La corrupción como morbo: información que no forma


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Escribe: Luis F. Vilcatoma Salas | Política - 30 Aug 2015

FOTO: Internet
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El problema de la corrupción en el Perú es un problema que, según todas las encuestas, se ubica en un lugar especial de la preocupación ciudadana, tanto porque los hechos son así como por la hiperinformación sobre el particular, difundida por los medios nacionales, regionales y hasta locales del país. Dada esta situación, seguramente son muy pocas las personas extrañas a los reportes que diariamente circulan sobre la corruptela que agusana el tejido social, del cual formamos parte, sin que se avizore una salida clara en este largo túnel de agobiante desventura nacional.

No está demás señalar, sin embargo, que la ausencia de políticas coherentes y viables, con el trasfondo de una decidida voluntad política gubernamental central, constituye una de las razones importantes por las que este flagelo histórico mantiene buena salud y vigencia. No se descarta, por lo demás, la forma como los canales mediáticos escritos y televisivos le están brindando cobertura a los actos de corrupción en la institucionalidad pública local, regional y nacional; que es el tema sobre el cual deseo focalizarme en esta oportunidad.

El tratamiento mediático de la corrupción, por lo general, ha venido centrándose en la misma, como una reacción ante un hecho social sumamente cuestionable, sin tratar mayormente de explorar en sus raíces sociales más profundas así como en sus consecuencias inmediatas y mediatas. Reacción, en ciertos tonos, psicológicos, afectivos y éticos que no ayudan a explicitar suficientemente las implicancias sociales y políticas de estos actos malsanos en la sociedad capitalista.

Dar cuenta de los actos de corrupción, por ejemplo, en esta línea de reacción ante el problema, avecindándose en el escándalo, la sorna, la sorpresa, la descalificación moralizante y la pureza ética que ciertos aprendices de Catón se desviven por denunciar, sólo conduce a moldear una psicología pública local y regional interesada por el morbo, la privacidad, la anécdota, el drama, y convertir a la corrupción en un hecho individual para la satisfacción del lado obscuro y grosero de la condición humana, semejantemente a lo que sucede con el crimen, los accidentes de carretera, los suicidios, la violencia de género, la prostitución, la violación, los escándalos sexuales, las sacadas de vuelta en el mundo del espectáculo, la borrachera con agresión de Johanna San Miguel o, para ser más sofisticados, con las excentricidades hedonistas de Oropeza y las agendas de Nadine. Se metamorfosea en un hecho de los sentidos primarios y las emociones rústicas, dejando de ser un hecho de la inteligencia y la razón que nos permita comprender el sentido de la época y de las condiciones de vida por las que transcurrimos. Una visión inteligente y de razón de la corrupción que debe posibilitarnos la necesidad de algo más que información y, peor todavía, de una información simplemente empírica con la que se regodean mercantilmente los medios informáticos; se necesita de una información que desarrolle la razón ciudadana para lograr observaciones lúcidas de lo que acontece en el medio social del cual somos integrantes. Se necesita desarrollar, forzando quizás un poco la frase aquella de ese gran sociólogo norteamericano, C. Wright Mills: “imaginación sociológica” que permita comprender al ciudadano “el escenario histórico más amplio en cuanto a su significado para la vida interior y para la trayectoria exterior de diversidad de individuos…” (Mills. La Imaginación Sociológica, 2005 p: 25).

No se puede desconocer que esta forma de tratamiento de la corrupción, como un hecho para el morbo y no para la política y las decisiones inteligentes y lúcidas, responde a la propia naturaleza del sistema capitalista del cual somos parte, voluntaria o involuntariamente. Es el sistema capitalista que engendra lo que Marx denominó como alienación consistente en la subyugación del ser humano, por sus propias creaciones que una vez creadas asumen la apariencia de objetos con propia vida, independientes de su creador; cuando, por ello, el sujeto se convierte en predicado y el predicado en sujeto. Así por ejemplo, el ser humano en el capitalismo proyecta su poder social al dinero que termina dominándolo como una fuerza separada de él, con vida propia, objetivado y objeto de incontenible apetencia universal hasta las náuseas. La alienación, en esta fenomenología, conduce a atribuir significado existencial únicamente al sujeto autónomo (que por su autonomía se convierte en una abstracción), que no es diferente al agregado de sujetos, y no al sujeto real, que es el sujeto donde convergen todas las relaciones sociales de la sociedad donde vive, caracterizadas por la propiedad privada y la explotación, la competencia, el mercado, la desvalorización del trabajador directo, la cosificación de las relaciones humanas, la hipocresía, el dominio del valor material sobre el valor de la vida humana y el hedonismo. Son entonces los individuos responsables por los actos de corrupción que cometen, pero no como individuos puros, sino como individuos sociales, porque el individuo no puede ser aislado de su entorno social, como pretende el liberalismo. Los individuos, en la práctica, se encuentran penetrados en cada recoveco de sus estructuras formativas, por las condiciones de la vida material y estas condiciones, en el capitalismo, son egoístas, aunque en lo público se procure el bien, en una contradicción absolutamente insalvable en el capitalismo. La corrupción, en consecuencia, no viene a ser sino la variable dependiente de las condiciones materiales de vida del ser humano, y no al revés.


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