Los Andes

No es extraño que un maestro pueda definir una vida. Basta con que te estimule con las matemáticas y el lenguaje para influir en tu elección de carrera profesional. Esto le pasó a la maestra Sabina Hilasaca Apaza, quien cumple este año 25 años de servicio. Son décadas y aún recuerda el nombre de su maestra (se llamaba Elsa); al imitarla, Sabina descubrió su vocación.

Ella dice que la docencia es para personas así, con vocación. Los maestros contratados ganan desde mil soles; los nombrados, como Sabina, quien ya tiene un doctorado, llegan hasta los 2 mil 500 soles, aunque ella recibe mil 200, pues tiene que pagar un préstamo.

En varios concursos para contratos se evidenció que hay sobrepoblación de maestros; el último año se estableció que unos 9 mil maestros se quedaron sin contrato. En la década de los 90, el gobierno, con la intención de contrarrestar la politización de las universidades, aperturó demasiados centros pedagógicos y tecnológicos.

Sabina es de una promoción de maestros que no tuvo que lidiar con los contratos; sin embargo, tuvo que enfrentarse a las distancias.

A sus 22 años (nació en el año 1969), al inicio de su carrera, le tocó trabajar en la escuelita 70122 de Parapichusa en Acora. Para llegar debía ir en carro a Ilave y luego caminar 5 horas.“ Los comuneros me dieron un caballo, pero era muy inquieto y me daba miedo y por eso me tenia que ir a pie�, confiesa.

Como ella, cientos de profesores de su generación empezaron su servicio en lugares lejanos, desde donde sólo podían regresar con sus familias una vez a la semana, a la quincena o incluso al mes.

Luego de esta dura y aleccionadora primera labor, hace 6 años pudo reubicarse en el centro educativo Glorioso San Carlos, nivel primario. Ella cree que los recién egresados deben pasar por la experiencia de trabajar en lugares alejados, para que valoren lo que es la docencia.

Mientras trabajaba lejos, sus hijos crecían; hoy la menor tiene 18 y el mayor 25. Seguramente les dio a sus alumnos muchas horas que hubieran sido para sus hijos.

Su carga de trabajo es de 6 horas de clases al día; suena cómodo, pero en realidad llega a trabajar hasta 11 horas, pues la preparación de clases requiere de más tiempo. Cada profesor, según su dedicación, puede usar entre una o cinco horas en la preparación de clases.

Este esfuerzo tiene recompensas discretas. Para ella es una gran satisfacción ser saludada por uno de sus alumnos, ya adulto y formado.

Hablando de alumnos, ella tiene 36 y habla de ellos con tono maternal, y cuenta que hace poco uno de ellos se ausentó de clases debido a que su madre se accidentó.

Ayer fue felicitada. Un diploma y una medalla por sus 25 años de servicio parecen poco, pero, como se dijo, la docencia es una profesión de satisfacciones discretas; por ejemplo, ese saludo de su exalumno, que hoy seguramente sabe cómo conducirse por la vida y qué cosas escoger para crecer como persona. Todo eso, en gran medida, gracias a ella.