¿Cuánto avanzó el Perú –en desarrollo nacional- al celebrar los 188 años de su independencia?



Escribe: Prof. Gaspar Miranda Ramos | Política - 28 Jul 2009

Hasta hoy, a casi doscientos años de independencia política, la oprobiosa época colonial que nos tocó vivir es el lastre ominoso que nos sujeta a un continuo subdesarrollo físico y espiritual. Allá, a fines del siglo XVIII, mientras en Europa surgía una ética del trabajo, como cimiento del naciente capitalismo, en la España que nos gobernaba seguía afirmándose una ética del ocio; antivalor que percudió a nuestra sociedad y a nuestros gobernantes en particular. El tren del desarrollo nunca llegó a nuestro país, pues lo que hicieron nuestros ilustres estadistas fue colocar la carreta delante de los caballos.


Vivimos tiempos en que tenemos que hacer un exhaustivo análisis de la realidad peruana, ya no desde la óptica de quienes creen ser descendientes de la “madre patria”, sino una interpretación más real de los hechos históricos que marcaron el curso de nuestras vidas. Por ello, es imperativo reencontrarnos con las escalinatas del tiempo por donde discurrió el aparente desarrollo, de paso tortuoso de nuestra vida republicana.

Si bien se produjo la independencia política en 1821, el Perú no ha crecido en términos cualitativos como consecuencia de las luchas internas que cimentó este periodo. Los pañales de la “patria libre” estuvieron ensangrentadas por apetitos de caudillos militares casi por tres décadas, mientras que la adolescencia nacional sufrió el trauma de la guerra con Chile. Y cuando el Perú anémico se sobreponía al desastre del conflicto, la aristocracia limeña se impuso para favorecer únicamente a sus intereses. A partir de la década del 20 del siglo pasado, hubo intentos populares y políticos de reorientar la vida nacional sin mayores resultados que beneficien finalmente al verdadero pueblo. El único paréntesis histórico que pretendió revolucionar todas las estructuras del Estado Peruano semifeudal hasta entonces es la que se vivió entre 1968 y 1975 con Juan Velasco Alvarado, intento que fue sofocado por las fuerzas oligárquicas; lo que demuestra al final que “el peruano del Perú” nunca tuvo la oportunidad de disfrutar de los beneficios de la independencia, tampoco de gobernar y, menos aún de promover su desarrollo desde una perspectiva nacional. El Estado hasta hoy sigue representando a los capitales y las empresas; es su operador administrativo y político.

Pero, ¿cómo se caracterizó el avance de nuestro país en los aspectos social y económico, fundamentalmente? ¿Existe desarrollo? La sociedad peruana, escindida por causas raciales y económicas no formó una sola nación desde comienzos de la independencia. Pese a los intentos de José San Martín de abolir diversas obligaciones que pesaban sobre el “indio” y de llamar “peruanos” a todos (blancos e indios), los gobernantes y las castas sociales criollas sometieron a estos últimos al extremo de considerarlos como seres inferiores. La servidumbre y los tributos se acentuaron sobre el habitante andino, en manos de los gamonales de la sierra peruana especialmente. Ningún gobernante modificó el status de esta clase social dentro del siglo XIX; por ende, sus condiciones de vida eran más precarias que en la misma época colonial, sometido a un estado de absoluta ignorancia y sin derecho a educarse. A diferencia de ello, la clase criolla heredera de España y recordada con nostalgia vivió en el boato económico, turnándose en el poder gubernamental con todos sus desaciertos y embarcándonos a una guerra causada por el guano y el salitre que ellos mismos aprovecharon, generándoles ingentes ganancias. La corrupción y el aprovechamiento estatal llegó a límites escandalosos también; José Rufino Echenique es la prueba de ello, cuando reparó económicamente a miles de criollos por deudas fantasmas provenientes de la guerra de la independencia. Otro tanto se observa Con Ramón Castilla, cuando codiciosos amos latifundistas aceptan dejar en libertad a los negros a cambio de cuatrocientos pesos por cada esclavo liberado. El siglo XIX, no mostró un verdadero desarrollo social; es para el olvido, son años de oscurantismo y retraso.

