Alegato contra el racismo de doble vía


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Escribe: Luis Hallazi | Opinión - 25 Aug 2013

¿Cuál es la verdadera situación del racismo anti-indígena en las diversas regiones del país? ¿Cuál es la responsabilidad que los medios de comunicación masiva y centralista tienen con sus contenidos y con los personajes que tienen tribuna en esos medios? Me preguntaba después de tener la desagradable experiencia de leer el perverso artículo escrito por Miguel Santillana, investigador del Instituto del Perú de la Universidad San Martin de Porras, que en su última publicación en la revista Velaverde y Semana Económica señala que tras una visita a Puno pudo corroborar el “racismo de doble vía”, a su entender aquel que se manifiesta a través del odio que los cobrizos tienen a los mestizos, criollos y blancos.

Este argumento propio de una sociedad racista, suele ser utilizado para justificar y solapar un racismo histórico, vigente y manifiesto. Adquirido en esencia, desde la colonización de nuestro territorio, en contra de las poblaciones originarias, después indígenas y campesinas, más tarde migrantes urbanos y que a estas alturas se ha convertido en un monstruo de mil cabezas que se manifiesta de distintas formas y que ninguna institución estatal se atreve a abordar de forma seria. Es el racismo de doble vía, pues una manera de distraer el debate de fondo, buscando entrar en un bucle que finalmente neutraliza e invisibiliza la situación real del racismo peruano, polariza a la sociedad y legitima la dominación social de una elite económica/política emparentada con estos discursos y a los que pertenece dicho investigador. El racismo peruano a instancias de encontrar marcas que nos representen, sin mucha campaña publicitaria es ya una marca registrada y su capital sigue siendo la misma.

Vayamos al artículo, que en realidad no es un artículo propiamente dicho, puesto que se limita a apuntar por qué viajó a Puno, luego con un viejo truco nos muestra sus verdaderas intenciones a través del “dice una persona” y finalmente desde una posición jerárquica da su sentencia: que de seguir este comportamiento (el racismo de doble vía), Puno y otras regiones no podrían integrarse al proceso de crecimiento económico y social. A continuación, con una insidiosa narración, da voz a una cantidad de agravios racistas que se hacen a la población y a instituciones como la universidad UANCV de la Región de Puno. El autor ni se molesta en marcar distancia, más bien da rienda suelta para probar el odio que los cobrizos tiene para con los mestizos, criollos y blancos. Las impresiones de esa persona anónima sin duda son las impresiones del mismo Miguel Santillana y seguro de muchos otros más. Pero esta suerte de relato no es producto de la torpeza, ni de un supuesto racismo inconsciente, entre líneas se lee perfectamente su última intención.

¿Y por qué damos cabida a esta acción? Además de denunciar este agravio racista en contra de pobladores puneños y juliaqueños, también debemos identificar al responsable. Lamentablemente no es un primerizo, fue el mismo que alegó contra la comunidad campesina San Juan de Kañaris, contradiciendo la misma Historia, sosteniendo que los Kañaris no son un pueblo indígena y que por tanto no tienen derecho a la consulta previa. Es el mismo que aparece en muchos medios de comunicación como experto anti-indígena y defensor a ultranza del extractivismo minero, sosteniendo que “no hay pueblos indígenas ni en la costa ni en la sierra peruana”.

Tratando de responder a la segunda pregunta que da inicio a esta columna, no es casualidad que esta persona tenga tribuna, son esos debates públicos transmitidos a señal abierta por donde se expande una alienación radical, a costa muchas veces de discriminar y despreciar elementos constitutivos de nuestra propia personalidad e identidad cultural.

No menos importante, es ser conscientes que abordar la cuestión del racismo peruano es tarea dificilísima y esto significa reconocer e identificar que también existe un resentimiento del históricamente discriminado, que muchas veces no lo manifiesta, nadie quiere sentirse discriminado. Y por tantas otras razones más, somos una sociedad sumamente dañada por este flagelo. Hacer un balance de lo que estamos perdiendo por seguir arrastrando estas prácticas, no sólo en lo económico, sino sobre todo en lo cultural, político y social, seguro nos ayudaría a construir una sociedad donde las futuras generaciones de peruanos y peruanas se vean por fin, libres de esta tara social.


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