Desde su creación a fines de 1976, en Cuyumalca, Chota (Cajamarca), lugar donde nació la primera ronda del Perú como una nueva forma de organización rural, las rondas se han extendido en el país y han ejercido un papel importante en el objetivo de proteger a sus comunidades y distritos, a través de la vigilancia y la administración de justicia según sus usos y costumbres, amparados en la justicia comunal. Si bien, algunos de sus procedimientos pueden ser cuestionables o tal vez produzcan la alarma y el prejuicio de los ojos foráneos, especialmente tienen un efecto ejemplar.
El presidente Castillo, que además es rondero, ha dejado entrever la posibilidad de que, frente a la inseguridad ciudadana las rondas campesinas apoyen la labor de la policía en los ámbitos urbanos. Está claro que la policía ha fracasado en la lucha contra la delincuencia, en algunas ciudades más que en otras, sin embargo, nada asegura que la presencia de las rondas ayude a su erradicación. Tal vez solo sea una buena intención del presidente. En la práctica sería muy difícil mantener a las rondas en las ciudades: ¿Dónde dormirán?, ¿Quién las alimentará?, ¿estarán dispuestos los ronderos a dejar sus lugares de origen?, etcétera.
A su turno, el alcalde de Lima, Jorge Muñoz, ha enviado una carta a Castillo para solicitar una audiencia y discutir la “correcta finalidad” de la iniciativa. En otras palabras, para evitar que Lima sea invadida por ronderos, pues ningún otro alcalde peruano ha hecho cosa parecida. Desde luego, en el imaginario limeño-criollo, es difícil imaginar la presencia de una ronda vigilante y vestida a su usanza, en una esquina por decir de la avenida Larco. Pero lo que llama la atención es que, luego, en entrevista con “El Comercio”, Muñoz desliza la idea de que las rondas podrían convertirse en grupos armados con fines políticos y de extorsión.
Es decir, gratuitamente Muñoz otorga categorías que se contraponen justamente a la razón de ser de las rondas, y a sus usos y costumbres. Creo advertir más bien prejuicio o falta de información frente a una propuesta que, en la práctica, está lejos de concretarse, pero también frente a una narrativa distinta (y legal) de ver el mundo. En todo caso, no se debería satanizar a las rondas ni trastocar su sentido como organización que busca la protección a través de la vigilancia y la administración de justicia. Hay una nutrida bibliografía sobre las rondas que harían bien en leer Muñoz y compañía, opinantes y medios en general.
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