A inicios del siglo XX, el anárquico Manuel Gonzáles Prada hizo serias observaciones a la sociedad peruana, en particular a la limeña y es rescatable su postura cuando dice que el peruano de verdad no vive en Lima y cerca del litoral, sino al otro lado de la cordillera. Tenía mucha razón. Por su parte José Carlos Mariátegui, en defensa de la clase indígena sostenía que a la república le tocaba elevar la condición del indio. Y contrariando a este deber ha pauperizado al indio, ha agravado su depresión y ha exasperado su miseria. Hasta mediados de 1960 era común observar grandes haciendas en el interior del país, con la servidumbre como estigma en cada rostro indígena. Es como si el tiempo se hubiera detenido. En esas condiciones era muy difícil imaginar un desarrollo social del país; y si lo hubo, solamente favoreció a las clases adineradas que gozaban de todos los privilegios de la modernidad, de la educación, y del acceso a la cultura. Había una profunda desigualdad social y ante ello el habitante andino, ignorado en la serranía, se propuso encontrar una oportunidad en las ciudades. El éxodo del campo a la ciudad es consecuencia del olvido histórico en que vivió la sierra, y la economía de la informalidad imperante con el comercio ambulatorio son el reflejo de esta sociedad que nunca dejó de ser elitista. Velasco Alvarado intentó reorientar drásticamente las condiciones sociales del país; tuvo gran éxito en generar un conjunto de demandas y expectativas en vastos sectores sociales que tuvieron la oportunidad de conocer los derechos que formalmente tenían y que les eran negados en la realidad cotidiana.

En la actualidad, las brechas sociales son aún más amplias. La riqueza se concentra en un cada vez más reducido sector de la sociedad y las grandes mayorías son excluidas. Hay más pobreza, condición que va acompañada de exclusión social y la gente más pobre no tiene acceso real a los derechos sociales como la educación, la salud, la información y el empleo. En resumidas cuentas, el Estado no tiene una política de desarrollo social y administra al país en razón de las circunstancias y la dirección del viento político. Si en algo ha avanzado nuestra sociedad, no es por apuesta ni apoyo del Estado, es producto del esfuerzo personal y familiar de millones de peruanos que han apelado a su creatividad e ingenio para vivir, o mejor dicho sobrevivir.

Por su parte, la economía peruana tiene sus propias taras. Ninguna etapa republicana se salvó de recurrir a los préstamos; de ahí que se observa que ni bien nacimos como nación descolonizada ya en 1823 el Perú se endeudó con Inglaterra por 1’200 000 libras esterlinas. No había un presupuesto nacional sino hasta el gobierno de Ramón Castilla y en todo el siglo XIX el Perú subsistió gracias a la venta del guano de islas y del salitre que generó una aparente bonanza económica que favoreció a los consignatarios muy cercanos al gobierno. Surgieron nuevos ricos, pero con muy escasa visión empresarial capitalista. Otro rubro de la economía giró alrededor de la exportación de algodón y azúcar que finalmente quebró con la guerra del pacífico. A la par, en la región andina el predominio de los gamonales era tal que las leyes las imponían ellos a punta de pistola. La producción agrícola y ganadera era su principal soporte; la venta de cueros y lana se extendió hacia Europa, mientras que la clase indígena era desposeída de sus parcelas que virtualmente eran rodeadas dentro de las haciendas.

Hacia finales del siglo XIX, la explotación del caucho sostuvo en buena cuenta a la economía nacional. Su auge estuvo unido a la utilización industrial de la vulcanización. Hasta aquí, se aprecia que el Perú se caracterizó por ser vendedor de materias primas, sin afianzar la industria, menos la empresa moderna como se observaba en Europa y países vecinos.

