Mundo aymara: Un laberinto sin salida


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Escribe: Jaime Hernán Cornejo-Roselló Dianderas | Sociedad - 04 Nov 2014


No es ocioso recalcar que los aymaras instalaron su cuerpo cultural y vivencial en las breñas y planicies de los Andes Meridionales de América del Sur, donde hace poco menos de dos milenios y algunas centurias más fructificaron su existencia con algunas evidencias de ocupaciones en la costa sureña a partir de los 12 grados de latitud Sur. Ese escenario que para realidades europeas sería inmenso territorio, es restringido para el espacio americano, además que se ubica en alturas de difícil domesticación y excesivos retos para fructificar vida. Por ello se pondera el valor y la capacidad innovativa de los aymaras para acrecer existencia y resistencia en medios hostiles y de inestable consolidación.

Con todo, sus aportes se concretaron en un tiempo pasado sobre el que no se ha construido una plena y convincente veracidad. Se dice y pondera varias cosas, por ejemplo, en Bolivia los aymaras son los artífices del mundo y en el Perú por su desventaja porcentual son solo un jirón de territorio. En el Cusco los quechuas son lo que los aymaras se suponen en Bolivia: “creadores del mundo” y en Trujillo los progenitores de las edades de oro son los Chimú y por allí no hay, como es irrefutable, vestigios andinos. Para cada área un penal particular. Por eso para Puno lo aymara aún pesa y quizá sea susceptible de amagar algún gol en una cancha previamente acondicionada.

En fin. Concentrándonos en la realidad aymara debemos afirmar que a la luz de la realidad contemporánea y pese a logros y avances, la vida presente de los supuestos constructores de Tiahuanaco se ha vuelto nebulosa y muchas veces tormentosa en estos tiempos de innovación tecnológica, de exacerbado agio financiero, de cultura mediática y comercio capitalista y, peor aún, de mescolanza post moderna, lo que no amilana el emprendimiento aymara ni atempera su iniciativa económica, pero sí desdibuja su corpus originario que inclusive se va quedando sin idioma, en especial en el escenario altiplánico del Perú.

Manejando símiles y analogías diremos que una cosa es ser aymara boliviano y otra es ser aymara peruano. Uno vive encajonado saliendo esporádicamente hacia el Atlántico y el Río de La Plata y el otro utiliza y goza de la costa del Océano Pacífico como migrante triunfante a orillas del mar, dejando de ser aymara en la práctica, aunque sea un código genético en la eventualidad de un estudio antropológico que el tiempo petrifica. La movilidad y dinámica de los tiempos actuales es signo que marca la identidad y la etnicidad.

En esa línea dinámica ahora lo aymara en América del Sur, ya no conforma aportes visibles ni perfila definiciones de orden político y social, salvo en Bolivia donde, como es obvio, se abraza mayores axiomas sobre la validez de lo aborigen en su historia y se mide los aportes nativos a la conformación y surgimiento diferenciado de esa nación. Bolivia es básicamente mayoría andina y el Perú, no. En Bolivia lo aymara se siente como cultura y es idioma que se resiste a morir. Lo demás y lejos de Bolivia son extremidades que caminan desmembradas. Entonces la llamada nación aymara con núcleos significativos en el Perú es una aspiración, una aislada nominación denotativa y, eso sí, una efectiva restricción con cabal relegamiento histórico.

DESPERDIGADOS EN LA BREÑAS
Ahora a la sazón del tiempo los aymaras de Argentina, Bolivia, Chile y Perú continúan siendo pueblo, cultura e idioma pese a no estar unidos y no mantener ni propiciar entre ellos una propuesta de reivindicación histórica, económica y cultural. Hay aymaras chilenos, aymaras bolivianos, aymaras peruanos y aymaras argentinos y no hay aymaras aymaras que trasciendan las limitaciones y busquen concordancias en común y se planteen sintonizar el futuro a través de vasos comunicantes. Son aymaras inerciales. Son sin serlo.

