Por: Gabriel Gómez Tineo
Lo ocurrido en la institución militar con respecto a los mandiles rosados y la respuesta en contra de un sector de la ciudadanía es una muestra de lo lejos que estamos de entender la real intención de una política de igualdad de género. Incluso el error del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables – MIMP es notorio al utilizar en una campaña por la igualdad, el color rosado. Un color estereotipado y asociado a los roles tradicionales de las mujeres. El color rosado del mandil reafirma y recrea la idea de que las actividades domésticas son exclusividad de las mujeres. No cabe duda que la intención es la mejor y se saluda, pero por no hacer una análisis más profundo de la construcción simbólica de los roles de género en la sociedad, las buenas intenciones podrían terminar generando efectos contrarios. Cuando uno enfoca el problema desde la raíz, los resultados más efectivos. Es como si quisiera hacer una campaña en contra del racismo a favor de la comunidad afroperuana y siendo yo el blanco privilegiado me pinto la cara de negro, y al hacerlo estaría banalizando y hasta ahondado la otredad. Por ello, los mandiles rosados puestos por “hombres por la igualdad” no apuntan a asumir que las mujeres deben ser sujetos con iguales derechos que los varones, por el contrario dan el mensaje que el rosado es propio de las mujeres y cuando me pongo el mandil estoy mostrando que el rol sigue siendo de ellas y “ahora puedo ayudarlas”.
Estas intenciones ingenuas han hecho brotar el machismo cultural arraigado que venimos arrastrando por los siglos de siglos. Nuestra cultura machista patriarcal que es sostenida por instituciones tradicionales como las iglesias y las fuerzas armadas no comprende la transformación de la sociedad. La igualdad de género viene de un proceso histórico de largas luchas de las mujeres por alcanzar derechos, y las ciencias sociales han tenido un rol fundamental, sobre todo para demostrar que la construcción de los roles de género son tan relativas que varían de acuerdo al lugar y el tiempo. Por ejemplo los roles actuales de las mujeres no son iguales a los que tenían hace cien años en el Perú, mientras que la mutilación de los genitales de las mujeres sigue siendo normal en algunos países africanos. Entonces la ciencia antropológica nos demuestra que todas estas prácticas cotidianas son construcciones socioculturales que se realizan a través de los procesos de socialización, así como la asignación de los símbolos de acuerdo al sexo con el cual uno nace. Por ejemplo a las niñas se les asigna el rosado como un color propio de su género, y a los varones el color azul. Estas construcciones heteronormativas le han asignado a la mujer el espacio privado que estaba estrictamente asociado a la labor doméstica y a los varones el espacio público que está asociado a las labores políticas y económicas. La fuerza y la debilidad están asociadas y son antagónicas. Se nos dice que el varón es el fuerte y la mujer la débil, y bajo esa lógica se construye tanto la masculinidad como la feminidad. Una masculinidad construida bajo estos parámetros se siente amenazada hoy por un color que simboliza el rol doméstico de la mujer, y por eso hay quienes hablan de “deshonra y deshonor a la institución militar” frente a los mandiles rosados. Y en realidad develan con una reacción de ese tipo, su fragilidad y su debilidad.
Una de las características de esta masculinidad peruana, es la homofobia marcada y enraizada que no soporta que un varón adopte posturas femeninas. Por ejemplo si un varón viste una prenda rosada tienden a feminizar u homosexualizar con adjetivos de “marica, cabro, chivo, vístete como hombre” reproduciendo de esta manera la heteronormatividad. La adopción de algún rasgo o característica femenina de un varón es sancionada duramente por la masculinidad machista. En pleno siglo XXI aún cargamos la cruz del machismo que no nos deja avanzar como país; importa más el color rosado que todos los feminicidios cometidos en el 2019, importa más el color del mandil que los robos de gasolina en el Ejército Peruano.
Lo ocurrido con los mandiles rosados, son una clara evidencia de que necesitamos una política educativa con enfoque de género para formar ciudadanos que sean libres de taras, estereotipos y prejuicios.
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