La independencia del Perú


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Escribe: Víctor Casa Huahuasoncco | Sociedad - 26 Jul 2015

FOTO: Internet
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La historia nos enseña que durante los tres siglos, en el proceso mismo de la Conquista, el siglo XVI fue un período de violenta resistencia andina al invasor, en el que destacaron Rumi Ñahui, Calcuchímac, Quiquis y Manco Inca. Años después de culminado el aplastamiento militar de la resistencia autóctona, la lucha continuó adoptando nuevas formas, como los movimientos religiosos autóctonos de Taki Onqoy y Yanahuara.

En el siglo XVIII, la protesta de andinos tuvo nueva dimensión y hubo manifestaciones de grandes proporciones, de alzamientos ya no de resistencia, sino de carácter antifeudal y anticolonial, es decir, procesos revolucionarios a lo largo de más de un siglo, donde se produjeron más de cien movimientos, entre los que destacan las insurgencias de Juan Santos Atahualpa, Túpac Amaru II, Pedro Vilcapaza, Pumacahua; el poeta y mártir de la Libertad, Mariano Melgar, quien se inmoló en la batalla de Umachiri, etc., con lo cual se demuestra que los andinos, mestizos y criollos, jamás estuvieron resignados a su situación de siervos, ni estuvieron largo tiempo en silencio gimiendo.

Serios investigadores e historiadores progresistas han denominado ‘frustración histórica’ a la Independencia del Perú, pues “no trajo consigo cambios sustanciales en el orden económico-social establecido”. Al contrario:

San Martín decretó, en su Estatuto Provisional de Gobierno (08-10-1821), que “todo ciudadano tiene igual derecho a conservar y defender, su honor, su libertad, su seguridad, su propiedad y su existencia. No podrá ser privado de ninguno de estos derechos, sino por el pronunciamiento de la autoridad competente, dado conforme a leyes”.

Según Dr. Virgilio Roel: “Al abandonar Lima. La Serna lanzó un manifiesto amenazante dirigido a los indios peruanos. Dejó en la capital como gobernador al marqués de Montemira y pidió a San Martín que entrara a la capital, e impidiera que se posesionaran de ella los montoneros que la cercaban. Igual súplica le cursaron a San Martín los señores de Lima, aterrados ante la sola idea de que los andinos combatientes hicieran su ingreso a la ciudad. La respuesta de San Martín fue que retiraría a los montoneros, si le invitaban oficialmente a ingresar a Lima y si se comprometían a que el Cabildo juraría la independencia; así se convino, de manera que San Martín ordenó a los montoneros que se alejaran de las cercanías de la población. San Martín entró a la ciudad, pues, pasando antes por la casa del gobernador Colonialista Montemira, y se alojó en el antiguo palacio de los Virreyes. Cumpliendo lo convenido, se reunieron el Cabildo y las personalidades colonialistas más notables, y el Cabildo Eclesiástico. Como estaba arreglado, todos estos personajes, calificadamente colonialistas, se pronunciaron a favor de hacer lo que San Martín les había pedido: redactar el Acta de la Independencia y firmarla (en su doblez, llegaron hasta a disputarse la presidencia en la firma de dicho documento). Al pueblo, que sí era independentista, se le negó su participación en el acto. Se acordó que la jura de la independencia fuera el 28 de julio de 1821.

La ceremonia se efectuó exactamente como se realizaban las grandes festividades coloniales, con la única diferencia que al virrey lo sustituyó San Martín: del Palacio Virreinal salió una solemne procesión en la que estaban los catedráticos de la Universidad con sus togas doctorales, los titulados de Castilla y los miembros de las órdenes militares, con sus respectivos hábitos; al centro del grupo iba San Martín, flanqueado por el Porta-estandarte y el Conde San Isidro, seguido por el Estado Mayor y los oficiales generales del Ejército. La procesión iba escoltada por los mismos alabarderos del rey y cerraba el desfile un pelotón de húsares, con sus vistosos uniformes. Esta comitiva procesional se detuvo en la plaza de Armas, y otros tres puntos, en los que se habían instalado tabladillos desde los que San Martín hizo el acto de proclama, con un ritual que se repitió en cada caso, pronunciando estas palabras.

“Desde este momento el Perú es libre e Independiente, por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. ¡Viva la patria!, ¡Viva la libertad!, ¡Viva la Independencia!” Los miles de colonialistas allí congregados vivaron a la Patria y a la Independencia. En las noches del 28 y 29 de julio se realizaron suntuosos bailes en los salones del Cabildo y del Palacio virreinal, mientras en las calles hubo verbena general. Desde entonces se celebra, en memoria de estas festividades, por el “Día de la Independencia”; estas gentes que siempre fueron contrarias a las causas populares y que en los momentos culminantes de Junín y Ayacucho habrían nuevamente de hallarse al lado virreinal. Estas gentes hicieron la fiesta por simples conveniencias momentáneas y con anuencia del virrey La Serna.


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