Habladurías de un viejo verde: A ese infierno no quiero volver


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Escribe: Luis Pineda Valdivia | Sociedad - 10 Aug 2014


Casi muerto y con un desgano abismal empecé a sacar cuenta y poner en la balanza todo lo que me pasó en México, unas de cal otras de cal viva, corrosiva, infernal. Vengo desde hace 3 meses en forma involuntaria (quiere decir por trabajo) a un proyecto minero que queda en medio del territorio de los Zetas, temible mafia de asesinos que demandan sangre hasta en las gasolineras, dejando el miedo sembrado en todos los que cohabitan la zona; este proyecto por demás millonario tiene miles de toneladas en reserva de mineral en demanda, asegurada la ganancia no dudan en esta etapa de defender sus jugosas utilidades de producción y desempeño en la bolsa de valores, definiendo los límites de los cuerpos del mineral y diseñando el tajo futuro, conversando además coercitivos con la comunidad que es pobre e ignorante. Por eso han contratado a muchos profesionales especializados y sabios en materias del mercado y estudios complicados y también me han contrato a mí, que para qué, no sé.

En cercanías de mi campo de trabajo tengo que lidiar con personas ineptas, inescrupulosas e intrigantes y con los más insoportables de todos, los geólogos, que no pueden vivir sin manifestar un ego grotesco y apabullante, además y menos peligrosos y más cerca de mi caseta de logueo, los insectos más neuróticos que he visto en mi vida, las hormigas más grandes y mortíferas, las víboras menos pacíficas y los conejos más divertidos como mi gran amigo de la infancia Bugs.

Pues bien y llevando la cuenta de mi muy mala suerte enumero lo más grave e impredecible; para comenzar ni bien llegué me mordí el dedo gordo de la mano con la puerta de una camioneta, a los dos días me mordió una dulce y trabajadora hormiguita muy cerca del gemelo izquierdo, mi favorito, sentí el picazón como una inyección de amoxicilina de millón, de esas que te paralizan la nalga y la pierna un buen rato, igual la muy patuda me dio como bien merezco repetición cada vez que pudo incrustar sus dientes o colmillos en mi pobre y mal usada zona del amor. Me quedé en cama un par de días sin mencionar el dolor ni la molestia de la inflamación gigantesca que me provocó la alergia a la dueña de la casa que gentilmente me atendía y muy diligente quería ver a toda costa de cerca mi desgracia sin imaginar aquella patética y contrastada imagen de dos pelotas de ping pong junto a un adormecido palito de mondadientes, cosa así no puede provocar sino risa y sorpresa lastimera.

Atacado casi fui por una cascabel adulta porque “accidentalmente” pisé el nido donde anidaba a sus pequeños, ésa no me mordió, sólo me congeló el corazón con su mirada, atropellé a un lindo conejito que pensaba cruzar la carretera supongo a encontrar a su amada pareja y me estrellé contra un inubicable aviso de “Maneje con Cuidado”. A esto me llamaron de gerencia por atentar contra especies protegidas, me quitaron la licencia y me obligaron a pagar al mecánico una barbaridad, en mi declaración puse que alguien había cambiado de lugar ese puto letrero.

No puedo dormir desde entonces porque aún llevo los porongos inflamados ya que se ha extendido la zona de la mordedura y aún me faltan tres días para regresar a Perú y visitar una bruja que me haga una limpia completa y un lavado testicular. ¿Qué más puede pasar ahora que ya no tengo más esperanzas en la vida? Los pies reventando a un calor de 29 grados no me hacen mucha gracia, de mi trabajo acá no llevo cuidado porque más me preocupa sobrevivir, la mala suerte ahora se ha duplicado gracias a que los bueyes de mi Banco me han negado la extensión que les pedí, mi novia o la que iba a serlo no contesta mis correos, espero paciente que un alacrán blanco aparezca de repente mientras tomo agua caliente y galletas de almuerzo; me digo a mí mismo que estoy pagando los males que hice, consolado voy sabiendo que Dios existe y se está ocupando de mí personalmente.

Pero compensando, acá en México no siento la ponzoñosa envidia de mis compañeros de trabajo, la amenaza de traición de puñal de la novia o pareja en curso, el inminente discurso del jefe diciendo que debo ser más cuidadoso, la falta de atención de mis amigos que sólo piensan en ellos mismos, lo que le falta al Perú en cortesía le sobra en miedo; lo mismo se puede decir de la generosidad de la gente que es sobrante en México contra el angurriento egoísmo del peruano. Ni hablar, al Perú no quiero volver más, pero no puedo, lástima, te voy a extrañar México.


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