Lo mismo lo fueron en los siglos anteriores, lo son en el siglo XXI y seguirán siéndolo, si perduran como gens, en los siglos siguientes, que es un deseo antropológico humanista que tal vez no se condiga con la realidad. Son una suma de nación partida que al no poseer líderes desarrolla varias lógicas de desenvolvimiento y expectativa cultural con una cabeza, en sentido figurado, por la densidad y la mejor organización social e ideopolítica, instalada en el occidente boliviano donde los aymara es más visible y pesa políticamente.

Con todo, el mundo aymara se define por la singularidad de que es básicamente, intrínsecamente andino y que su idiosincrasia se modela en mimesis con la naturaleza y el paisaje que le prodigó identidad y bocetó la resolución de su carácter. ¿Podría haber pueblo aymara lejos del Titikaka y sus colindancias?

SE ES AYMARA SOLO EN LOS ANDES
Si el aymara se aleja de Los Andes deja de ser aymara y se vuelve melancólico agente de una lenta transfiguración con paulatina desfiguración identitaria que adquiere otras vigencias culturales que inclusive pueden ser más poderosas. Eso sí, admitamos que dejar de ser aymara no significa dejar de ser persona o perder condiciones de actividad económica. Para muchos es al contrario. Hay que dejar de ser aymara para ser y proyectarse. Lo universal vence a lo local porque lo global fagocita y depreda los valores individuales.

Por ello lo aymara que aún persiste es arista y bisagra convergente entre frío y altura en medio de un territorio que no procrea otros estilos de vida, pero que persiste impregnado al paisaje con altibajos de subsistencia social, de maledicencia política y de eventuales arrebatos de turbamulta o de curiosidad cultural. Y pese a restricciones y contracciones continúa ocupando los territorios mediterráneos alrededor del Titikaka donde relativamente pesan pese a su liviandad en la toma de decisiones trascendentales en lo político y en lo cultural.

MÁS QUE NACIÓN, IDIOMA
Pero vamos por partes. En la singladura y en los accidentes de orden político y cultural que los aymaras enfrentaron o padecieron en cientos de años, primero en bronca frente a las behetrías regionales de sus propios cacicazgos, luego en las incursiones tahuantinsuyanas y finalmente en la violencia de la conquista y la posterior marginación de la república, lo hicieron agrupados pero sin cohesión. Vivieron desperdigados en organización y luego hasta yugulados por obra de delimitaciones políticas de coyuntura, especialmente las que surgieron de la emancipación y creación de las repúblicas americanas que nunca consideraron lo aymara como opción dado que lo sintieron y consintieron como lastre.

Y los aymaras amagaron revueltas, tiñeron de sangre el valle y la cañada, pero no vencieron. Y en los años y los días de disturbios e impaciencias, de penas y rabias lindantes con la venganza, las revueltas solo fueron expansión muscular que no permitió gozaran de algún gobierno que condujeran ni de alguna historia que contribuyeran a armar.

DENSIDAD SIN INTENSIDAD
Confirmamos que siendo primordialmente idioma lo aymara ahora sobrevive en formado de pueblo con costumbres sin mayor orientación hacia un norte prefijado y deseado. Es población de gran densidad que se hincha sin que haya, de parte de ellos, afirmación y proyección real respecto de su significación contemporánea. Los aymaras crecen en número pero su idioma y sus valores decrecen en importancia.

Como dijimos y es constatable, ni los mismos aymaras hoy quieren serlo. Y si lo son, hacen todo lo posible para que sus hijos no lo sean. Muerte anunciada que agradaría a muchos y que es deplorable desde el punto de vista de la antropología, la sociología y la propia historia comparada e inclusive desde el punto de vista de la pérdida de felicidad y vida con identidad de quienes son aymaras sentidores. Y ahí estamos.

