César Suaña Zenteno (*)
El gobierno de Alberto Fujimori desarrolló una política audaz para influir y controlar la opinión pública a través de los diversos medios de comunicación: si no se compraba la línea editorial de los mismos, invertía en adquirir equipos y pagaba personal para crear estaciones de radio, televisión y medios impresos.
Si bien lo más notorio se desarrolló en la capital de la República, en el interior del país ocurrió lo propio, teniendo como ejes de control político a los gobiernos regionales y a los comandantes del ejército peruano, allí donde había regiones militares.
La caída del triunvirato dictador Fujimori – Montesinos – Hermosa Ríos, sacudió a todos los medios de comunicación del país, y en el caso del interior, los medios independientes dejaron de percibir la generosa financiación publicitaria del aparato del Estado, por lo que muchos quebraron y otros languidecieron en pleno retorno a la “democracia representativa” gestionada por Valentín Paniagua y luego asumida por Alejandro Toledo.
Una gran iniciativa
La lucha antidictatorial y posteriormente la emergencia de movimientos sociales y políticos que reivindicaban a algunas naciones oprimidas en nuestra región, como el movimiento MARQA (Movimiento por la Autonomía Regional Quechua-Aymara) de David Jiménez, los masivos reclamos por hacer de la Transoceánica una realidad y otras corrientes influenciadas inclusive por los movimientos sociales de Bolivia que tenían a las poblaciones originarias como motores de esa movilización -además del tradicional movimiento obrero boliviano- también trajeron consigo una serie de iniciativas empresariales de parte de pobladores de la región, centrando su movimiento económico principalmente en Juliaca, Ilave y Desaguadero.
Parte de ese contexto político social, fue la iniciativa de una pareja de jóvenes que se fijó la tarea de contribuir a darle un impulso al desarrollo de la región a través de un medio de comunicación. Tarea nada fácil por supuesto por el escaso arraigo social que tenían en la región en ese momento; pero se dio un caso excepcional ya que el diario Los Andes, “Decano de la Prensa Regional” como lo señala su lema, dirigido por los herederos de Samuel Frisancho, tenían grandes dificultades para financiar la edición diaria del periódico y para cumplir sus compromisos económicos con su personal, al extremo que empezaron a deshacerse del legado histórico de “Los Andes”. El deterioro fue tal que parte de su inmensa biblioteca terminó vendiéndose a precios irrisorios en las ferias sabatinas de la ciudad de Puno.
Felizmente para la historia de Puno, René Calderón y Flor Asillo, esos entusiastas jóvenes de los que mencionamos, compraron “Los Andes”. Pero no sólo el logo y la propiedad intelectual, sino que, en un acto de patriotismo regional, se hicieron con todo el archivo del diario. Salvaron así al diario “Los Andes” y parte de la historia de la región Puno.
Probablemente en su momento muchos no vieron su trascendencia. Ahora es más fácil sacar estas conclusiones.
El re-inicio
René y Flor, después de hacerse con el patrimonio de “Los Andes” le dieron continuidad a la publicación diaria y se rodearon de gente joven y también de periodistas con experiencia. Fuimos invitados a dirigir periodísticamente Los Andes en esta difícil etapa.
Para el periodista del interior del país es más sencillo tomar posición sobre los problemas del país y la región que coincidan, en líneas generales, con los puntos de vista de los propietarios de los medios de comunicación: la lucha contra el centralismo, mayor presupuesto para la región, concreción de los proyectos estratégicos para el crecimiento de la región, etc.
En ese sentido, existe mayor libertad de expresión que en la capital de la República, donde el periodista tiene que ajustarse a la línea editorial impuesta por el propietario.
En el caso de Los Andes, además hubo una toma de posición fundamental en relación a las nacionalidades que conforman nuestra región. René tenía ascendencia aymara y Flor provenía de familia quechua.
Por nuestra formación ideológica y por el transitar del equipo periodístico que se incorporó en esta nueva etapa, fue absolutamente claro que el medio de comunicación en esta etapa debía de reflejar, además de los intereses de la región, las de las naciones quechua, aymara, uro y amazónico. Aunque sobre estas dos últimas no tuviésemos una definición muy precisa.
Está toma de posición se reflejó principalmente en el terreno cultural, al prestarle atención a las expresiones musicales y dancísticas de las naciones originarias que conforman Puno, sin llegar a los grandes debates sobre las perspectivas sociales y políticas de nuestras naciones originarias en el marco de Puno y el sur del país como un todo.
Fruto de esta decisión ideológica, el diario le dedicó amplio espacio a la celebración de la Virgen de la Candelaria, no sólo en su expresión final que es la danza y la música, sino en todo su proceso ritual y agro festivo.
Además, se embarcó en la publicación de discos compactos conteniendo música de estudiantinas, centros musicales y sikuris con los que se contribuía a afirmar nuestra identidad.
Y las páginas del diario se tiñeron con vocablos aymaras y quechuas, llegando inclusive a denominar una columna de humor político con el nombre de “El Anchancho”, término popular en el imaginario aymara de la región.
No hubo una política lingüística consciente, pero en el marco de la toma de posición ideológica, las lenguas aymara y quechua tuvieron su espacio.
Sin embargo, esta toma de posición no despertó mayor interés en los pujantes sectores económicos emergentes, y no se volcaron a respaldar, a través del apoyo publicitario y de inversión de capital, a “Los Andes”.
Dejamos al diario en esta parte de su historia, pero no debemos dejar de reconocer el esfuerzo de quienes apostaron darle a Los Andes un nuevo impulso para que contribuya en el crecimiento de la región y en el equipo periodístico y técnico que hizo el esfuerzo por concretarlo.
(*) Exdirector del diario Los Andes
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