El siglo XX tuvo sus propias características de desarrollo económico, aunque no difieren mucho a los estilos de la época anterior. El país siguió vendiendo recursos primarios y volteó sus ojos a la minería, con el auge del cobre en el mundo; entonces Augusto B. Leguía otorga concesiones muy favorables a empresas norteamericanas, pero lesivos a los intereses nacionales. Lo propio ocurrió con el petróleo que fue escurrido hasta la saciedad por la Internacional Petroleum Company, hasta que el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas de Juan Velasco Alvarado procedió a nacionalizar la minería y el petróleo. Otro rasgo que contribuye a comprender el sinuoso desarrollo económico del país es la pesca que, en 1960 convirtió al Perú en el primer productor mundial de harina de pescado. El proceso de industrialización fue lento y, a diferencia de países vecinos, la modernidad llegó con mucho retrazo. Otro aspecto determinante de subdesarrollo fue la política de empréstitos, con deudas contraídas e intereses impagables. Los gobernantes encontraron en los préstamos una solución al desarrollo del país y la financiación del Presupuesto Nacional de la República que en las últimas décadas se vio afectado por el desequilibrio fiscal. Por citar, en 1987, siendo Presidente de la República Alan García Pérez los ingresos ascendían a 40,339’000 000 Intis y los egresos a 70,339’000 000 Intis, y al final de su mandato en 1990, la deuda externa ascendía a 32 mil millones de dólares. Juntos todos estos desaciertos terminaron con la dación de la ley 25295 que puso en circulación el Nuevo Sol a partir del 1º de julio de 1991.

Así nos alcanza la actualidad con respecto al desarrollo económico nacional referido al Estado, mientras que un grupo de empresarios se dedica al comercio de exportación, sobre todo de productos agrícolas tradicionales. En tanto que los sectores menos favorecidos, a lo sumo se dedican a la agricultura extensiva y de subsistencia. En este último rubro está ubicada la población de extrema pobreza asentadas básicamente en comunidades campesinas que no reciben créditos, asistencia técnica ni apoyo del Estado. Otro muy grueso sector poblacional ha encontrado en el comercio ambulatorio y en el transporte informal una manera de agenciarse recursos; y la pequeña y mediana empresa ha conseguido mejorar los niveles de calidad de vida de millones de peruanos que nunca recibieron el apoyo de las instituciones del Estado. El peruano de a pie, históricamente se ha forjado gracias a su tenaz esfuerzo.

El índice de desarrollo de un país se suele medir de acuerdo al nivel de calidad de vida de sus habitantes; en educación, salud, vivienda y empleo. Por cierto, la educación en el Perú recibe uno de los presupuestos más bajos de la región que no supera el 2.8% del PBI, mientras que el analfabetismo ya superado en papeles y estadísticas sigue latente. El desarrollo en salud es más preocupante aún, con hospitales sin implementación, materiales obsoletos y con un sistema integral de salud SIS que se remite únicamente a recetar amoxicilina y paracetamol para todas las enfermedades. Las políticas erradas de los gobernantes junto a la ausencia de inversión social, por su parte, viene generando desempleo. El Estado y los empresarios, a partir de 1990 han flexibilizado el mercado laboral y consecuentemente se han generado la pérdida de la estabilidad y los despidos masivos. Atrás quedaron las leyes laborales como la jornada de las ocho horas que se logró en 1919. Estos son apenas algunos elementos de juicio para comprender que el Perú ha evolucionado muy poco en materia socio-económica que favorezca al pueblo.

Los tiempos han cambiado, es cierto. La globalización postmoderna es el amo del desarrollo mundial en el cual estamos inmersos, junto a la liberalización de la economía. Sin embargo, urgen nuevas propuestas de desarrollo más nacionalistas. Las recetas obedientemente aplicadas por nuestros gobernantes no han dado resultados hasta hoy y nuestro desarrollo está atado a la onerosa deuda externa que este gobierno viene pagando hasta con el 25,1% del presupuesto nacional. Este modelo ha permitido únicamente el crecimiento de capitales en muy pocas manos, ha privilegiado la inversión extranjera con estabilidad jurídica y tributaria perjudicial para el país. El desarrollo no se siente en el pueblo y los bolsillos de los millones de habitantes que viven en pobreza siguen vacíos. La exclusión social se agrava y la economía de subsistencia se ha vuelto normal.

A modo de reflexión final en estas Fiestas Patrias, a decir del luchador social Juan Bustamante Dueñas, cuyas ideas siguen vigentes; la segunda y verdadera independencia del Perú aún no ha llegado; aquella en donde verdaderamente se instaure un proyecto nacional de desarrollo. Hasta hoy, sólo existe la “República de Lima”, centralista y absorbente. El resto, somos el patio trasero de ésta república. ¿Cuánto más se puede soportar la histórica ausencia del Estado en nuestros pueblos?


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