Los políticos, en Puno, en especial los que aventuran “safaris” electorales se plantea aimarismo enunciativo, pero sin aymaras de significación. Todo para encandilar masas y sumar adeptos en épocas electorales tiñéndolas de revancha política, de reivindicación histórica para compartimentar el poder, pero sin ingresar a una pedagogía social que libere y afirme. Y la región Puno es escenario de ese aventurerismo donde para ganar votación las agrupaciones regionales se reputan aymaras y hasta quechuas uniendo agua y aceite en proyecto políticos cuya única viabilidad es la construcción de infraestructura de todo tipo y nada de desarrollo supra estructural o ideopolítico.

LOS AYMARAS DE PUNO
En el Perú, solamente la región Puno luce la plasticidad de este grupo supérstite a la modernidad. ¿Cuántos aymaras hay en Puno y cuántos de los existentes realmente quieren serlo y no agonizan y no venden su primogenitura cultural por una sinecura cómoda que les haga cambiar de singladura cultural y advenir a otros derroteros y usufructuarlos? Son pocos y los pocos que son, no lo son de peso y resolución. Y si tienen pasión y hasta visión carecen de acción efectiva y de recursos y de seguidores con los cuales traspasar linderos y permanecer con luz más allá de la oquedad.

No obstante, la mejor interrogante, o el mejor ejercicio de validación cultural de lo aymara en el contexto actual se podría, se debería plantear en la organización y en el rescate de los valores culturales e idiomáticos a través de una escuela que tiña de futuro el presente o de la creación y funcionamiento de la propuesta de una “Universidad Aymara” no para inundar de títulos, grados e ínfulas, sino para ahondar valores y consolidarlos, algo similar a un Instituto de Ideas Antropológicas y Estéticas. ¿Por qué no se concreta el proyecto? Entiendo, debido a que se desee que lo aymara siga siendo carnada electoral.

Hay una experiencia de “Escuela Aymara” en Ácora donde se pretende fortalecer idioma y enseñar vida, ciencia, conciencia y sentimientos y argumentos de esa cultura en el idioma que dominan los aymaras, es decir en su idioma. Eso es vital. ¿Pero tendrá futuro el futuro si el presente es mediocre y gris como un atardecer agorero de asechanzas y malandanzas? Informan que los propios aymaras se han encargado de mediocrizar el proyecto y boicotear su propia obra. Los harakiris en el oriente nipón son extremos casos de valor terminal, pero los harakiris culturales a orillas del Titikaka son punible estupidez.

En todo caso a nuestro entender el principal adversario de la existencia y preeminencia de lo aymara en este tiempo es el indetenible mestizaje como cajón de sastre avivado por la balumba de los tiempos post modernos que crean hibridación, mescolanza e indefinición. No hablamos de evitar el mestizaje para fortalecer una pureza racial, que además es inexistente, sino hablamos de construir afirmación cultural con idioma, valores y tradición que enfrente y asimile los retos de la actualidad, pero que no se incline servil y humilde ante lo nuevo y lo asuma como si fueran entes gregarios. ¿Se puede ser aymara con smoking? Por supuesto, como se es hindú con turbante y dominio de las ciencias nucleares.

HACER LO QUE SE DICE Y SIENTE
Antes que memoria histórica que recuerdos de gestas, fastos y gestos, los aymaras necesitan memoria e historia sobre su presente. ¿Qué hacen en el día a día? ¿Qué consiguen en función a su afirmación individual y colectiva? ¿De lo que hoy son surgirá la vida y brotará el futuro? Nada vale el pasado y todo futuro será vil si no se tiene calidad de existencia y de realización en el presente.

Los aymaras ahora solo admiten presente de sobrevivencia, de solipsismo, de mirarse el ombligo en la chacra o el comercio y no de catapultarse a escenarios de grandeza que dignifiquen su ser social; pero ello no les importa van en trance de alcanzar otra significación social y solo desde la perspectiva individual. Y aquí entre nosotros, en nuestra amado Puno los operadores políticos los consideran solo como población electoral. Y hay muchos operadores políticos de origen y extracción aymara que hacen de la demagogia la “Flauta de Hamelín”

Esperamos que los tiempos cambien y que lo aymara no se evidencie en esporádicos votos temporales y en alucinación permanente.


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