, padres, esposos, hermanos, sobrinos desaparecidos forman un inmenso espectro que se desplaza en la memoria de los pueblos. Y que reclama la más elemental de las justicias, aquella que demanda permitir que cada quién deje una huella de su partida de este mundo.
Quienes saben realmente del destino de los desaparecidos, son las instituciones castrenses. A ellas estaban integrados los que se llevaron a las personas en aldeas y en ciudades. Ellos fueron los ejecutores de esa política siniestra que se aplicó en nuestro país pero que vino de más lejos.

Siete años antes que la Mamacha Angélica denunciara el secuestro y la desaparición de Arquímedes, miles de otros hombres, mujeres y niños fueron víctimas de esta misma trampa. Formaba parte de la “estrategia anti subversiva” ideada por las dictaduras fascistas del Cono Sur. Ella se aplicó con empeño genocida en Brasil, Uruguay, Paraguay, Argentina, Bolivia, y también en nuestro país. Aquí fueron ilegalmente secuestrados y luego desaparecidos ciudadanos peruanos y de otros países. Era el “Plan Cóndor” en acción. Creado en noviembre de 1976 en Chile, fue un recetario que aconsejó “generalizar la experiencia”

Cada cierto tiempo -y también ahora- se habla de la “reconciliación nacional”, de la necesidad imperiosa de “unir a todos los peruanos” pero ¿será posible unir a los secuestradores, con los secuestrados; a las víctimas, con sus verdugos? ¿Será posible “pasar la página” y “olvidar el pasado”?

Lo mínimo que podría exigirse es que los asesinos -o las instituciones que los cobijaron- digan dónde están los desaparecidos, donde se hallan sus cuerpos?. Hay que recordar que ni siquiera los desaparecidos de La Cantuta han sido entregados a sus familiares porque sus asesinos identificados -los del Grupo Colina- simplemente no han querido decir dónde los enterraron ¿habrá que extenderles la mano a ellos, pese a su silencio?.
En torno al tema debieran hablar los ejecutores directos de esa política y los mandatarios que la ordenaron. Belaunde, ya no está; pero García y Fujimori sí ¿Por qué no hablan? Son ellos los que saben dónde están
En cuanto al hoy mandatario, el Presidente Ollanta Humala, al promulgar la Ley 30470 (de Búsqueda de Personas Desaparecidas en el período de violencia 1980–2000), ha puesto su granito de arena a la justicia.

Un norteamericano ilustre, Charles Horman, nacido en Nueva York en 1942, secuestrado, desaparecido y asesinado en Chile en septiembre de 1973, escribió poco antes de morir estas sencillas, pero dramáticas palabras: “El mundo entero es un lugar / para esconderse / Desde donde estoy / no puedo ver el final / pero cuando llegue allí / lo sabré”. Probablemente lo supo, pero nunca pudo contarlo.

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera


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